Michaela DePrince, nacida como Mabinty Bangura en Sierra Leona en 1995, falleció a los 29 años, dejando al mundo de la danza en estado de conmoción. Durante su infancia, perdió a sus padres en la brutal guerra civil que azotó su país y fue enviada a un orfanato donde sufrió discriminación debido a su vitiligo, una condición que causa pérdida de pigmentación en la piel. En ese lugar, la etiquetaron como «hija del diablo» y le dijeron repetidamente que nadie la adoptaría.
A pesar de estas adversidades, su vida dio un giro cuando fue adoptada por Elaine y Charles DePrince, una pareja estadounidense que la llevó a Estados Unidos. Allí, Michaela enfrentó nuevos desafíos, incluyendo el racismo en el mundo del ballet, donde le dijeron que «el país no estaba preparado para una bailarina negra». Sin embargo, su determinación y talento la llevaron a ingresar en la Rock School for Dance Education y posteriormente a destacadas compañías de ballet.
A los 17 años, su participación en el documental «First Position» capturó la atención internacional, mostrando su preparación para la prestigiosa competencia Youth America Grand Prix. Este impulso la llevó a formar parte del Ballet Nacional Holandés y más tarde del Boston Ballet, consolidando su estatus como una estrella mundial de la danza.
La noticia de su fallecimiento ha sorprendido y entristecido a muchos, incluyendo a figuras como Beyoncé, a quien llegó a deslumbrar con su talento. Aunque las causas oficiales de su muerte aún no se han dado a conocer, su legado perdurará como inspiración para muchos que ven en su historia un ejemplo de superación y pasión por el arte.