La estrella de Barnard: nuestra vecina cósmica invisible

Un gran número de las estrellas más cercanas a la Tierra resulta completamente invisibles a simple vista y de hecho no fueron descubiertas hasta los inicios del siglo XX, cuando los telescopios habían avanzado lo suficiente como para que empezáramos a ser conscientes de que la Vía Láctea no es la única galaxia del universo o que éste se expande. La estrella más cercana, Próxima Centauri, tiene un brillo demasiado débil para ser vista sin ayuda. Las dos compañeras que completa el trío del sistema Alfa Centauri sí son visibles, pues son similares en tamaño al Sol. La cuarta estrella más cercana al sistema solar, la estrella de Barnard, tampoco resulta visible al ojo humano.

Hubo que esperar hasta 1916 y a que el astrónomo estadounidense Edward Emerson Barnard midiera su movimiento en el cielo descubriendo a la estrella conocida qué más rápido cambia de posición aparente, aún a día de hoy. Este dato ya le dio una pista a Barnard sobre la cercanía de la estrella. Debía encontrarse muy cercana a nosotros (además de moverse bastante rápido) o de lo contrario su velocidad real sería próxima a la de la luz, algo nunca visto hasta o desde entonces, especialmente lejos de un agujero negro supermasivo. Efectivamente, al poco tiempo se observó que esta estrella se encontraba apenas por debajo de los 6 años luz de distancia, convirtiéndola en la cuarta estrella más cercana al Sol, pues Proxima Centauri había sido descubierta justo un año antes.

La estrella de Barnard es una enana roja con una masa que es aproximadamente un 16 % de la masa del Sol y un diámetro un 19 % del de nuestra estrella. Esto significa que es algo más grande y masiva que Proxima Centauri y que tiene el doble de diámetro que Júpiter, pero una masa 150 veces mayor. Esto es así porque la mayor gravedad de la estrella de Barnard le permite comprimir el hidrógeno y el helio que la componen con mayor eficacia, alcanzando densidades mayores y suficientes para iniciar los procesos de fusión nuclear que la convierten en una estrella.

La velocidad aparente de esta estrella en nuestro cielo es tan grande que en las décadas que dura una vida humana, recorre aproximadamente la mitad del tamaño angular de la Luna. En números absolutos esta velocidad asciende a los alrededor de 140 kilómetros por segundo con respecto al Sol, lo que significa que dentro de casi 10 000 años se situará a 3’75 años luz de distancia. Cuando llegue ese momento seguirá siendo la cuarta estrella más cercana al Sol, porque el trío que forma el sistema Alfa Centauri también se acerca al Sol, aunque casi 4 veces más lento. Además, seguirá resultando invisible al ojo humano pues su magnitud aparente pasará de 9’5 en la actualidad, a 8’5 durante ese máximo acercamiento.

La estrella de Barnard es mucho más antigua que el Sol o que las estrellas de Alfa Centauri. Existe cierta incertidumbre en cuanto a su edad exacta, pero sabemos que debe tener entre 7 y 12 mil millones de años de edad. De estar el valor real cerca del límite inferior, haría que fuera considerablemente más ancestral que nuestro planeta, pero de estar en el límite superior, significaría que se encuentra entre las estrellas más longevas de nuestra galaxia. Tenga la edad que tenga, la estrella de Barnard se encuentra en los primeros estadios de su vida, pues se calcula que estrellas con tan poca masa pueden permanecer en la secuencia principal durante cientos de miles de millones de años y la estrella de Barnard podría vivir para ver al universo alcanzar 70 veces su edad actual. Esta avanzada edad hizo que resultara especialmente sorprendente la observación de varias llamaradas solares de gran intensidad. La primera de estas observaciones fue en 1998, cuando se observó un fogonazo que alcanzó más de 8 000 K de temperatura, más del doble de la temperatura superficial de la estrella. La llamarada más reciente se ha detectado hace relativamente poco, en 2019.

Sabemos que las estrellas enanas rojas suelen emitir intensas llamaradas, pero pensábamos que este comportamiento era más común en sus etapas jóvenes. El hecho de que una estrella de como mínimo 7 mil millones de años de edad expulse llamaradas suficientemente intensas como para ser observadas desde la Tierra en un periodo de 20 años sugiere un alto nivel de actividad. De hecho se calcula que el ritmo observado de llamaradas estelares podría hacer desaparecer la atmósfera terrestre decenas de veces en apenas mil millones de años. Esto son malas noticias para las esperanzas de detectar planetas en órbita alrededor de esta estrella, como los que se propusieron en la década de los 60.

Más de 20 años antes de que se detectara el primer exoplaneta, el astrónomo neerlandés Piet van de Kamp afirmó haber detectado un planeta similar a Júpiter alrededor de la estrella de Barnard. Esto en una época en la que los instrumentos disponibles probablemente no tenían la sensibilidad suficiente para hacer tal descubrimiento. Aunque varios astrónomos aceptaron su propuestas con el tiempo se vio que no tenían mucho fundamento y que sus observaciones no podían ser replicadas. Más reciente, en 2018, se propuso la existencia de una supertierra de más de 3 veces la masa de nuestro planeta para explicar fluctuaciones en la velocidad radial de la estrella aunque se ha visto que estas fluctuaciones se deben a actividad en la propia estrella. Otras estrellas similares a la de Barnard, como Próxima Centauri o Kepler-42, sí tienen planetas confirmados orbitando a su alrededor, por lo que esperaríamos que ésta también los tuviera. Hasta el día de hoy su detección se nos resiste pero tal vez con la nueva generación de telescopios que se lanzarán en los próximos años podamos por fin soñar con un pequeño mundo orbitando alrededor de nuestra vecina cósmica invisible.