Anunnaki: ¿quiénes fueron en realidad?

Según la literatura cuneiforme, los Anunna o Anunnaki fueron un grupo de dioses pertenecientes al panteón mesopotámico. Algunas teorías pseudocientíficas, sin embargo, han querido interpretarlos como entidades extraterrestres que habrían colonizado la tierra. ¿Qué cuentan los textos sumerios y acadios sobre los Anunnaki y de qué manera se manejaron las evidencias históricas para construir un relato fantástico?

Los Anunna de la Mesopotamia antigua

En los textos sumerios, Anunnaki es un término colectivo que alude a los dioses principales del panteón mesopotámico o a las divinidades mayores de una ciudad. Una posible etimología del término sumerio a-nun o a-nun-na apunta al significado “progenie principesca”.

En algunas fuentes se dice que An, dios de los cielos, los generó. Las primeras referencias en la literatura cuneiforme datan del 2100 a. C., aproximadamente. En el Cilindro A de Gudea, en el que se describe la grandiosa construcción del templo del dios Ningirsu, los Anunna contemplan admirados la destreza edilicia del gobernador Gudea.

Otras composiciones como Enki y el orden del mundo describen algunas de sus prerrogativas: determinan los destinos de lo creado, toman decisiones y dan consejo. Divinidades específicas como Nanna (el dios lunar) o Ninurta (dios guerrero) se mencionan en inscripciones reales y textos mitológicos como miembros de los dioses Anunna.

A partir del período paleobabilónico (ca. 1894-1595 a. C.), los Anunnaki denominaron a un grupo de divinidades infernales que contrastaban con los Igigi, los dioses celestes. Según cuenta el Enūma eliš, el principal relato de la creación mesopotámico, cuando el dios Marduk dio forma al universo, destinó 300 dioses Anunna a gestionar los cielos y otros 300 a ocuparse de los asuntos infernales.

La asociación entre este grupo divino y el más allá ya se encuentra en el mito sumerio del Descenso de Inanna a los infiernos. En él, los Anunna son siete jueces del inframundo que se encargan de juzgar a la diosa Inanna.

Los Anunnaki también se mencionan en rituales del siglo VII a. C., utilizados para combatir a las brujas y enviarlas a los infiernos. Se invocan junto a Šamaš, el dios solar de la justicia, y a Gilgameš, el héroe semidivino que intentó vencer a la muerte y cuyo destino está íntimamente ligado con la religiosidad de la ultratumba.

Si el término Anunnaki ha ganado relevancia en la cultura popular, sin embargo, la razón debe buscarse en ciertas teorías fantasiosas que ven en este concepto de la religión mesopotámica una conexión con la ufología y la vida extraterrestre.

Las teorías pseudocientíficas de Zecharia Sitchin

El dios Ninurta. Imagen: Wikicommons

Aunque Zecharia Sitchin (1920-2010) se graduó en Historia Económica, su nombre se recuerda ahora por sus libros ufológicos y pseudocientíficos en los que sostuvo el origen extraterrestre de la civilización humana.

Sitchin escribió que una organización social extraterrestre, los Anunnaki, habría llegado a la tierra para someter a la humanidad. En concreto, habrían esclavizado a los sumerios y los habrían obligado a trabajar en las minas de oro. Según Sitchin, esta materia prima era imprescindible para que los visitantes alienígenas pudieran construir un enorme escudo de partículas de oro en suspensión con el que proteger su planeta.

El territorio iraquí no parece disponer de yacimientos de este metal y el oro usado en Mesopotamia para fabricar objetos de lujo procede de zonas como Turquía, norte de Afganistán y, en algunos casos, también de Egipto. El metal precioso, además, procede de placeres y bancos de arena, es decir, se halló en superficie, y no de la explotación minera. Quizás por esto, Sitchin propuso que los Anunnaki extraterrestres habrían desplazado a los esclavos sumerios a las minas africanas.

Las ideas de Zecharia Sitchin no encuentran fundamento alguno en las fuentes cuneiformes sumerias. Por mucho que el pseudocientífico se presentara como una de las pocas personas capaces de leer el sumerio y el acadio, sus interpretaciones se basan en traducciones de dudosa calidad y prescinden de un acercamiento directo al texto original.

Por otro lado, Sitchin se equivoca al proponer lecturas de referencias culturales mesopotámicas a través de la lente del presente. Así, las referencias literarias a “el viento maligno” que destruyó la ciudad de Ur según el Lamento por la destrucción de Ur se transforma, desde la óptica de Sitchin, en la consecuencia de un ataque nuclear. Desde la perspectiva de la Mesopotamia antigua, sin embargo, los vientos destructores funcionan como una metáfora de la destrucción en textos literarios, una referencia que cobra especial significado en un territorio de planicie desértica en el que el viento Shamal causa grandes tormentas de arena.

Las observaciones de Sitchin, por tanto, parten de una lectura empobrecida, sesgada y poco fundamentada de las fuentes. Su relato podría considerarse válido como pura ficción fantástica y divertimento de la imaginación que de ningún modo demuestra rigor histórico alguno.