Durante los últimos meses, se ha estado gestando una disputa comercial entre México y Estados Unidos. El protagonista de esta disputa es uno de los grandes símbolos culinarios del país: las tortillas o, más concretamente, su ingrediente principal, el maíz. Y por concretar más aún, el maíz transgénico.
El origen de la disputa está en el anuncio, hace unos meses por parte de México, en el que el Gobierno del país expresaba su determinación de prohibir la entrada de maíz transgénico desde Estados Unidos. Desde entonces el país latinoamericano rebajó el tono de su anuncio para centrarse en el maíz de consumo humano (en contraposición al maíz utilizado para alimentar al ganado).
Esto no bastó a las autoridades estadounidenses, si bien las mexicanas parecen estar avanzando en esta dirección. Su último paso ha sido el de crear un grupo de trabajo especialmente destinado a investigar el impacto de las importaciones de maíz genéticamente modificado y su presencia en las tortillas.
Para los estadounidenses, estas medidas suponen un incumplimiento del tratado comercial entre los tres grandes países norteamericanos, USMCA (United States-Mexico-Canada Agreement), el tratado que sustituye desde 2020 al tratado anterior, NAFTA.
El argumento de los estadounidenses es que el tratado estipula que si los países miembros quieren regular cuestiones de seguridad alimentaria, estas deben estar basadas en la ciencia. Y lo cierto es que, a día de hoy no existen pruebas de que los organismos genéticamente modificados (GMO), los transgénicos, y los alimentos derivados de ellos supongan un riesgo particular para la salud humana.
Es aquí donde el nuevo grupo de trabajo impulsado por las autoridades mexicanas podría tener su razón de ser. Según informaba Reuters, este operativo ha sido puesto en marcha por la autoridad sanitaria mexicana Cofepris y su consejo científico Conacyt, con el objetivo de evaluar los riesgos asociados al consumo de maíz transgénico.
Cerca del 90% del maíz producido en los EE UU es transgénico y México importa unos 17 millones de toneladas al año de maíz de su vecino norteño. Se trata ya hoy en día de maíz amarillo, una variedad con menos contenido nutricional usada principalmente para alimentar al ganado y procesamiento industrial.
México produce adicionalmente otros 15 millones de toneladas de esta variedad. La variedad blanca es, sin embargo, la que se utiliza para fabricar la harina de las tortillas. La producción nacional mexicana es más alta, de unos 27 millones de toneladas.
Resulta difícil deducir qué parte de esta nueva guerra comercial responde a genuina preocupación por los potenciales impactos de los GMO en la salud (o el medio ambiente), y qué parte corresponde a intereses económicos.
El debate sobre los productos transgénicos se ha aplacado en nuestro país en los últimos años, pero el escepticismo con respecto a la modificación genética de productos alimentarios sigue presente, ya sea por su posible impacto en la salud, ya sea por su impacto ambiental.
Con respecto al primer punto, sus efectos sobre la salud, hoy por hoy seguimos sin indicios de ellos. Lo que es más, este tipo de tecnologías se ha utilizado para crear alimentos más cargados nutricionalmente, cosa que potencialmente podría ayudar a solventar los problemas de malnutrición en algunos lugares del mundo.
El potencial para causar problemas medioambientales, por otra parte, no es tan claro. Como herramienta preventiva, los GMO se crean de manera que no puedan reproducirse y así generar impactos ambientales semejantes a los que podría causar una especie invasora. Sin embargo un “mal uso” de estos cultivos podría estar llevando a ciertas plantas a desarrollar resistencia a los herbicidas.
Que los problemas detectados con los GMO sean muy limitados no quiere decir que su percepción social negativa deba ser ignorada. La percepción popular puede afectar a las medidas tomadas por las autoridades de un país, a veces incluso pudiendo acarrear más problemas que beneficios.