La no es otra cosa que una forma de responder a preguntas que nos planteamos. ¿Por qué estas personas enferman? ¿Cuántos planetas hay en nuestra galaxia? ¿Lloverá mañana? ¿Por qué la sopa que guardaba en la nevera se ha puesto azul?
Esta última pregunta se la hizo la microbióloga Elinne Becket, de la Universidad del Estado de California en San Marcos. Lo que ocurrió a continuación ha recibido el nombre de “La saga de la sopa azul”. Una saga que comienza en marzo de este mismo año.
La saga comenzó con una sopa de carne guardada en la nevera. Al hacer limpieza, la microbióloga se dio cuenta de que la sopa no sólo se había puesto mala: se había vuelto azul. Sin aún saber el revuelo que causaría, Becket comentó el suceso en Twitter.
“Bien, me estoy delatando aquí, pero había sopa de carne olvidada que acabamos de limpiar de nuestra nevera ¿¡¿¡¿y era AZUL?!?!? (…) Aun con todos mis años en micro[biología] no estoy llevando esto bien”, explicó a través de la red social.
Lo que podría haberse quedado en una curiosa anécdota se viralizó y a través de Internet, un pequeño grupo de investigadores profesionales y amateurs acabó uniéndose alrededor de la propia Becket, quien recogió varias muestras de la sopa en bastoncillos para preparar cultivos.
La propia Becket comenzó con los cultivos. También envió muestras a través de todos los Estados unidos hasta llegar a Sebastian Cocioba, un biólogo amateur residente en el estado de Nueva York.
A partir de las muestras recogidas por Beckett, comenzaron a preparar distintos cultivos utilizando sopas y agar, una sustancia habitualmente utilizada para realizar cultivos microbiológicos y, curiosamente, también como condimento alimenticio. Dejaron que los cultivos prosperaran en distintas condiciones y temperaturas (entre 4º y 37ºC).
Mientras los cultivos avanzaban, las hipótesis comenzaban a surgir. Y no todas tenían las mismas implicaciones que las otras. Dos de las candidatas eran las bacterias Pseudomonas fluorescens y P. aeruginosa. Estas bacterias segregan pioverdinas, un tipo de pigmento verduzco. La segunda de las bacterias también segrega otro pigmento, piocianina, de tono más bien azulado. Ambos términos, “fluorescens” y “aeruginosa”, aluden a la apariencia que estas bacterias generan, una flurescente y la otra de color verde azulado.
Como explicaba Cocioba a através de Twitter, la primera de estas bacterias es considerada más segura. La segunda sin embargo es una bacteria más regulada debido a su infecciosidad y a la toxicidad (propiciada entre otras sustancias por la misma piocianina). Esto habría implicado la necesidad de eliminar las muestras y los cultivos para evitar males mayores.
Los involucrados pronto pudieron descartar la P. aeruginosa. El motivo es que, pese a segregar este colorante, los sedimentos celulares de esta bacteria no adquieren el color azul que los cultivos de Cocioba empezaban a desarrollar (tienden a colores beige o rosa, como indicaba otra usuaria en Twitter).
El trabajo de laboratorio s9e prolongó durante varios días. Los investigadores realizaron cultivos a partir de los cuales extrajeron muestras, aislaron colonias y repitieron. Compararon los crecimientos de los cultivos con otros sospechosos habituales de la contaminación alimentaria como la Escherichia coli.
Tras un mes de trabajo, los investigadores obtuvieron los resultados de la secuenciación ARN ribosomal 16S. Los resultados encontraron en las muestras material genético que en un 75% se correspondía a bacterias del género Pseudomonas, aunque parecía ser más bien una mezcla de varias especies de esta categoría. También encontraron trazas de Enterobacter y Lactobacillus.
¿Caso cerrado? Todavía no. Ya a mediados del mes de abril, nuevos resultados de laboratorio llegaron hasta Becket. En ellos, además de Pseudomonas, aparecía un nuevo culpable. Era la bacteria Serratia quinivorans. S. quinivorans también es capaz de segregar un pigmento azul, la indigoidina.
El misterio de la sopa azul atrajo la atención de muchos. Hasta el punto de generar sus propios spin-offs: distintos usuarios reportaron casos parecidos en los que alimentos o en su entorno.
Hay dos moralejas que podemos extraer de esta historia. La primera tiene que ver con la apertura de este artículo: la ciencia es una herramienta que tenemos para saciar la curiosidad humana. A veces esta curiosidad es un potente motor que acaba llevándonos a nuevos descubrimientos. A veces sólo es un pasatiempo que nos permite aplacar esta curiosidad.
La segunda es que a veces conviene guiarse por los sentidos a la hora de decidir qué alimentos llevan habitando nuestra nevera durante más tiempo del que es prudencial. Las Pseudomonas no son el único microorganismo que amenaza nuestro bienestar estomacal si decidimos jugárnosla.
Al fin y al cabo, otro viejo conocido de las cocinas es el moho, un grupo heterogéneo de hongos que a menudo pueblan los alimentos que olvidamos durante más tiempo del prudencial. No todos los mohos son iguales, algunos nos han dado la penicilina y el queso azul, pero la toxicidad de algunos de los géneros que causan estas colonias puede jugarnos una mala pasada.