El ágora ateniense, una pieza clave para la democracia

En el centro de la capital de Grecia se alzan dos grandes conjuntos arqueológicos de primer orden. Mientras que los edificios de la Acrópolis constituyen un magnífico museo al aire libre y forman parte del principal legado del arte griego clásico y base del gusto artístico de Occidente, los restos más humildes del Ágora nos recuerdan que en este espacio se gestaron las formas de gobierno y de entender la política la sociedad que aún perviven dentro de nuestra cultura. Grecia tuvo una poderosa influencia en el mundo romano y, a través de él y con el paso de los siglos, dio lugar a la llamada civilización occidental, con un influjo definitivo en la lengua y la literatura, la filosofía y las ciencias o en los campos de la política, la educación y las artes.

El ‘lobby’ ateniense

En definitiva, sin la civilización griega, y de modo muy especial aquella que se desarrolló en la antigua Atenas, no podríamos pensar, sentir y actuar del modo en que lo hacemos los que pertenecemos a la cultura occidental del mundo contemporáneo. Y decimos que Atenas fue el escenario principal de la antigua Grecia porque la mayor parte de las obras que han sobrevivido de esa época pertenecen a autores –Heródoto, Tucídides, Jenofonte, Platón, Aristóteles o Demóstenes, por citar solo a los más importantes entre los historiadores y tratadistas políticos– que eran atenienses o militaban en las filas afines a estos; así, la mayor parte de datos y comentarios acerca de las instituciones o las formas de pensar en la antigua Grecia se refieren de modo especial a Atenas, de la que además la arqueología clásica ha proporcionado abundante información.

El citado conjunto de edificios, especialmente el formado por los del Ágora, recordaba al paseante que se hallaba en el corazón de la ciudad donde se realizaban los principales ritos religiosos y las más importantes ceremonias sociales y políticas, además de servir de marco para los negocios o los asuntos puramente administrativos. Eso es lo que en cualquier ciudad griega antigua se denominaba ágora, el verdadero precedente de lo que para nosotros es una plaza mayor; pero en el caso de Atenas tenía un valor añadido, pues en este lugar es donde dio comienzo la forma de gobierno que conocemos como ‘democracia’.

Desde las severas leyes de Dracón –que sirvieron para establecer, desde finales del siglo VII a.C., el imperio de la ley por encima del capricho de los gobernantes– hasta las reformas de Pericles, en el siglo V a.C., pasando por las aportaciones de Solón, Clístenes y otros, la forma de gobierno que se dieron a sí mismos los atenienses constituye, más o menos, la base del sistema político occidental en la actualidad, a pesar del corto espacio de tiempo en que funcionó plenamente.

Aristóteles afirmó que “el hombre es un animal político”, haciendo referencia a su cualidad natural para vivir en comunidad. Para él, la civilización significa organización y esta se consigue únicamente con una vida en común ordenada a través de un marco legal, y en la cual las personas puedan aspirar a encontrar su realización según sus virtudes y capacidades: en definitiva, vivir en una ciudad.

El origen de Atenas y las ciudades-estado

En sus inicios, la población más antigua de la ciudad de Atenas se alojó en la cima de la Acrópolis, la colina que domina el entorno con sus 100 metros de altitud, formada por un espolón alargado de roca caliza de casi tres hectáreas de extensión y con sus lados cortados a pico, prácticamente inaccesible salvo por su extremo occidental. La Acrópolis era una ciudadela con su conjunto de casas edificadas que han desaparecido con el tiempo, aunque han dejado sus huellas en el lecho rocoso; algunos restos sitúan su origen en el período neolítico, a inicios del III milenio antes de nuestra era. Fue amurallada por primera vez en época micénica y aún quedan partes del trazado de estos muros, convertidos en una reliquia de los tiempos antiguos gracias a que permitieron que Atenas soportase el embate de la invasión doria. Con ello, la vieja ciudad neolítica y de la Edad del Bronce mantenía sin interrupción su hilo histórico en los nuevos tiempos de la primera Edad del Hierro, a lo largo de la llamada Edad Oscura, desde mediados del siglo XII a.C. hasta el IX antes de nuestra era.

A finales de ese siglo, la población ateniense empezó a expandirse fuera del recinto de la ciudadela ocupando la ladera noroeste de la misma, que, en un principio, era el lugar donde se excavaron las tumbas de época micénica y las más antiguas de la primera Edad del Hierro. La antigua cultura heroica se fue transformando, desde los comienzos del siglo VIII a. C., en una cultura política: en esos momentos, en Grecia tuvo lugar el nacimiento de las polis o ciudades-Estado, unas comunidades autónomas con su propio ordenamiento social e institucional, es decir, regidas por leyes y basadas en unas creencias religiosas. La polis servía para facilitar a sus miembros la consecución de una serie de ventajas, desde la defensa de la comunidad hasta la formación de sus individuos, pasando por la gestión de sus recursos o la organización de sus cultos. La base de la polis estaba formada, esencialmente, por los agricultores; la posesión de tierra cultivable se convirtió en la principal prioridad de las comunidades, aunque ello se hiciese a expensas de sus vecinos.

De ahí la importancia de la formación de una clase social de agricultores-guerreros; la propiedad agrícola se convirtió en la primera y principal forma de distinción ciudadana: los más ricos formaron rápidamente el grupo de los aristócratas, aquellos que además tenían más recursos para hacerse con las mejores armas. Los principales clanes y familias hacían remontar sus orígenes a algún antepasado de los tiempos heroicos, cuya tradición se llevaba hasta la Guerra de Troya al menos. En algunas ciudades, estos héroes se convirtieron en reyes o descendientes de reyes; de ahí que algunas polis como Esparta mantuvieran durante siglos la institución monárquica, mientras que en Atenas desapareció hacia mediados del siglo IX a.C. El prestigio y la función de los primitivos reyes fue heredado por los tres arcontes principales: basileo, polemarco y epónimo, responsables máximos, respectivamente, de los asuntos sagrados, militares y civiles.

Santuario urbano

Durante siglos, la residencia de los principales cargos estaba en la Acrópolis, de modo especial en el siglo VI a.C., cuando se convirtió en el refugio de los tiranos de Atenas, por lo que buena parte de sus defensas fueron derribadas con la caída de la tiranía en el año 510 a.C. A principios del V a.C., con motivo de la guerra contra los persas, Temístocles y Cimón construyeron las murallas que hoy circundan la rocapermitiendo la defensa de la ciudad, y desde su reconstrucción por Pericles quedó reducida prácticamente a su uso como santuario urbano. De este modo, toda la actividad pública se concentró en la zona del noroeste de la ciudad.

Inmediatamente a los pies de la entrada monumental a la Acrópolis se hallaba un altozano que presidía toda la pendiente y la llanura del Ágora; allí se estableció el Areópago o Consejo de Ancianos, un tribunal que se encargaba de vigilar a los hombres públicos, especialmente a los de mayor rango llamados arcontes, responsables de la salud moral de la comunidad. Los areopagitas procedían del arcontado y, a pesar de su paulatina pérdida de poder con el paso de los siglos, por su condición vitalicia y la edad avanzada con la que alcanzaban el cargo siempre mantuvieron un elevado prestigio moral. Este consejo de ancianos constituía el recuerdo de una sociedad gobernada por los ciudadanos con mayores recursos, basada fundamentalmente en la posesión de la tierra (es lo que literalmente se conoce como timocracia o poder de los más ricos, también denominado oligarquía o gobierno de unos pocos), que mantienen su condición de clase privilegiada impidiendo el acceso a las instituciones superiores de gobierno a los ciudadanos menos o nada adinerados. Hasta que no se impusieron las reformas de Solón, a caballo entre los siglos VII y VI a.C., el poder estaba concentrado en las manos de estos ricos oligarcas pertenecientes a las principales familias atenienses (otra denominación usual, aristocracia, hace referencia al “gobierno de los mejores” o nobles), pasando a ser ejercido luego también por las clases medias: a partir de entonces, personas ajenas a la nobleza como mercaderes y artesanos, enriquecidos con el comercio o con la factura de objetos metálicos o apreciadas cerámicas de calidad, pudieron acceder a las instituciones de gobierno y formar parte de las asambleas.

El papel del Ágora

Ágora significa, literalmente, ‘reunión’ o ‘asamblea’, y con este nombre se designa el lugar donde se congregaba el pueblo, especialmente a deliberar. En Atenas, las primeras asambleas se celebraban en el espacio abierto situado al norte del Areópago, hasta que a fines del siglo VI a. C. se habilitó un ámbito ex profeso en la colina de la Pnyx, al oeste de la Acrópolis, aunque desde el IV a.C. se reunían en ocasiones en el teatro de Dioniso, en la falda sur de la colina sagrada.

Los nuevos ordenamientos políticos tuvieron una inmediata traducción en edificios construidos con diversos fines en el Ágora; así, ya en el siglo VI se levantó un Arsenal, o almacén de las armas públicas con las que proveer de armamento a los ciudadanos más empobrecidos, y varios lugares de reunión como el Helieón o tribunal de justicia, así llamado por reunirse al principio al aire libre (bajo Helios o el Sol), el Estrategión o sede del consejo de los generales atenienses y el Buleuterión o sede de la Bulé o Consejo de los Cuatrocientos (de los Quinientos tras las reformas de Clístenes), todos del s. V a.C., o el podio o tribuna de arengas, del s. II a.C., este en sustitución de otro anterior. En las cercanías del Ágora se hallaba la cárcel pública (para hacer física y real la cercanía entre sema y soma, entre cárcel y tribunal), destinada a extranjeros o prisioneros peligrosos, pues se consideraba que los ciudadanos tenían el derecho a poder exiliarse voluntariamente y así escapar a la condena. Aún quedan restos de ella en la que tradicionalmente se denomina ‘cárcel de Sócrates’, condenado por lo peligroso que se había vuelto al incitar a los jóvenes atenienses a pensar.

Espacio compartido

A los pies de la colina del Areópago se extiende la zona denominada ‘Ágora griega’, para diferenciarla de su ampliación vecina hacia el oriente, hecha enteramente en época romana. Todo el espacio del Ágora estaba cruzado oblicuamente a todo lo largo por la Vía Panatenaica, la arteria principal de esta zona de Atenas. A ambos lados de esta avenida pavimentada empezaron a surgir todo tipo de edificios públicos para dar cabida a las diferentes funciones que a partir de entonces debía cumplir un ágora: escenario de celebraciones de culto, lugar de reunión de instituciones políticas y espacios de uso mercantil o lúdico.

El centro de la ciudad se convirtió en un lugar sagrado: la Vía Panatenaica era el escenario de las principales ceremonias procesionales en honor de Atenea, que llevaban hasta lo alto de la Acrópolis. Allí, en el Templo de Atenea Polías, se custodiaba el xóanon de la diosa tutelar de la ciudad, una estatua de madera o de vestir a la que cada cuatro años las jóvenes atenienses entregaban un peplos, un vestido confeccionado y bordado por ellas en la procesión de las Grandes Panateneas (hay quien habla de un gran cortinaje en vez de un vestido). La procesión de las panateneas partía del Dípylon o ‘doble puerta’, recorriendo toda la ciudad hasta llegar al altar de Atenea, donde se hacían sacrificios (de ahí que algunas esculturas lleven animales para sacrificar, como el famoso Moscóforo), para posteriormente dirigirse ante la estatua de Atenea y hacer la ofrenda del peplos. Estas celebraciones llevaban aparejadas unos juegos de gran fama, cuyos vencedores recibían un premio: la llamada ‘ánfora panatenaica’, pintada y llena de aceite sagrado obtenido del olivo de Atenea de la Acrópolis –y de algunos más de un bosque sagrado, dedicado a la diosa–, lo que lo convertía en un sustancioso regalo. También en estas fiestas tenían lugar los espectáculos teatrales que tanta fama dieron a los clásicos griegos.

Además de estas procesiones, en el Ágora se levantaron varios monumentos religiosos: templos (desde el de Hefesto y Atenea, que aún se conserva casi completo, al de Ares y el Templete triangular, todos de la época clásica, el siglo V a.C.; o el de Apolo Patroos, del IV a.C., o el Metroón, dedicado a Deméter, del II a.C.) y altares (los Doce Dioses, del VI a.C., dedicado a las principales divinidades olímpicas, o el de Zeus Agoraios o ‘el que está en el ágora’, del IV a.C.).

Sociedad y economía

La vida social de la ciudadanía ateniense se realizaba la mayor parte del tiempo al aire libre, pero en determinados momentos de lluvia o de excesivo sol buscaba el refugio bajo techo, en un tipo de edificio llamado stoa o pórtico, una especie de larga nave rectangular con un lado formado por una columnata, llamado a tener gran éxito en la época clásica y helenística. Así, el Ágora se llenó de pórticos –la stoa de Zeus Eleuterios, la stoa Pecile o ‘pórtico pintado’, de gran fama por alojar pinturas de los principales artistas clásicos, y la stoa Basileios, del V a.C.; la grandiosa y restaurada stoa de Atalo, además de la stoa del Sudeste, ambas del II a. C., o la stoa del Medio, del II de nuestra era– donde pasear, conspirar o entablar negocios.

Los espacios libres de edificios fueron ocupados por mercados más o menos estables formados por pequeñas tiendas hechas de materiales de poca calidad. Los puestos se agrupaban por especialidades: aquí los ceramistas, allá las hortalizas y frutos del campo, en ese lado los trabajadores del cuero y en aquel los del metal, de la misma forma que sigue ocurriendo hoy día en las calles vecinas de la actual Atenas o de cualquier otra ciudad del Mediterráneo y Oriente. En ocasiones, había que adoptar el recurso rápido de incendiar esos tenderetes para conseguir espacio, con el fin de reunir a los ciudadanos por alguna causa urgente.

También en el Ágora existían otros monumentos, tales como varias fuentes que permitían a los atenienses abastecerse de agua, estatuas –entre las que destacaban especialmente las del grupo dedicado a los Tiranicidas, a los que se consideraba verdaderos libertadores de Atenas– y otros, tales como el altar dedicado a los Héroes Epónimos, del siglo IV a.C., entre otros muchos desaparecidos.

En el I a.C., ya en época del dominio romano de Grecia, el ágora de Atenas fue embellecida con edificios como la Biblioteca de Pantainos o el gigantesco Odeón de Agripa, plantado en el centro de la plaza pública, una vez que ya no era el lugar de reunión de los ciudadanos.

Hacia el este, la Biblioteca de Adriano, del siglo II y de la que tan solo queda la fachada occidental, daba paso a la zona del Ágora romana, hoy día un triste campo de ruinas donde destaca especialmente la popular Torre de los Vientos o de Andrónikos, una espectacular construcción octogonal hecha en tiempos de Julio César que encerraba una clepsidra, ingenioso mecanismo hidráulico para medir el tiempo, y que llevaba aparejada la construcción de un acueducto, del que aún se puede ver su tramo final. Las caras exteriores de esta torre de mármol se hallan decoradas con las figuras que representan a cada uno de los vientos dominantes en esa dirección.

Enorme transformación

De todos estos monumentos, el visitante de hoy apenas puede reconocer con dificultad media docena de edificios, desde el Hefaisteión –el templo mejor conservado de Grecia, llamado tradicionalmente Teseión– hasta la stoa de Atalo II, que muestra el esplendor de una reconstrucción moderna, pasando por los enormes restos del Odeón de Agripa; todo lo demás queda a la imaginación del espectador, convenientemente armado de un buen plano explicativo.

El Ágora fue arrasada y reconstruida sucesivas veces a lo largo de la historia, desde las invasiones de los persas en el año 480 a.C. a la de los romanos de Sila en 83 a.C. o la de los hérulos en el año 267. La decadencia de Atenas comenzó en los tiempos finales del Imperio romano, cuando se reutilizaron las construcciones de la Acrópolis como iglesias y como residencia de la guarnición bizantina de la ciudad y su jefe militar; poco a poco, la roca sagrada recuperó su función de residencia militar en caso de conflicto y acabó siendo el núcleo principal de la Atenas medieval, acompañado por un miserable y reducido caserío a sus pies, muy lejos de lo que fue la extensión original de la ciudad en época clásica.

Tiempos oscuros

En el año 529, la orden de cierre para todas las escuelas de filosofía dictada por Justiniano sumió al Ágora en una lenta somnolencia que quedó drásticamente interrumpida por la invasión de los eslavos en 580. Después de esta última invasión, que trajo consigo una destrucción generalizada de toda Atenas y, de modo especial, del Ágora, esta quedó abandonada durante varios siglos. En el siglo X, la zona fue reocupada y allí se edificó, hacia el año 1000, la iglesia bizantina de los Santos Apóstoles. Dos siglos después, una expedición de León Sguros, gobernador de Nauplión, volvió a devastar el Ágora, que repitió destrucción en 1826, en plena Guerra de Independencia de Grecia.

A partir de 1833, una vez liberada la ciudad de las manos turcas y convertida Atenas en la capital del nuevo Estado griego, las primeras labores emprendidas por las autoridades se centraron especialmente en la recuperación de la Acrópolis y el estudio de sus monumentos, convertidos desde antiguo en el modelo del genio artístico griego. Para el estudio del Ágora hubo que esperar hasta fines del siglo XIX, cuando la Sociedad Arqueológica de Atenas empezó las labores de excavación en un barrio por entonces densamente poblado, tarea que fue continuada por arqueólogos alemanes.

Pero quienes darían el impulso definitivo a las investigaciones, tras un gigantesco plan de expropiaciones y derribos de viejas mansiones medievales, fueron los arqueólogos de la Escuela Americana de Estudios Clásicos, desde 1931 hasta la actualidad. A ellos –y a la generosa contribución de los Rockefeller– se debe la reconstrucción de la stoa de Atalo, que sirve para dar buena idea del aspecto original de estos pórticos, además de alojar un interesante museo donde se exponen los materiales allí encontrados y cuya visita resulta de sumo interés. Entre otros muchos restos conservados, en el interior del Museo del Ágora se custodian una kleroteria, bloque de piedra con ranuras con el que, con fichas y bolas blancas y negras alojadas en un tubo, se seleccionaba a los miembros de los jurados de los tribunales; una clepsidra, con la que cronometraban el discurso de los oradores, o una gran cantidad de fragmentos cerámicos con los nombres de los personajes elegidos para su condena al ostracismo, denominación que proviene de óstracon, cada uno de estos cascotes donde se grababa a punta de clavo el nombre del candidato a la atimía o pérdida de derechos ciudadanos, lo que conllevaba su exilio político de Atenas durante algún tiempo. Otros objetos nos muestran el polifacético uso que se hizo de esta plaza mayor de la antigua Atenas, desde las cerámicas y estatuas allí aparecidas hasta restos de moldes de fundición de los talleres metalúrgicos establecidos en las cercanías, algunos pesos y medidas empleados por sus comerciantes o ciertos objetos de uso que algún día habían estado en sus tiendas.