“La ciencia de las (buenas) ideas” o por qué hay que dejar de pensar en nuestros problemas para resolverlos

En su nuevo libro, el doctor en Biología y divulgador científico argentino Diego Golombek se sirve de la psicología, la neurociencia, la economía, la filosofía y hasta la inteligencia artificial para ofrecer consejos prácticos sobre cómo mejorar el pensamiento creativo e innovador. ¿Por qué a veces es mejor no pensar tanto y dejar que los problemas “respiren”?

“Dame una idea y moveré el mundo. Pero… ¿qué son las ideas? ¿De dónde salen? Y, sobre todo, ¿qué tiene que ver la ciencia con las ideas? Pues buen: mucho, todo, todísimo”, escribe el doctor en Biología, profesor y divulgador científico argentino Diego Golombek en su nuevo libro, La ciencia de las (buenas) ideas.

De la mano de psicología y la neurociencia, la economía, la filosofía y la inteligencia artificial, el autor ofrece un recorrido por los secretos de los “genios” de todas las épocas así como aporta consejos prácticos para la vida cotidiana y explica con claridad y rigurosidad cómo la ciencia puede ser útil (y no hablamos solo para los científicos) para resolver problemas y abrir caminos.

¿Cómo hacer que tengamos ideas? Años de trabajo en un asunto, el aburrimiento, el buen humor, el contacto con la naturaleza, una buena cantidad de horas de sueño y la asociación libre son grandes aliados para el pensamiento creativo. Pero, lejos de los conceptos de “musa” e “inspiración”, Golombek sostiene que las ideas no vienen por arte de magia, sino que requieren cuatro pasos que explica en el fragmento que puede leerse a continuación: preparación, incubación, iluminación y verificación.


Además, el autor de El parrillero científico, Las neuronas de Dios y Neurociencias para presidentes ofrece una mirada distinta a la hora de resolver nuestros problemas y postula que, muchas veces, lo mejor que podemos hacer ante una encrucijada (al contrario de lo que asumimos) es no pensar en ella. Simplemente salir a pasar, distraernos, dejar que el problema “respire”, o bien (y esto es lo más difícil) “relajarnos y evitar todo pensamiento consciente”.

La ciencia de las (buenas) ideas tendrá dos presentaciones. La primera, el martes 17 de enero a las 19, será una charla de Diego Golombek junto a Pablo Picotto en el Patio de los naranjos del Centro Cultural Recoleta (Junín 1930, CABA), con entrada gratuita e inscripción previa. La segunda, el jueves 19 de enero a las 20, una charla del autor en el Museo Municipal de Arte Juan Carlos Castagnino (Av. Colón 1189, Mar del Plata), con entrada gratuita e inscripción previa, en la que el autor explicará cómo impulsar la creatividad y el pensamiento innovador.

Solo piensa en eso profundamente, luego olvídalo, y una idea te saltará a la cara.

¿De dónde salen las ideas? Como siempre, el viejo dilema de la inspiración, las hadas, las musas, el momento exacto en el lugar preciso. Aunque quizá la inspiración no deja de ser una… obsesión. Como dice el (muy creativo) escritor chileno Alejandro Zambra:

No creo en la inspiración. Creo que es más bien trabajar en intuiciones y esas intuiciones son quizá la inspiración, no sé. Creo en las obsesiones. Creo que escribir siempre está relacionado con el deseo de dar forma a algo que no tiene forma y que no sabes bien qué es, pero que se presenta como una obsesión.

Y ya sabemos: toda obsesión viene de una pregunta, de un “no sé” que abre puertas, nos atraganta como si siempre tuviéramos 8 años, casi como si fuéramos una poeta polaca ganadora del Premio Nobel:

De cada problema resuelto surge un enjambre de nuevas preguntas. La inspiración, cualquier cosa que sea, nace de un perpetuo “no lo sé”.

Eso dice Wisława Szymborska, y no se detiene:

E­stimo altamente estas dos pequeñas palabras: “no sé”. Pequeñas, pero dotadas de alas para el vuelo. Nos agrandan la vida hasta una dimensión que no cabe en nosotros mismos y hasta el tamaño en el que está suspendida nuestra Tierra diminuta. Si Isaac Newton no se hubiera dicho “no sé”, las manzanas en su jardín podrían seguir cayendo como granizo, y él, en el mejor de los casos, solo se inclinaría para recogerlas y comérselas. Si mi compatriota María Sklodowska-Curie no se hubiera dicho “no sé”, probablemente se habría quedado como maestra de química en un colegio para señoritas de buena familia y en este trabajo, por otra parte muy decente, se le hubiera ido la vida. Pero siguió repitiéndose “no sé” y justo estas palabras la trajeron dos veces a ­Estocolmo, donde se otorgan los Premios Nobel a personas de espíritu inquieto y en búsqueda constante.

Vamos por buen camino, entonces: obsesiones y “noseísmos” como fuerza impulsora para las ideas. Quizá desde siempre… aunque no necesariamente se asoció a un imperativo: crearás, o no serás nada. De hecho, hasta el siglo XX la creatividad no fue un concepto muy popular, al menos de manera asociada a creadores humanos. Una posibilidad es rastrearla en los diccionarios, y recién en alguna edición del Oxford English Dictionary del siglo XVII aparece una mención, pero siempre de la mano de un dios creador. Parece sorprendente, pero a lo largo de la historia no nos asociamos a nosotros mismos con la idea de creatividad. Quizá se haya usado primero el adjetivo “creativo”, sobre todo en el romanticismo europeo.

Algo similar ocurre con la definición en castellano. Como ya vimos, ayer nomás, en 1970, el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia no lo incluía. Por esos años también se la empieza a considerar como un concepto más que importante para la educación.

Si nos vamos más lejos, y contrariamente al origen-de-casi-todo, hay pocos indicios de un concepto o búsqueda de creatividad entre los antiguos griegos. Más allá de ciertas libertades permitidas a los artistas, su arte debía ser representativo, no necesariamente creativo. El buen artista, y así siguió siendo por muchos siglos, era una especie de atleta de la destreza, como el buen cocinero o el mejor peluquero. La Edad Media no fue ninguna excepción, con un arte al servicio de la religión y un Único Creativo Allá Arriba.