Los expertos barajan que ‘Il Duce’ mantuvo un mínimo de 600 relaciones con otras tantas amantes en el Palacio de Venecia
ABC.-A Benito Mussolini se le pueden colgar una infinidad de adjetivos horribles. Machista, asesino y dictador son solo algunos de ellos. Sin embargo, lo que nunca se le podrá achacar es haber mentido a las muchas mujeres que amó sobre su sexualidad desenfrenada. Cuando conoció a su amante más famosa, Clara Petacci, fue sincero hasta el dolor: «¿Qué cuántas relaciones he tenido? Los primeros tiempos de Roma fueron un desfile continuo de mujeres en el hotel. Me acostaba con unas cuatro al día». En otra ocasión, después de que su jovencísima novia descubriera un cinturón femenino en la habitación, fue todavía más duro: «Hubo una época en la que tenía catorce amantes, y las poseía una tras otra».
La voracidad en la alcoba del dictador es cuasi legendaria en el sentido más literal de la palabra, pues cuesta discernir qué hay de verdad y qué de mentira tras ella. El historiador australiano Richard Bosworth, uno de los últimos biógrafos del italiano, afirmó en su obra ‘Claretta. L’ultima amante del duce’ que era un «obseso del sexo» y «un enfermo de comportamiento brutales» en la cama. En nuestras fronteras, la periodista Rosa Montero llega incluso más allá. La autora de ‘Dictadoras: Las mujeres de los hombres más despiadados de la historia’ recoge que Mussolini padecía algún tipo de enfermedad que le hacía pensar constantemente en mantener relaciones con mujeres de forma bestial. Hoy, todavía cuesta saberlo.
No les falta razón, como demuestran tanto los diarios personales del italiano, como las conversaciones que mantuvo a lo largo de su extensa vida con sus amantes. En ‘Las mujeres de los dictadores’, la escritora Diane Ducret recoge una frase que Mussolini dijo a la propia Petacci: «Te amo con locura… quisiera devastarte, hacerte daño, ser brutal contigo. ¿Por qué mi amor se manifiesta con esta violencia? Siento la necesidad de aplastarte, de hacerte pedazos… un impulso violento. Soy un animal salvaje». Sus biógrafos más destacados corroboran este hecho y que se comportaba como un animal cuando mantenía relaciones sexuales: gritaba, arañaba, mordía… El famoso ensayista Antonio Scurati, estudioso de la figura del fascista, resume todo con tres palabras: «Maníaco del sexo».
En todo caso, la persona que ayudó a cimentar la fama de mujeriego de Mussolini no fue un historiador. Tal y como desvela Carlos Berbell en su obra ‘ Los más influyentes amantes de la historia’, fue su propio chófer, Quinto Navarra, quien desveló que había mantenido relaciones sexuales con entre 600 y 7.000 mujeres desde 1922. La cifra no es baladí, sino que se sustenta en las cartas que el dictador recibía de sus admiradoras y que se clasificaban de forma cuidadosa. Tras ser investigadas por las autoridades, aquellas chicas que resultaban ‘agraciadas’ –si es que puede llamarse así– eran invitadas a un encuentro con el líder en las dependencias de su palacio. El resultado era el imaginable.
Encuentros fugaces
La relación de Mussolini con ese sexo de tintes brutales comenzó desde su juventud. En palabras de Montero, al comenzar a salir con la que fue su esposa definitiva, Rachele Guidi, ella le confesó que no había tenido sexo con ningún hombre. El entonces futuro dictador tomó la iniciativa y la forzó sobre una butaca. A partir de ese momento dio rienda suelta a sus más bajos instintos y la alcoba se convirtió en un asunto de estado. El historiador Álvaro Lozano, por ejemplo, recuerda en ‘Mussolini y el fascismo italiano’ que nuestro protagonista decidió quedarse en casa con una joven antes que desfilar ante el monarca después de ser nombrado presidente del Consejo de Ministros Reales en 1922.
Pero tanto Berbell como Montero coinciden en que su etapa más prolífica en lo que a sexo se refiere fue cuando era ya el jefe del Gobierno. Los muros del Palacio de Venecia, desde dónde solía declamar a los italianos locuras como la proclamación del Imperio Italiano tras la anexión de Etiopía, se convirtieron en testigos mudos de cientos de relaciones extramatrimoniales. «Cuando subió al poder no necesitó ‘cazar’, muchas chicas se sentían seducidas por su creciente poder y otras por su ‘virilidad’ o sus fanfarronadas», desvela la autora. La mayoría enviaban cartas en las que pedían mantener una audiencia con el ‘Duce’ y él, aprovechado, ordenaba a sus servicios secretos que seleccionaran a las más bellas y a las menos peligrosas.
Sus biógrafos afirman que recibía a las mujeres casi a diario. El momento predilecto era durante la tarde. «Las poseía rápidamente, muchas veces vestido enteramente y con las botas puestas. Con las más asiduas tenía sexo sobre la alfombra o sobre la mesa. Con las nuevas, en un banco de piedra, sobre el que antes acomodaba un gran cojín», añade la autora. Maniático hasta el extremo, dedicaba dos habitaciones para sus fugaces encuentros. La primera era la Sala Mapamundi, un amplio despacho destinado al jefe del Gobierno desde el que Mussolini decidía el destino del país y en el que se quedaban las nuevas amantes. A las conocidas las veía en la Sala del Zodíaco. «Le parecía más romántica, bajo un cielo raso de planetas y estrellas», explica la experta.
La historiadora Carmen Llorca confirma esta versión de los hechos en su obra ‘Las mujeres de los dictadores’: «El objetivo de Mussolini era una mujer al día. Y en la Sala Mapamundi del Palacio de Venecia era introducida todos los días una mujer. Montero define aquellos encuentros como «de naturaleza conejil» por su rapidez. Apenas duraban unos minutos. «Ellas se sentían satisfechas de haber conocido al gran líder, orgullosas de haber sido tocadas por él, como fans encantadas de haber podido satisfacer los deseos del gran Duce», explica la española. Huelga decir que Petacci conocía al dedillo la agenda de su esposo, sabía de estas conquistas y, por lo general, las soportaba. Aunque no era raro que rompiera a llorar por pura frustración.
Brutal y obsesionado
Pero el sexo no se limitaba a aquellos encuentros. Una vez en casa, Mussolini también mantenía relaciones con Clara, una joven a la que la escritora Ducret define como «una chica de preciosas curvas, tez clara, ojos melancólicos y pecho opulento» que se dejó llevar por aquel enamoramiento. Sus padres, como bien señala la experta, favorecieron aquella relación fuera del matrimonio a pesar de que eran religiosos en extremo. «Ella venía de una familia romana burguesa. Su padre formaba parte del equipo médico del Papa Pío XI y también dirigía una clínica para la clase alta en Roma. Su madre era muy católica y era raro verla sin un rosario en la mano», añadía la autora en declaraciones a la BBC hace algunos años.
En los diarios que Petacci escribió entre 1932 y 1938 mostró, sin pretenderlo, el lado más vergonzoso y oscuro de Mussolini. La joven le definió como un hombre con un gran apetito sexual que no dudaba en presumir de las muchas amantes que atesoraba. Aunque, cuando soltaba alguna de estas fanfarronadas, solía recordarle rápidamente que, desde aquel feliz día de 1936 en que se conocieran, ella era la única que había en su harén. Una falsedad tan gigantesca como la ingente cantidad de pelas que hubo entre ambos por los celos de ‘Ricitos’, como la conocían.
Y es que, en ‘Mussolini y el fascismo italiano’, Lozano recalca que la virilidad sexual no era algo que ‘Il Duce’ escondiera, sino que era una parte esencial de su imagen. «Las mujeres eran consideradas presas a las que tomaba de forma casi brutal en su casa de la via Rastella, arrastrándolas por el suelo con frecuencia y sin quitarse los zapatos o los pantalones», desvela. El autor añade incluso que «adoraba que oliesen a sudor» y que él mismo evitaba lavarse tras mantener relaciones. «Prefería rociarse con agua de colonia», incide.
Los diarios de Petacci suponen la corroboración de este Mussolini casi bárbaro. En sus múltiples anotaciones, la joven se jactaba de que ambos retozaban en la cama durante horas, hasta que a su vetusto amante le «dolía el corazón». Aunque solo paraban el tiempo justo para que recobrase fuerzas y volviese a la carga de nuevo. «Le beso y hacemos el amor con tanta furia que sus gritos parecen los de un animal herido», desvelaba en otra ocasión. Para alguien como esta joven, que llevaba escribiendo cartas y poemas de amor al dictador desde los 14 años (la primera vez que se vieron le preguntó intrigada por ellos sin saber que para él no tenían importancia alguna) aquello era un sueño.
Petacci, a la que Mussolini definía como su primera concubina, se dejó encandilar por el magnetismo de aquel personaje. Lo mismo que el resto de sus amantes. Un atractivo, por cierto, que cautivó al mismísimo Winston Churchill. Así lo desveló el ‘premier’ británico tras una visita a Italia antes de la Segunda Guerra Mundial: «No pude evitar quedar hechizado, como han quedado muchas otras personas, por el carácter dulce y el comportamiento sencillo del signor Mussolini, así como por su aplomo calmo y objetivo a pesar de tantas responsabilidades y peligros. […] Si yo hubiera sido italiano, estoy casi seguro de que habría estado a su lado». Tenía algo, vaya. Aunque ese algo fuera malvado.
A pesar de la ingente cantidad de amantes que atesoraba, Mussolini logró convencer a Petacci de que ella siempre había sido y sería su predilecta. Y es que temía perderla. Lo cierto es que todo parece apuntar a que así fue. No en vano, y tal y como desvela el artículo de la BBC, la chica era la única de sus amantes que tuvo una habitación propia en el Palacio de Venecia y contaba con guardaespaldas y chófer propio. Al parecer, ambos solían encontrarse en misa los domingos para, a continuación, retirarse a sus habitaciones para mantener relaciones sexuales en la oficina privada de ‘Il Duce’.
En los diarios, Clara desvela también las conversaciones de cama que mantuvo con Mussolini. Horas en las que el líder fascista le explicó, por ejemplo, que había mantenido un encuentro fugaz y erótico con la esposa del monarca Humberto II. Al parecer, ella intentó acostarse con él, pero ‘Il Duce’ no pudo tener una erección. Tampoco dudó en desvelarle inseguridades tales como si estaría a la altura de Napoleón. El día que conoció a Adolf Hitler, en palabras de la joven, se mostró exultante. No se creía que el alemán le tuviera como a un referente y que hubiera llorado al estrecharle la mano. «Cuando me vio había lágrimas en sus ojos, realmente me aprecia mucho. Es muy agradable, una persona muy emotiva por dentro», le confesó.