Daisy y Bhubo son dos buenos chicos. Son tan buenos que han permitido que sus compañeros humanos los pongan a ver una película con un gorro ridículo en la cabeza y metidos en el claustrofóbico tubo de un escáner de resonancia magnética. Su paciencia ha permitido descubrir cosas fascinantes.
Daisy y Bhubo son perros, por supuesto. UIn equipo de neurocientíficos se ha valido de ellos para realizar un experimento inédito. En primer lugar, los investigadores han grabado un vídeo de 30 minutos usando una cámara para simular la perspectiva del mundo de un perro. El contenido del vídeo está también centrado en la vida de un can doméstico. En el se pueden ver a otros perros con y sin correa, perros interactuando con personas, coches pasando por la calle, premios, juguetes, o gatos.
Después, han metido a Daisy y Bhubo en el escáner MRI y les han puesto el vídeo de media hora tres veces. También han hecho lo propio con personas para poder comparar los resultados. El objetivo del experimento era, en primer luigar, averiguar si se puede estudiar el cerebro canino mediante ese procedimiento y sí, se puede. El segundo objetivo era, literalmente, tratar de entender cómo ven el mundo los perros o, en términos más científicos, estudiar cómo funciona la percepción visual en el cerebro de los perros. Aquí es donde el estudio realmente ha dado con datos muy interesantes.
Resulta que los perros interpretan el mundo de manera sutilmente diferente a la de los humanos. En lugar de centrarse en identificar o clasificar objetos (algo en lo que los humanos somos expertos), los perros atienden a la acción que se realiza con esos objetos. “Los humanos estamos muy orientados a objetos”, explica Grefgory Berns, Profesor de psicología en la Universidad de Emory y principal autor del estudio. “Solo en el idioma inglés hay diez veces más sustantivos que verbos porque tenemos una particular obsesión con nombrar y diferenciar las cosas. Sin embargo, los perros parecen menos preocupados por saber qué es el objeto. En su lugar se centran en observar qué se puede hacer con él, en la acción”.
La actividad cerebral en humanos, por ejemplo, se dispara el 99% de las veces al clasificar tanto acciones como objetos. En el cerebro canino, sin embargo, es la identificación de acciones la que dispara picos de actividad el 88% de las veces. La razón de esto no está clara. Para empezar, y aunque diferencian menos colores, los ojos de los perros tienen más receptores de movimiento. Quizá sea un resultado de miles de años de evolución afinando los sentidos hacia la detección de amenazas. Una tercera hipótesis es aún más fascinante y está relacionada con el olfato. Los perros tienen un sentido del olfato mucho más desarrollado que el de los humanos, y de hecho la parte de su cerebro involucrada en procesar la información olfativa es también mucho mayor.
Es posible que la detección y clasificación de objetos en el cerebro canino se realice por el olor y no por su aspecto visual. Esa parte es más difícil de demostrar en un experimento con MRI como este, pero como el propio Berns acota: “Solo el hecho de que ya hayamos podido realizar este es destacable”.