Según la versión más extendida, un meteorito enorme que impactó en el área de lo que hoy es Yucatán desencadenó una serie de desastres en cadena por todo el planeta que provocaron la extinción de los dinosaurios hace unos 66 millones de años. Un nuevo estudio defiende que esa versión no es cierta.
Sabemos por los registros fósiles que la Tierra ha pasado por cinco eventos en los que gran parte de la vida sobre el planeta sencillamente pereció. Sabemos el momento aproximado en el que tuvieron lugar esas cinco extinciones masivas, pero no qué las provocó exactamente. Los dos sospechosos más probables de esas extinciones son dos. El primero es la caída de grandes meteoritos cuyo impacto altera el clima del planeta a escala global. El segundo son períodos de intensa actividad volcánica cuyo efecto es similar de cada a la habitabilidad.
Cada año suelen salir estudios que aportan pruebas en dirección a uno u otro culpable, y esta vez les ha tocado a los volcanes. Un nuevo estudio publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) aporta evidencias de que son los volcanes y no los meteoritos, los culpables de que cada cierto tiempo la vida en el planeta se vuelva muy complicada.
Lo que los autores del estudio explican es que cuatro de estas extinciones masivas (incluyendo la de los dinosaurios), están asociadas a erupciones volcánicas masivas. Es una relación demasiado constante como para considerarle mera casualidad. Sin embargo, solo la extinción masiva de hace 66 millones de años tiene un impacto de meteorito asociado. Las demás no pueden asociarse a ese tipo de evento por mucho que hemos buscado rastros de su existencia. “Nuestros resultados hacen muy difícil ignorar el papel que jugó el vulcanismo en estas extinciones”, explica el profesor de ciencias planetarias Brenhin Keller, uno de los autores del estudio.
¿A qué tipo de erupciones se refieren los autores? Desde luego a nada que hayamos visto en la corta historia del ser humano. Los volcanes de los que hablan se conocen como inundaciones de basalto, y son erupciones que cubren regiones enteras de lava. Por establecer una comparación, una inundación de basalto puede contener 100.000 kilómetros cúbicos de magma. La desastrosa erupción del Monte San Helena, en 1980, liberó tan solo un kilómetro cúbico de magma.
El problema de estas erupciones no es que los animales mueran por entrar en contacto con la lava. Es que son tan masivas que consumen grandes cantidades de oxígeno de la atmósfera y las sustituyen por otros gases menos amables como el monóxido de carbono. Las especies que tienen la mala suerte de pisar el planeta durante ese período sencillamente se asfixian.
Cuando se enfrían, esas masivas erupciones dejan tras de sí enormes zonas de roca basáltica conocidas como regiones ígneas. Conocmos al menos dos de esas regiones que están vinculadas temporalmente con erupciones masivas, una en lo que hoy es Siberia que tiene el tamaño de Australia. La otra, vinculada a la extinción de los dinosaurios, cubre toda la planicie de lo que hoy es el subcontinente indio.
Al contrastar las épocas de extinción masiva con inundaciones de basalto, los investigadores hallaron una correlación con un margen de error del 1%. La relación con impactos de meteorito conocidos, sin embargo, es mucho más débil.
Por supuesto, la acción de un meteorito en algunos de estos eventos no puede descartarse. Los autores del estudio explican que el meteorito de Chixulub probablemente agravó una situación que ya era muy grave debido al vulcanismo extremo. Lo que piden es que no se descarte la actividad volcánica como factor en estas extinciones, algo que sin duda nos podría ser útil si algún día a la corteza terrestre le da por querer extinguirnos.