Los seres humanos, como primates, tenemos ciertas similitudes con ellos: manos pentadáctilas con pulgar oponible, orejas redondeadas a los lados de la cara, ojos en posición frontal, cara más o menos plana, labios hábiles… Aunque también es cierto que entre los más cercanamente emparentados como los chimpancés, tenemos diferencias significativas. Por eso puede resultar llamativa la apariencia casi humana de las crías de chimpancé.
¿A qué se debe esto? ¿Por qué una cría de chimpancé —o de gorila, o de orangután— se parece tanto a un ser humano y, al crecer, pierde parecido? ¿Qué tienen las crías de este animal, que las haga parecerse tanto a una persona?
¿La cría de chimpancé parece humana, o el humano se parece a una cría de chimpancé?
La perspectiva antropocéntrica siempre sitúa al ser humano como modelo con el que comparar al resto de los organismos; una idea tan arrogante como falsa, perpetuada por siglos de creacionismo y pensamiento religioso. Si se analiza la cuestión desde la perspectiva de la evolución, encontramos un panorama bien distinto.
Así como un padre no se parece a su hijo, sino que es el hijo el que se parece a su padre, no son las crías de otros primates las que parecen humanas. El orden es relevante. Las crías de primates tienen el mismo aspecto desde hace millones de años, y al madurar, adquieren ciertos rasgos que no tenían durante la infancia. Son los seres humanos los que, evolutivamente, mantienen la apariencia infantil durante la adultez; son los seres humanos adultos los que parecen crías de primate, en un proceso que, en biología evolutiva, es conocido como neotenia, un tipo de pedomorfosis.
La pedomorfosis y la neotenia
En biología evolutiva del desarrollo hay una serie de procesos que reciben el nombre global de heterocronía: se define como aquel cambio en el ritmo de los procesos de desarrollo que da lugar a la forma y el tamaño de los organismos. Hay principalmente dos tipos: la pedomorfosis —también llamada paidomorfosis— y la gerontomorfosis. La pedomorfosis es definida como el proceso evolutivo por el cual, los descendientes de un linaje retienen, durante la etapa adulta, los rasgos que eran infantiles en sus ancestros. La gerontomorfosis es el caso contrario: los jóvenes de los descendientes adquieren rasgos de los adultos de sus ancestros.
Dentro de la pedomorfosis —que es el caso que nos ocupa—, hay dos fenómenos distintos, que dependen de que se acelere o se retrase el desarrollo.
Por un lado, se encuentra la progénesis, adelantamiento del desarrollo sexual sin variación en el desarrollo somático. Como consecuencia, los organismos descendientes de un linaje adelantan su maduración sexual, adquieren la capacidad reproductiva y alcanzan la edad adulta antes de que su cuerpo termine de desarrollarse, manteniendo la apariencia infantil o juvenil.
En el otro sentido está la neotenia, que se caracteriza por un retraso en el desarrollo somático. De este modo, aunque el tiempo pase, los rasgos infantiles se conservan más tiempo, y cuando alcanza el desarrollo sexual, aún mantienen características propias de las crías, que se mantienen en la etapa adulta.
La neotenia en humanos
Hay muchos rasgos neoténicos en los humanos. El más característico y visible tiene que ver con el aspecto: como ya se ha indicado, los adultos humanos conservan la apariencia de las crías de los primates ancestrales, y no llegan nunca a alcanzar el aspecto de un primate ancestral adulto —que sería semejante al que tienen chimpancés y gorilas modernos—.
Pero hay un rasgo neoténico que ha resultado ser fundamental en la evolución humana, y tiene que ver con el desarrollo del cerebro. Durante la gestación, la formación del sistema nervioso en chimpancés y humanos tiene, más o menos, el mismo aspecto. Sin embargo, tras el nacimiento, los chimpancés detienen su desarrollo cerebral en etapas mucho más tempranas, mientras que los seres humanos continúan en estadíos ontogénicos plásticos durante más tiempo. Esto permite una mayor capacidad de aprendizaje, un mayor desarrollo psicosocial y cognitivo, y una mayor plasticidad cerebral en la etapa adulta.
La neotenia tiene varias ventajas evolutivas en humanos. Conservar rasgos neoténicos durante la edad adulta facilita conservar la plasticidad y adaptabilidad propia de la infancia, más allá de la infancia, incluyendo la capacidad de aprendizaje, evitando el estancamiento y alta especialización de los adultos de otros primates. Además, tiene un efecto significativo en la cohesión social: las crías de animales sociales presentan un esquema corporal que las hace adorables, el conocido como kindenschema. Mantener ciertos rasgos infantiles en la edad adulta permite mantener la empatía entre miembros del grupo, facilita las relaciones sociales y despierta la voluntad de protección del prójimo.