Pese a que muchos naturalistas a lo largo de la historia han expresado su preocupación por estudiar y conservar la riqueza natural de los ecosistemas, este sentimiento no caló en la población general hasta bien entrado el siglo XX. Una de las obras que se considera pionera en la divulgación sobre el impacto ambiental y precursora de la conciencia ecológica de la sociedad es Primavera silenciosa, en 1962, de la bióloga estadounidense Rachel L. Carson.
La importancia de conservar ecosistemas diversos
Desde entonces, la importancia de la conservación de la biodiversidad se ha convertido en prioridad científica y en bandera ideológica que, con sus luces y sus sombras, ha conseguido movilizar a sociedades y gobiernos. Esta preocupación creciente coincide en el tiempo con las consecuencias del mayor impacto antropogénico que ha sufrido la naturaleza. Un cambio climático, de causas antrópicas, y del que son los mayores responsables un puñado de grandes corporaciones y un número de países no muy superior, con el germen en un capitalismo feroz y una cultura del consumo desmesurado, pero cuyas consecuencias sufre todo el mundo, en el sentido más literal: toda la humanidad y todo el planeta.
Una diversidad de ecosistemas abundante es clave para la supervivencia del ser humano; la especie Homo sapiens depende profundamente de muchos de los entornos naturales que rodean sus poblaciones; desde los alimentos que se cultivan hasta el mantenimiento de la salud están íntimamente ligados al clima. El cambio climático no solo pone en riesgo la disponibilidad de determinados productos, sino que puede convertir regiones enteras en zonas inhabitables, y provocar conflictos geopolíticos. El mantenimiento de la especie humana exige la conservación de ecosistemas diversos. Es, sin duda, el mayor reto al que deberemos enfrentarnos como sociedad.
Pero el alto valor de la diversidad ecosistémica no es nuevo. El ser humano es un animal extraordinariamente adaptable; capaz de habitar en desiertos áridos como el Sahara, las selvas densas y húmedas como la Amazonía o en entornos perpetuamente congelados, como el círculo polar ártico, e incluso hay poblaciones que casi pasan más tiempo en el agua que en tierra firme, como los Bajau. Esta elevada capacidad de adaptación tiene su origen en la riqueza y diversidad de los ecosistemas.
La adaptación a biomas de los humanos prehistóricos
Una investigación reciente, llevada a cabo por el equipo de Elke Zeller, de la Universidad Nacional de Pusan, en Corea del Sur, ha explorado los movimientos de las especies del género Homo que salieron de África, y sus preferencias por distintos biomas, comparando seis distribuciones representadas en el registro fósil con el clima y la vegetación presente en aquellos entornos. El estudio, publicado en la prestigiosa revista Science, abarca tres millones de años de evolución humana, y aborda el papel de la vegetación y la diversidad de los ecosistemas en la adaptación y migración de los homínidos.
El estudio aborda seis especies humanas. Por un lado, las más primitivas, Homo habilis (de 1,6 a 3 millones de años de antigüedad) y H. ergaster (de 1,4 a 1,9 millones de años), ambas africanas, que se distribuían predominantemente en sabanas y praderas. Por otro lado, H. erectus (entre 1,9 millones de años y 117 000 años), la primera especie humana que salió de África, al menos que se tenga constancia; colonizó Eurasia desde la península ibérica hasta las costas orientales de China, y su distribución está asociada casi al 60 % con bosques templados y tropicales, y el resto, con praderas.
Homo heidelbergensis (de 700 000 a 200 000 años) fue el responsable de la segunda gran migración de África, hace unos 600 000 años. Su herencia evolutiva la encontramos en H. neanderthalensis, una especie que surgió en Eurasia hace no más de 230 000 años, y se extinguió hace apenas 40 000. Estas dos especies estaban más adaptadas a hábitats fríos, llegando a ocupar biomas de bosque boreal.
Finalmente, Homo sapiens, la última especie humana —y la única que sigue con vida—, también tiene su origen en África, y es la responsable de la tercera gran migración. Salió del continente por Oriente Medio, hace en torno a 100 000 años, y con el tiempo colonizó todo el planeta, desde tundras hasta desiertos. Es lo que en ecología se conoce como especie generalista.
La diversidad de ecosistemas, clave en la adaptabilidad humana
A medida que las nuevas especies iban encontrando entornos más diversos, se enfrentaban a la necesidad de aclimatarse, buscando estrategias para sobrevivir y prosperar en ambientes que, de entrada, podrían parecer inhóspitos. La historia de la evolución humana es la historia de su capacidad de adaptación progresiva, acorde a la variación de los biomas que se iban encontrando.
El máximo nivel de adaptabilidad se encuentra en Homo sapiens; flexibles y competitivos, nuestros ancestros sobrevivieron en entornos que para el resto de especies humanas eran inviables.
Al profundizar en las preferencias del paisaje, el equipo de Zeller encontró que a nuestros antepasados les gustaban los paisajes con una gran variedad de recursos vegetales y animales en las proximidades. Para sobrevivir en estos nuevos entornos, desarrollaron nuevas herramientas, mejores estrategias de caza y recolección, y sistemas culturales complejos y cohesivos. Se abrieron nuevas posibilidades; se encontraban con nuevas plantas comestibles, y con nuevos animales con los que, eventualmente, podrían asociarse para optimizar los recursos. Finalmente, de toda esta complejidad, nacería la domesticación, la agricultura, y por fin, el asentamiento en sociedades complejas.
Hay muchos factores que han esculpido a la humanidad y la han hecho tal y como es: la bipedestación, el dominio del fuego, la cocina, la organización tribal, la domesticación de plantas y animales… Pero de todos los factores, según los nuevos datos disponibles, la biodiversidad y la riqueza de los ecosistemas jugaron un papel imprescindible. Esa misma biodiversidad y riqueza que hoy, la misma humanidad pone en grave riesgo.