Madrid (EFE).- La verdadera historia del Watergate, uno de los mayores escándalos políticos de Estados Unidos, es de risa. Así lo ve David Mandel (“The Veep”) y lo ha plasmado en su nueva serie, “Los fontaneros de la Casa Blanca”, protagonizada por Woody Harrelson y Justin Theroux y que se estrena este 2 de mayo en HBO Max.
“La comedia es una manera refrescante de ver el escándalo del Watergate, al ponerte en los ojos de los asaltantes lo ves como realmente fue, muy divertido”, ha afirmado Harrelson en un encuentro telemático con un grupo de periodistas.
Y eso es precisamente lo que hace la serie, en las antípodas de la épica del hito periodístico forjado por Woodward y Bernstein, poner en primer plano a los cinco detenidos por forzar la sede electoral de los demócratas aquel 17 de junio de 1972 y a los dos hombres que lo organizaron: Howard Hunt (Harrelson) y Gordon Liddy (Theroux).
Exagentes de la CIA y el FBI respectivamente, ambos fueron contratados por la Casa Blanca para operaciones encubiertas y su primera misión, en 1971, fue entrar en la oficina del psiquiatra del analista militar Daniel Ellsberg, que filtró los Papeles del Pentágono, para buscar documentos que pudieran comprometerle.
No salió bien y a pesar de ello la pareja aterrizó después en el Comité para la Reelección del Presidente, donde obtuvo nuevos encargos, entre ellos el espionaje a los demócratas en el complejo Watergate.
“Hemos oído hablar mucho del asalto, pero no hemos escuchado a los tipos que lo protagonizaron, queríamos saber cómo eran antes de que ocurriera, porqué lo hicieron y cómo impactó en sus vidas”, explica Mandel.
Siendo agente de la CIA, Hunt estuvo detrás de la fracasada invasión de Bahía de Cochinos (Cuba), a raíz de la cual empezó a forjar su odio a Kennedy. También fue un prolífico autor de novelas de espías.
“Encuentro a mi personaje bastante reprobable como ser humano”, señala Harrelson, que en cambio se confiesa “enamorado” del que le ha tocado a su compañero de reparto, Liddy, un carismático abogado fascinado por la figura de Hitler, que trabajó en el FBI y acabó reconvertido en actor y anfitrión de un show de entrevistas.
“Eran dos tipos con unos egos gigantes, entrenados de maneras muy diferentes y tratando de hacer algo juntos, probablemente esa es la razón de su estrepitoso fracaso”, opina Theroux, que define la relación entre ambos como un “romance entre colegas”.
El guion de la serie está basado en los registros públicos de lo que pasó en 1972 y en el libro “Integrity: Good People, Bad Choices, and Life Lessons from the White House” (Integridad: buena gente, malas decisiones y lecciones de vida de la Casa Blanca), escrito por Egil “Bud” Krogh y Matthew Krogh.
Algunos de los sucesos más sorprendentes que narra son reales, como el hecho de que no hubo uno sino cuatro intentos de asalto -los primeros fallaron por distintos motivos- o que los perpetradores fueron descubiertos debido a un descuido que roza el absurdo.
Uno de ellos, James McCord, puso cinta adhesiva en una puerta trasera para poder abrirla y acceder al centro de forma clandestina; un vigilante lo descubrió y lo quitó, sin darle más importancia, pero al volver horas más tarde y ver que alguien había vuelto a colocarlo empezó a sospechar.
“A mi me gusta definir esta historia como una tragedia muy divertida”, señala Mandel. “Al profundizar en ella, en los asaltos fallidos y otros descuidos, no puedes evitar reírte, pero al mismo tiempo se trata de un caso terrible de abuso de poder y violación de la ley”.
En ese sentido “Los fontaneros de la Casa Blanca” tiene una lectura muy actual. Mandel menciona que hace solo unas semanas del juicio a Donald Trump en Nueva York y advierte del peligro de los que llama “verdaderos creyentes” (“true believers”).
“Esa gente que dice apoyar a un tipo o a un partido hasta el final, a pesar de que haga cosas que vayan en contra de sus propios intereses, es una idea que hoy resulta quizá aún más relevante que hace 50 años” y son esos ‘verdaderos creyentes’ los que acaban en la cárcel, el presidente no”.
Mandel es también el creador de “Veep”, otra serie satírica sobre el poder; cree que la comedia es la mejor manera de digerir la situación política de los últimos años en Estados Unidos, pero también una forma eficaz de exponer un punto de vista.
“La comedia es como el azúcar en la medicina”, subraya, “desarma a la gente de forma más eficaz que si le gritas tu punto de vista o tu enfado”.