Kevin Durant es ahora una llamarada en curso. Sus zapatillas levantan el reguero de pólvora y encienden todo lo que pasa alrededor. Atrás quedaron los días de decepción y hartazgo, la espera interminable por volver a sentir la adrenalina del juego. KD ataca por un lado, por el otro, y provoca frustración recurrente: si lo defiende un grande lo agrede con el ‘dribbling’, si lo defiende un chico le tira por encima.
El Barclays Center se desvive ante sus artes. Pieza única de relojería, el daño no ha sido suficiente para quebrarlo. La recuperación ha sido plena y es en este momento en el que se confirma el regreso perfecto. La vuelta a los primeros planos, un Ave Fénix deportiva que resurge de las cenizas ante los ojos del mundo.
¿Rotura del tendón de Aquiles? No puede ser posible. Nadie comprende cómo puede estar haciendo lo que ahora hace, a esa velocidad, contra esos rivales. Pero ahí está Durant recuperado al cien por cien. Teorema indescifrable para la defensa, jugador imposible si los hay, exhibe ante el mundo que el esfuerzo, la búsqueda de la excelencia constante, paga. Un motor encendido, una hoja en blanco y una ruta despejada para alcanzar sueños postergados.
Los Nets, pese a tamaña exhibición, tropiezan ante los Bucks en el séptimo juego de las Finales de Conferencia. Durant está solo, extenuado, dolorido. Con una toalla cubriendo su cabeza para evitar desnudar la frustración, saluda a sus rivales, acepta que la misión ha quedado inconclusa y camina rumbo a los vestuarios.
Lo que para muchos es el final del camino, para él será solo el comienzo. El proyecto ganador vuelve a estar en marcha.