El proceso evolutivo no es caprichoso. Cuando surge un rasgo hereditario en un organismo, solo hay dos formas de que se extienda a toda la población: por deriva genética, o por presión selectiva.
La deriva genética es un efecto estocástico; es decir, una circunstancia absolutamente aleatoria que sucede cuando no todos los organismos de una población se reproducen con la misma frecuencia, pero sin la intervención de ningún factor selectivo externo. Aunque tal fenómeno existe, es poco frecuente y minoritario. Lo más habitual, sin embargo, es la presión selectiva, un efecto que genera el ambiente sobre las poblaciones, haciendo que algunos individuos —los más aptos— se reproduzcan más que el resto. El ejemplo más sencillo es la selección natural, aunque hay otras formas, como la selección sexual o la selección artificial.
Estrictamente hablando, no hay un ‘por qué’ para la aparición de un rasgo evolutivo, en el sentido de finalidad o propósito. La evolución es de naturaleza autotélica, no teleológica. Así pues, no hubo una finalidad en la bipedestación, el paso de caminar a cuatro patas, a hacerlo en dos. Somos bípedos porque algunos organismos entre nuestros ancestros adquirieron esa adaptación y resultó beneficiosa para desenvolverse en su entorno.
Las preguntas más oportunas serían, pues, ¿qué cambios anatómicos supuso el proceso de bipedestación?, o ¿qué condiciones ambientales propiciaron que esos rasgos se vieran favorecidos?
De cuatro patas a dos
Hasta donde sabemos, la bipedestación del linaje humano sucedió hace unos 4 millones de años, antes de Australopithecus, pero después de que nuestro linaje se separase del que dio lugar a chimpancés y bonobos.
Pasar de postura cuadrúpeda a bípeda no es un cambio único que afecte solo a un rasgo anatómico. Muy al contrario, deben acumularse muchas adaptaciones morfológicas. Hay grandes diferencias entre los primeros homínidos bípedos, representados por géneros como Kenyanthropus, Ardipithecus, Paranthropus o Australopithecus, el más conocido, con los seres humanos modernos. La forma de la cara, la complexión o la estatura no son rasgos relevantes en el bipedismo. Los cambios de cuadrúpedo a bípedo se enmarcan principalmente en cinco regiones anatómicas: piernas, caderas, brazos, columna vertebral y cráneo.
Las piernas sufren los cambios más evidentes. El peso del cuerpo pasa de estar soportado por cuatro extremidades a solo por dos, y para que pueda sostenerse en el tiempo, el esqueleto de las piernas debe reforzarse. El muslo se hace más largo y rota hacia dentro, de modo que dispone las piernas verticalmente bajo el cuerpo. Las articulaciones se hacen más robustas, lo que permite soportar más peso.
El pie también cambia drásticamente; los primates cuadrúpedos tienen manos y pies con una morfología similar, con pulgares oponibles. Al hacerse bípedos, el pie se adapta para proporcionar una plataforma que sostenga el peso del cuerpo, el pulgar se alinea con el resto de los dedos, y se desarrolla un talón fuerte y robusto.
Las caderas también sufren modificaciones importantes. Las piernas y la espalda, en un animal cuadrúpedo, forman un ángulo recto, mientras que en los homínidos bípedos forman casi un ángulo llano. La inserción de la cabeza del fémur se reacomoda; el hueso ilíaco se hace más grueso y corto, con dos crestas adaptadas para soportar la fuerte musculatura, donde destacan los glúteos. La inserción de la espalda también cambia, adopta la posición vertical, y la columna vertebral adquiere una forma sinuosa; se inclina hacia delante en la región lumbar, y se curva hacia atrás a la altura del tórax, adquiriendo una forma de “S”.
Los brazos, antes empleados para la locomoción, quedan libres. No se necesita una musculatura tan fuerte, los hombros se disponen hacia los lados, abriendo la cavidad torácica, y los omóplatos se acoplan en la espalda. Pero el cambio más sorprendente, e inevitable, se da en el cráneo. En un animal cuadrúpedo, el foramen mágnum —el hueco craneal que permite la salida de la médula espinal— se encuentra en un ángulo obtuso respecto a la orientación de la cara. Sin embargo, en los homínidos bípedos, la verticalización del cuello hace que el foramen mágnum descienda en ángulo recto.
Las ventajas del bipedismo
Los distintos rasgos evolutivos que dieron lugar a la bipedestación no habrían sucedido si en el proceso no hubiese habido ventajas evolutivas que facilitasen su mantenimiento y su generalización en las poblaciones de homínidos prehistóricos.
El bipedismo requiere de una serie de preadaptaciones que no se dan en todos los organismos. Para algunos investigadores, como el grupo de S. K. S. Thorpe, de la Universidad de Birmingham, un factor clave fue la ascendencia arbórea de los antepasados de la humanidad. La braquiación o la capacidad de algunos primates para moverse de rama en rama, colgados por los brazos, es un comportamiento que verticaliza el cuerpo de forma similar al bipedismo.
Así pues, algunos cambios, sobre todo los que tienen que ver con la posición de piernas, brazos y caderas, pudieron estar presente en los ancestros de los australopitecinos antes de que iniciaran su marcha bípeda. Preadaptaciones que, de hecho, están presentes en otros grandes simios como el orangután. Es muy probable que el ancestro común entre el chimpancé y el ser humano también fuese un animal braquiador.
Los ancestros de la humanidad habitaban en la sabana, donde las hierbas altas obstaculizan la visión. A diferencia de otros animales, que centran sus comportamientos en los sentidos del oído y del olfato, los primates priorizan especialmente la vista, por lo que la capacidad de erguirse para mirar por encima de la hierba seguramente supuso una gran ventaja a la hora de encontrar alimento o escapar de posibles depredadores. Además, en posición erguida, la superficie expuesta al sol era menor, y eso proporcionaba una mayor supervivencia en el calor de la sabana africana.
Las ventajas del bipedismo no quedaron ahí. La nueva postura corporal permitía un centro de gravedad situado sobre los pies, reduciendo en gran medida la energía necesaria para la locomoción. Los brazos, ahora libres, permitieron mejorar la capacidad de transporte, manipulación, y en última instancia, el uso de herramientas. Y la nueva disposición del foramen mágnum, en la base del cráneo en lugar de la región posterior, permitió la esferificación de la cabeza, y un desarrollo mayor del cerebro (La evolución de la inteligencia humana), con todas las ventajas que conlleva.