La música es una rareza desde el punto de vista biológico”, dice el neurocientífico de la Universidad McMaster Daniel Cameron. “No tiene ningún beneficio evolutivo. No nos ayuda a reproducirnos, no nos alimenta ni nos proporciona refugio. ¿Por qué nos gusta tanto y no podemos resistirnos a movernos a su ritmo?” Cameron y sus colegas han descubierto que su influencia va mucho más allá de lo cultural.
Los investigadores se preguntaban si hay algo más, aparte de impulsos sociales, que nos lleva a saltar a la pista de baile y mover el esqueleto. Concretamente querían averiguar si hay algún mecanismo biológico que nos hace responder a la música aunque no seamos conscientes de ella. Para probar su hipótesis metieron a un montón de voluntarios en una sala de conciertos especialmente desarrollada en la Universidad McMaster llamada LIVELab, y los sometieron a música que en frecuencias muy bajas fuera del alcance de nuestra capacidad auditiva. A continuación, monitorizaron el movimiento de las personas mediante sensores sujetos a sus cuerpos.
Tras alrededor de una hora sometidos a ese ritmo inaudible, descubrieron que los participantes se movían un 12% más durante los intervalos en los que se reproducía música inaudible que en los que simplemente había silencio. Tras ser entrevistados al final de la sesión incluso afirmaron haber disfrutado del ritmo pese a reconocer que eran incapaces de escuchar nada conscientemente. Los resultados del estudio se han publicado en la revista Current Biology.
El experimento ha probado que los seres humanos bailamos al ritmo de la música aunque nuestros oídos no la escuchen. La cuestión que queda sin resolver es ¿Cómo es capaz nuestro organismo de percibir esas frecuencias? Ahora mismo se barajan dos hipótesis. La primera es que las bajas frecuencias mueven los fluidos en el interior de nuestro oído interno, provocando una respuesta cerebral a nivel subcortical. La segunda posibilidad es que los sonidos acaricien los nervios internos de nuestro tacto.
Harán falta más análisis para determinar el mecanismo exacto. Por ahora, lo que parece claro es que la expresión “sentir la música en los huesos” es más que una mera forma de hablar.