El número de jóvenes que luchan contra su salud mental va en aumento. Qué pueden hacer los adultos para ayudarlos, según un experto y padres que han superado esa situación junto a sus hijos
La depresión es el segundo trastorno mental más frecuente entre niños y adolescentes, por detrás de los trastornos de conducta. Aproximadamente un 15% de la población infanto-juvenil muestra síntomas de depresión durante la infancia, según señala UNICEF. Aparece con más frecuencia en niñas que en niños.
A pesar de que esta problemática está cada vez más presente entre los jóvenes, solo una proporción muy reducida recibe un tratamiento adecuado, debido principalmente a que la depresión en adolescentes no muestra la misma sintomatología ni señales que en los adultos. Por ello, muchas veces queda enmascarada y no se llega a detectar.
Ser padre o madre de un niño deprimido o ansioso puede ser aterrador, frustrante, traumático y agotador, sobre todo teniendo en cuenta las últimas estadísticas. Las derivaciones de niños por problemas graves de salud mental en Inglaterra, por ejemplo, aumentaron un 39% el año pasado y, en algunas partes del país, el periodo de espera para la primera evaluación es de más de un año.
Para Ian Williamson, psicólogo de niños y adolescentes y autor de la guía para padres We Need to Talk (Tenemos que hablar), las razones de este aumento son complejas. “Con los encierros, los niños perdían 18 meses de desarrollo social”, afirmó en diálogo con el periódico británico The Telegraph. “Ahora las redes sociales conllevan todo tipo de presiones”.
Además, Williamson cree que tenemos mayores expectativas sobre nuestra salud mental —esperamos ser felices todo el tiempo—, lo que ha hecho que algunos jóvenes luchen con emociones más difíciles. Sea cual sea la causa de este aumento, una cosa es segura. Los servicios de salud no acudirán al rescate.
“Siendo realistas, en este momento, a menos que su hijo esté a las puertas de la muerte, puede que le atiendan una vez o, como mucho, unas cuantas sesiones de TCC (terapia cognitivo-conductual)”, advirtió.
- Las señales de alarma
Suzanne Alderson se vio abocada a una crisis cuando su hija Issy, de 14 años, reveló a un médico de cabecera que planeaba quitarse la vida. Mirando hacia atrás, Alderson puede ver lo que ahora llama “una lenta quema de desesperación” durante un período de 18 meses.
“Cambios en los patrones de sueño, en los hábitos alimenticios, un alejamiento de todas las cosas que solían darle alegría”, dijo Alderson. “Pasamos un verano sin que viera a sus amigos. Había reactividad. Podías hacer una simple pregunta y obtener una respuesta exagerada. Había perdido la chispa, las cosas que la hacían ser Issy”.
Es difícil saber cuándo un comportamiento “desafiante” es “típico de las hormonas adolescentes” o un motivo de alarma. Williamson aconseja fijarse en el nivel de retraimiento. “Si tu hijo antes estaba entusiasmado por ir al fútbol y ahora quiere dejarlo, toma las comidas en su habitación, pasa excesivo tiempo alejado de la familia y los amigos, es necesario averiguar qué está pasando… y quizá ser un poco detective”.
- Vigilar su vida online
“Tratábamos el tiempo de pantalla de nuestra hija como un espacio privado”, aseveró Rachel, que descubrió que su hija de 15 años luchaba contra la ansiedad y se autolesionaba durante el encierro.
“Cuando descubrimos que se autolesionaba, empezamos a mirar de cerca sus redes sociales y a comprobar su historial de búsquedas. Pasaba mucho tiempo en chats de autolesiones, en los que algunas personas parecían incitar a otras de forma extraña y solapada. Era horroroso”.
Firme defensor de la supervisión de la vida digital de los niños, Williamson aconseja a los padres que accedan a todas las cuentas y él mismo lo hace. “Nunca dejaríamos que nuestro hijo de 14 años saliera una noche y no nos dijera lo que está haciendo”, afirmó. “La idea de que deben tener cuentas seguras a las que los padres no puedan acceder es delirante. Hay que entender la complejidad y el peligro”, agregó.
- Su comportamiento no es una elección
“Como padres, nos culpamos y nos preguntamos: ‘¿Por qué no puedo parar esto?’”, expresó Alderson. Y continuó: “Reconocer que el comportamiento de Issy no era una elección consciente por su parte y que no era algo que ni ella ni yo pudiéramos controlar, lo despersonalizó para mí”.
Según ella, “saltar ante cualquier ruido fuerte, ser completamente incapaz de concentrarse o escuchar, o dormir todo el día eran los impactos fisiológicos de la ansiedad en su sistema nervioso”. “Era la ‘respuesta de lucha o huida’ —manifestó—, el estado de congelación, el agotamiento cuando su cuerpo gastaba toda su energía en un estado de hiperactivación. Era la respuesta de su cuerpo al miedo o a la falta de seguridad, percibida o real. Eso me ayudó a dejar de centrarme en los comportamientos porque me di cuenta de que, físicamente, Issy no podía cambiarlos. Había que ver qué había detrás”.
- El autocuidado es esencial
“No ayudaremos si nos agobiamos, culpamos o centramos por completo en nuestros hijos”, explicó Alderson. “Es clave poder ser su modelo o su brújula. Al principio, la emoción era tan profunda, tan fuerte, que me las arreglaba caminando por el campo, lejos de casa, gritando y bebiendo vino. Es muy habitual ver a padres quejarse de que no consiguen que sus hijos hagan terapia, pero si les preguntas si ellos mismos reciben apoyo profesional, te dicen: ‘No lo necesito’”.
- Por doloroso que sea, pasará
La hija de Alderson tiene ahora 21 años y está prosperando. Alderson ha trazado su viaje en su libro, Never Let Go, aunque el camino de cada uno será diferente. “Es posible que tengas que abandonar el plan que tenías en la cabeza para tu hijo”, indicó Alderson, cuya hija abandonó un colegio privado selectivo donde sufría acoso escolar, “pero escuchando, apoyando y defendiendo, puedes establecer una conexión más profunda. Es una oportunidad dolorosa, difícil y traumática”.
Emma Taylor, enfermera consultora en salud mental y responsable clínica de Wysa, afirmó que los jóvenes pueden salir fortalecidos y con más capacidad de recuperación, y de hecho lo hacen. “Los padres suelen buscar un ‘punto final’ en el que su hijo vuelva a ser quien era antes”, aseveró, “pero su hijo habrá aprendido mucho, tendrá nuevas habilidades, no será el mismo. Y la salud mental será algo en lo que seguirán trabajando, como lo es para todos”.