El océano es un sistema dinámico, en el que, como diría Heráclito de Éfeso, todo fluye, nada permanece. Las grandes masas de agua terrestre, sometidas a las fuerzas inerciales, producto de la rotación terrestre, y contenidas y dirigidas por los bordes de los continentes, generan corrientes dominantes y vórtices que actúan como áreas de convergencia.
Los cinco grandes vórtices
De un modo similar a cómo el agua sucia en un fregadero se drena por el desagüe, estos grandes vórtices reciben el agua contaminada desde los márgenes de los continentes. Allí, la corriente se hunde para redistribuirse por el planeta, pero en su camino, va dejando parte de los contaminantes, que quedan flotando en su superficie.
Existen cinco grandes vórtices en los océanos del planeta, dos en el hemisferio norte —Atlántico y Pacífico— y tres en el sur —Atlántico, Pacífico e Índico—. Y de momento, al menos en tres, los dos nortes y el Pacífico sur, se ha hallado una acumulación más o menos masiva de basura.
La formación de la isla de basura del Pacífico
Como decíamos al inicio, en el océano todo fluye, y la basura también. Los residuos, compuestos principalmente por partículas de microplásticos, se encuentran en todas las masas de agua del planeta. Se estima que en torno al 70 % del plástico que hay en los océanos se encuentra en el fondo, y menos del 15 % se queda en superficie. De todo ello, una parte se configura en estas acumulaciones de basura, la más grande es la conocida como gran isla de plástico, en el Pacífico norte.
Esta ‘isla de plástico’ no es un cuerpo sólido sobre el que se pueda caminar. Se trata más bien de una gran extensión de océano, de más de 1,6 millones de kilómetros cuadrados —más del triple de la extensión de España—, en el que se encuentra una concentración significativamente elevada de residuos plásticos en suspensión.
Esta ‘isla de plástico’ fue detectada hace ya 50 años, ya entonces era de gran tamaño y desde entonces no ha dejado de crecer. Las previsiones de futuro no son esperanzadoras: se estima que, para el año 2050, la humanidad habrá depositado al mar hasta 25 000 millones de toneladas de residuos plásticos.
Los efectos negativos de esta contaminación sobre los ecosistemas marinos son evidentes, ya sea afectando sobre la salud de los organismos que los habitan o alterando sus comportamientos.
Pero hay un efecto sorprendente e inesperado, que ha despertado la curiosidad de la comunidad científica.
La isla de plástico como ecosistema
Un gran equipo de investigación, liderado por Linsey E. Haram, del Centro de Investigación Medioambiental Smtihsoniano en Edgewater, Maryland, hizo un descubrimiento que cambia la comprensión sobre las barreras biogeográficas: los desechos plásticos flotantes han servido de soporte para una comunidad de seres vivos, compuesta por especies costeras y oceánicas. Estos resultados fueron publicados en la prestigiosa revista Nature Communications.
En la gran isla de basura del Pacífico, las partículas de microplástico representan el 94 % de todas las partículas de desechos, pero su tamaño diminuto hace que solo sea un 8 % del peso total. El 92 % de la masa restante se compone de residuos de gran tamaño, minoritarios pero mucho más pesados.
Esta aglomeración de basuras representa el soporte para un ecosistema nuevo y emergente. Algunos de los organismos presentes pertenecen a entornos de alta mar, habituales en estas zonas; sin embargo, gran parte de las especies que conforman estas comunidades neopelágicas —así se han denominado— pertenecen a ecosistemas costeros: percebes, cangrejos, lapas… que han hallado en la basura flotante un buen sustituto de la costa. Y la llegada de estos organismos a zonas que se encuentran a miles de kilómetros de la tierra firme más cercana no es un asunto trivial.
Nuevos medios de transporte de especies
En el océano todo fluye y las especies también. El movimiento de especies a través de los océanos es un fenómeno bien conocido que se conoce como dispersión transoceánica, y suele suceder gracias a balsas naturales, formadas por plantas, algas o rocas flotantes que, presas de las corrientes, trasladan la fauna y la flora alojadas en ellas a nuevos territorios.
En la historia de la vida, estos medios de transporte han sido puntuales; tras ellos está la colonización de las islas de plantas y animales, pero es un fenómeno que sucede de forma anecdótica, ya que los materiales de que se componen esas balsas suelen ser biodegradables, y lo más probable es que los viajeros mueran antes de tocar tierra.
Sin embargo, no ocurre lo mismo con los plásticos. Las balsas y refugios que conforman la basura no se degradan ni se descomponen con facilidad, y pueden ser medios óptimos para la dispersión transoceánica; lo que convierte a los residuos antropogénicos en áreas de residencia potenciales a largo plazo. Zonas, mar adentro, que pueden convertirse en entornos habitables para especies costeras.
Esto no solo implica un cambio en la distribución de especies, sino también en la dinámica de su transporte. Poblaciones de organismos costeros pueden llegar, en balsas de basura, a la gran isla de plástico del Pacífico, y mantenerse en ese ecosistema neopelágico indefinidamente, o hasta que una nueva balsa migre, por efecto de un cambio de corrientes, a una nueva costa desde la que colonizar nuevos territorios.
La globalización durante el Antropoceno está derribando las barreras biogeográficas y los continentes están dejando de ser esas unidades prácticamente aisladas que se pensaba que eran. La persistencia de estas especies costeras en áreas de mar abierto está cambiando la perspectiva de la biogeografía marina, y abre muchas más incertidumbres sobre el futuro de la biodiversidad.