Hay unos seis millones de personas con Parkinson en el mundo. Sin embargo, este dato es solo una anécdota. A medida que el planeta envejece, esa lista crece. Sobre todo, porque a pesar de todo lo que se ha intentado en las últimas décadas, no tenemos un tratamiento eficaz para frenar o ralentizar la evolución de la enfermedad.
Ahora, un estudio liderado por investigadores españoles ha probado una nueva técnica que da algunas esperanzas de cara a mejorar los tratamientos en enfermedades neurodegenerativas y neurológicas.
Nuestra gran esperanza… tiene problemas. Ante esa falta de herramientas terapéuticas, en los últimos años muchos investigadores han empezado a utilizar terapias génicas contra la enfermedad. Es decir, han construido vehículos terapéuticos (habitualmente) que permitan introducir ADN en las neuronas vulnerables para alargar su «vida útil», impedir su degeneración o potenciar su actividad (y compensar la degeneración de otras).
Y ese problema tiene nombre y apellidos: la barrera hematoencefálica. Y es paradógico porque se trata de uno de los grandes sistemas defensivos del ser humano. En esencia, es un conjunto de tejidos que actúan como filtro entre el sistema sanguíneo y el sistema nervioso central: mientras dejan pasar el oxígeno y los tejidos, impide el paso de sustancias tóxicas que podrían dañar a nuestras neuronas.
No es un filtro perfecto: hay sustancias como el alcohol, la nicotina o el éxtasis que sí consiguen atravesar la barrera. Pero ha sido lo suficientemente eficaz como para mantener con vida a un sin fin de especies. Tan eficaz que los virus que intentamos colar para que combatan al Parkinson, no suelen pasar. Aquí es donde están los investigadores españoles.
¿Qué han hecho? Han probado una nueva técnica que, mediante ‘ultrasonidos focalizados de baja intensidad’ (LIFU), permite abrir la barrera hematoencefálica en zonas específicas y permitir que los ‘vehículos terapéuticos’ la atraviesen para alcanzar con muchos menos problemas las áreas cerebrales deseadas.
La buena noticia es que, tras probar la técnica en monos (y en tres pacientes humanos), todo parece indicar que es segura y factible y “podría permitir intervenciones tempranas y frecuentes para tratar enfermedades neurodegenerativas”.
¿Neurodegenerativas? ¿Pero no hablábamos de Parkinson? Ahí está la clave: los investigadores han trabajado con una técnica concreta contra el Parkinson; pero si aprendemos a ‘abrir’ la barrera en zonas concretas, no nos quedaremos en el Parkinson: otras enfermedades neurodegenerativas (como el Alzheimer) o los cánceres que afectan al sistema nervioso central serán los siguientes.
Un buen paso, pero solo un paso. No obstante, aún queda mucho por estudiar. Abrir la barrera significa que puede pasar casi cualquier cosa y, dependiendo de la cosa, puede ser peor el remedio que la enfermedad. El mismo artículo explica que uno de los monos sufrió una inflamación tras la aplicación de la nueva técnica.
Hay que estudiar más y mejor todo lo que rodea al uso de estas técnicas de ultrasonidos. Es decir, si queremos utilizar las LIFU, tenemos que encontrar formas de proteger el Sistema Nervioso Central. No sé si lo conseguimos pronto, pero desde luego noticia como estas nos hacen ser optimistas.