En uno de los escritorios de Pepín, en la segunda planta del edificio administrativo de Distribuidora Corripio, hay un tablero de ajedrez con algunas piezas ambiguas.
Excepto las torres y los caballos, las demás pueden confundir a cualquier jugador distraído.
¿Cuál es el rey y cuál la reina? La pieza 4-CR (escaque cuatro del caballo, flanco del rey), ¿es un peón o es un alfil? Para evitar un error lamentable el poco habituado a las apariencias, o el que divaga entre jugadas, debe sopesar muy bien antes de moverse en el tablero.
Digamos de esta que es la manera apropiada de proceder, especialmente en los negocios, un mundo en el cual muchos consideran a este hombre un sujeto particularmente dotado.
Pero hay un inconveniente. En los últimos veinte años en el pueblo dominicano ha florecido el interés por el dinero y, como se le considera un Rey Midas, muchos han querido conocer sus secretos empresariales, hecho que lo ha convertido en un hombre muy expuesto.
Esto hace que escribir las impresiones de una conversación con Pepín Corripio esté rodeado de dificultades. ¿Qué no ha dicho en público que pueda ser aprovechado? Conversaciones, conferencias y reconocimientos recogen sus consejos y anécdotas sobre aspectos variados de la vida dominicana y los negocios, al punto que a un vendedor de aguacates se le puede oír diciendo que se levanta a las 5:00 de la mañana porque es la hora a la que pasa la buena suerte, “como dice Corripio”.
Hay algo, sin embargo, que parece un agujero en la pared por donde se puede mirar: la disposición para conversar y la apariencia de que aprecia la compañía de los periodistas, acaso por algún particular interés en la política.
Esta puede ser una vertiente clave, poco explotada de su personalidad. Tal vez su verdadero placer es el tratar con los intelectuales, y como los periodistas son los obreros de ese mundillo poblado de egos desbordados y mismidades, los mira con curiosidad.
En el fondo se puede alcanzar a ver algo, como por una rendija, de su gusto por las vanidades intelectuales, que es como decir del egoísmo creativo, así que se puede afirmar de él que de no haber conocido a tiempo el mundo de los negocios hubiera sido periodista o pensador.
Al principio la conversación tenía lugar entre tres (Pepín, José Monegro y Miguel Febles) y se lo notaba animado. Nada, absolutamente, presagiaba ninguna dificultad en la conversación cuando se integró Ányelo Mercedes y fue iniciada la entrevista.
Al adentrarse en detalles de su vida, deja ver el combustible que hasta hoy ha movido una de las eficientes turbinas económicas de la sociedad dominicana, si se tiene en cuenta la ambigüedad de las piezas de su ajedrez.
El ajedrecista puede tener mucho de lobo estepario —en el sentido de vida solitaria—, de administrador de la vida interior.
El grado de intensidad de lo que pasa por dentro de una persona puede ser medido por algunos indicios exteriores; el ajedrecista, en cambio, puede manejar su infierno interior en silencio y soledad y con la conciencia clara de los riesgos en cada movimiento una vez la partida ha sido puesta en marcha. Pepín juega desde niño y todavía se deleita con anécdotas de aquel tiempo.
A parte de sus mantras del éxito enlistados hasta hoy, acaso este detalle diga algo de su talento que pueda serle útil a terceros: lo importante de andar atentos, cuidar cada movimiento y estar consciente de que en cada partida, aunque se quiera ganar, se puede perder y que esto no es el fin del mundo (el dinero no lo es todo en la vida aunque calme los nervios mientras Cristo viene, según Félix Espinosa).
Cuida las cosas pequeñas al punto de parecer perfeccionista. Y a un observador cuidadoso no le pasará desapercibido que, en realidad, actúa en los detalles.
Tal vez por esta razón su persona, el hombre, parece una pieza de madera a la que le ha sido aplicada la gama completa de los tipos de lija, desde la más gruesa a la más fina, en taller de ebanista.
Y este carácter, al parecer imperturbable, que avanza en la conversación con paso seguro mientras se habla de su vida y de negocios o dinero (para él debe ser lo mismo), se detiene y reflexiona cuando se llega a un punto en el que entiende que debe cuidarse.
Es cuando uno se da cuenta de que por fin ha sido encontrado un punto del que no se ha hablado mucho, acaso nada, en los cientos o miles de entrevistas, charlas, conferencias o conversatorios en los que se maneja con la naturalidad del pez en el agua.
La pregunta, acaso en estos términos, “su madre, ¿Qué papel jugó en el desenvolvimiento de los negocios y de la familia?”, lo hizo detenerse un momento. A partir de allí empezó a caminar en un terreno por lo visto poco frecuentado. Debía de estar usando una balanza cerebral en su cabeza todavía eficiente a sus 88 años para mover el caballo a la posición apropiada.
Pensaba y volvía a empezar: el ajedrecista valoraba detalles cruciales.
“En todas las historias familiares, el padre, y sobre todo en aquella época, tenía un rol más visible y más preponderante que el de la madre”, afirmó al destacar el rol de su madre.
José Luis Corripio Estrada atribuye a su madre, Sara, un papel estelar en la formación de su carácter. Y dice de su esposa, Ana María Alonso, y de sus hijas Lucía y Ana, que son los ángeles guardianes de la unidad familiar.