Entre Malasia y el archipiélago indonesio se encuentra Singapur, una ciudad-estado de seis millones de habitantes que apenas lleva cincuenta años como país independiente. Su crecimiento desde entonces ha sido espectacular, y ha logrado llegar a los primeros puestos del mundo en la lista de países con mayor PIB per cápita.
En la cara B del disco, un avance que no aparece directamente reflejado en sus finanzas, pero sí en el día a día de sus ciudadanos: restricciones progresivas al tabaco que lo han ido acorralando. Los lugares y circunstancias en los que está permitido fumar se han ido reduciendo con el paso de los años, y un paseo por sus calles en 2023 deja intuir por dónde van los tiros si uno se fija en lo que no hay: colillas por el suelo. Ni nubes de humo.
Avance lento pero constante
Singapur empezó a legislar contra el tabaco en 1970, apenas cinco años después de nacer como país independiente. En aquel año prohibió fumar en cines y autobuses. Un año después, vetó cualquier tipo de publicidad relacionada con el tabaco.
En 1986 lanzó su Programa Nacional de Control del Tabaco bajo el lema ‘Hacia una nación de no-fumadores’, y a partir de ahí, nuevas prohibiciones y restricciones fueron apareciendo cada pocos años. Entre ellas, elevar la edad legal para fumar de 18 a 21 años o prohibirlo en multitud de espacios públicos.
El motivo, una mezcla entre una temprana obsesión por prevenir las muertes evitables relacionadas con el tabaquismo y la obsesión de ser un país limpio y ordenado. Esto último se entiende bien con otra medida: salvo que sea por prescripción médica, está prohibido mascar chicle en Singapur.
Según el propio gobierno, para “erradicar los problemas creados por los chicles tirados en lugares públicos como cines o parques, y áreas comunes como ascensores, escaleras y pasillos”, así como por el coste de limpieza que suponen. Algo similar motiva una parte de las restricciones al tabaco.
Cinco décadas después de las primeras medidas, Singapur tiene una prevalencia de tabaquismo del 10%, muy a la baja en las últimas décadas y muy por debajo de otras naciones desarrolladas. Y no tan lejos del objetivo marcado: el 5%. Por cierto: la inmensa mayoría de fumadores en Singapur son hombres.
Aunque las restricciones sean graduales y constantes, los efectos llegan a largo plazo. Si hoy la prevalencia de tabaquismo es del 10%, era del doble hace 30 años. Bajarla del 20% al 10% ha llevado tres décadas.
Paquetes a diez euros
Para un español hace años que no es extraño estar libre de humo de tabaco en espacios públicos cerrados, pero no es tan habitual pasar horas caminando por la calle sin toparse con el humo de fumador alguno. Y de nuevo, la ausencia total de colillas en las calles. Eso es Singapur.
No es fácil dar con un fumador en Singapur, pero uno de nuestros taxistas, Zhāng, conductor de Grab, el equivalente a Uber en el sudeste asiático, lo era. Además de salir de su propia iniciativa hablar de cierto tipo de ocio nocturno en Singapur, cuando le cuestionamos por este tema en un coche que supuraba olor a tabaco, fue tan tajante como se podía esperar: “Yo soy fumador desde hace muchos años y cada vez es más difícil, no es fumar y ya está, es ir pensando que tienes que esperar a llegar a aquel sitio. Ahora nos han subido el precio del paquete de tabaco. Estamos acostumbrados a que cada año haya alguna prohibición nueva y cada dos o tres años el tabaco sea más caro”.
El precio de un paquete con veinte cigarrillos está en torno a los 15 dólares singapurenses (10,20 euros). Hace diez años, estaba en torno a los 10 dólares singapurenses (6,8 euros). Bastante más caro que en España, pero si tenemos en cuenta el PIB per cápita, un paquete cuesta un 0,02% en España y un 0,014% en Singapur.
Las consecuencias de todas estas prohibiciones y medidas destinadas a reducir el tabaquismo se notan a pie de calle. En varios días en la ciudad, transitando de día y de noche zonas tan diferentes como Marina Bay Sands (el enclave turístico por excelencia, con el skyline más reconocible) o las playas de la isla de Sentosa; o China Town y Little India, muy distintas en todos los sentidos a las primeras, ni una colilla ha sido avistada en el suelo. Y no es que la limpieza de las segundas, especialmente la última, sea equiparable a la de las primeras.
Los fumadores, en su inmensa mayoría, han sido avistados en grupos, o bien destinados a sus zonas específicas en las que está permitido fumar, marcadas con pintura amarilla para que no se salgan de ella; o bien en lo que no son zonas señaladas como tal, pero sí los huecos del mapa que escapan a las restricciones. Por ejemplo, las esquinas exteriores de los centros comerciales, sin penetrar en las vías de paso desde el transporte público hasta las puertas del centro. Solo un par de jovenzuelos fueron avistados fumando donde no correspondía, en la parte trasera de una villa de Sentosa, en un punto ciego entre farolas, ya de noche.
En multitud de entornos como parques, plazas o jardines encontramos señales que recuerdan poco amistosamente que cigarrillo avistado, fumador multado. Aunque sean espacios abiertos.
Hay formas de sortear ciertas medidas o prohibiciones. Nuestro taxista nos cuenta que “cuando tengo que ir al norte aprovecho para comprar tabaco en Johor”, una ciudad malasia a una hora en coche de Singapur. “Allí es más barato, pero no puedo entrar de nuevo a Singapur con tanto tabaco”.
Y si alguien tiene la feliz idea de vapear, porque no es tabaco y no hay problema, meeeec, un claxon como un garrotazo. El gobierno del país los prohibió por completo en 2018, tanto los vapeadores como los cigarrillos electrónicos: ni comprarlos, ni usarlos ni poseerlos. De paso, ese mismo año aumentó los impuestos al tabaco por primera vez en cuatro años. Algo antes también se cargó la shisha o los productos alternativos con nicotina.
Algunos países están acompañando a Singapur en sus esfuerzos por erradicar el tabaquismo, y uno de los más destacados es Nueva Zelanda, que hace planteó en 2021 una prohibición generacional. Así, los nacidos a partir de 2009 ya tendrían prohibido de por vida comprar tabaco. Singapur aprovechó para sondear la idea, pero no fue efectiva… de momento.
Quizás sí más adelante, ya que la introducción de medidas graduales durante cincuenta años ha permitido desarrollar un círculo virtuoso: las medidas bajan el tabaquismo, y con ello, se va aumentando la aceptación de nuevas y más duras medidas. Así que quizás más adelante la idea encuentre los apoyos suficientes.