Cuando las autoridades canarias se lanzaron a la complicada tarea de crear una playa artificial en la localidad de San Andrés, Santa Cruz de Tenerife, lo que tenían en mente era una estampa paradisíaca, una lo suficientemente atractiva como para atraer a legiones de turistas ansiosos por plantar sus sombrillas y toallas en una arena dorada. Aquello ocurrió entre los años 50 y 70. Hoy la playa de Las Teresitas es efectivamente un lugar bucólico para los veraneantes, pero también es conocida por haberse convertido casi en un «santuario» para otras criaturas que con toda probabilidad no entraban en la ecuación de hace medio siglo: tiburones.
Y no unos cualquiera
Y no unos cualquiera.
«Welcome to Las Teresitas». Para conocer el origen de la playa de Las Teresitas, al menos tal y como la conocemos hoy, hay que remontarse a la España del tercer cuarto del siglo XX, la del Desarrollismo franquista, cuando se planteó convertir lo que hasta entonces había sido una playa pedregosa, de rocas, piedra y una pequeña franja de arena negra, en un entorno paradisíaco dotado de su propia escollera y un arena digna del Caribe. El objetivo: atraer visitantes, claro.
Con el propósito de convertir la zona en un gran polo urbano y turístico, al más puro estilo Benidorm, se planteó levantar un hotel encima de la batería militar, 15.000 plazas turísticas, edificios en primera línea de playa y urbanizaciones. Lo más interesante era sin embargo su «corazón», su pieza estrella: una amplia playa artificial donde pudieran darse chapuzones tanto los turistas como los propios vecinos de Santa Cruz, que hasta entonces se veían obligados a acudir a playas pedregosas, castigadas por los embates del mar y afectadas por la pleamar.
Una playa sahariana en Canarias. El OK del Ministerio llegó en 1967 y tres años después el Consejo de Ministros aprobaba la reforma del Plan de Ordenación Urbana de la zona. Como relata Diario de Avisos, los trabajos arrancaron por la escollera, un amplio rompeolas de un kilómetro de largo construida a 150 metros de la orilla. A su resguardo, Las Teresitas quedó protegida del oleaje y se convirtió en una enorme balsa de agua salada. Ideal para chapuzones relajantes.
Quedaba sin embargo un detalle importante: la arena. En vez del grano negro se optó por otro más claro, traído desde el desierto del Sahara Occidental, entonces provincia española, en cuatro millones de sacos transportados por barco. Con ellos se tapizó una extensa superficie de playa, de cerca de 1,3 kilómetros de largo por 100 metros de ancho. Para 1972 Santa Cruz tenía ya su nuevo arenal, ampliado, de arena dorada y aguas tranquilas… y, de paso, unas cuantas leyendas urbanas, como las que afirmaban que en los sacos viajaban escorpiones y animales exóticos.
Éxito entre turistas… y algo más. No fue una mala apuesta. Al menos desde un punto de vista turístico. Hoy quizás veríamos con otros ojos lo de modificar una playa a las bravas, construyendo un enorme rompeolas y desplegando 240.000 toneladas de arena sahariana, pero medio siglo después Las Teresitas figura en los rankings de las mejores playas de Santa Cruz de Tenerife. Además de un entorno ideal para selfies los visitantes se encuentran allí quioscos y hamacas.
No todo son bañistas en Las Teresitas. Además de los lugareños y turistas hay otras criaturas que han mostrado tener una peculiar predilección por la zona: los Squatina squatina, más conocidos como tiburones angelote y que se caracterizan por un cuerpo ancho y aplanado que suele rondar los 150 centímetros de largo cuando alcanzan la edad adulta. Como especie nocturna, suelen nadar por el fondo durante las noches, alimentándose de peces, rayas, crustáceos y moluscos, y pasan el día enterrados en los fondos de la playa, ocultos entre la arena.
¿Y por qué están allí? En 2016 un grupo de investigadores constató que Las Teresitas es una zona de cría para el angelote y deslizó algunas ideas interesantes. Si bien hay constancia de que era una especie frecuente ya en el siglo XIX, se capturaba con frecuencia en palangres en los años 70 y se ha localizado en otros puntos del archipiélago canario, como El Hierro, La Palma, Gran Canaria o Lanzarote, los científicos apuntan varias características de la playa de San Andrés que podrían convertirla en un lugar especialmente atractivo.
«Los resultados de este estudio confirman que la playa está siendo utilizada como un área de cría por los angelotes de la zona», resaltan los investigadores, que han constatado que la frecuencia con la que se observan ejemplares es mayor y los juveniles se localizan también más fácilmente que en otros puntos. No solo eso: las crías también suelen permanecer o retornar a Las Teresitas. Sobre cuánto tiempo llevan allí, reconocen que hay constancia de angelotes desde al menos 1996.
Un remanso de paz para angelotes. Los veraneantes parecen no ser los únicos que encuentran allí un remanso de paz. «Las Teresitas cumple con las condiciones descritas para la mayoría de áreas de cría de tiburones costeros: zonas tranquilas con aguas protegidas de corrientes y oleaje, con alta producción de alimento para crías y juveniles y baja presencia de depredadores», explican los expertos, que señalan los cambios en la playa: «Su fisionomía, con un amplio rompeolas y bocas abiertas de pequeño tamaño en los extremos, hace que las aguas internas permanezcan tranquilas durante todo el año, incluso durante temporales».
Dado que las Teresitas es una zona de baño, además, la pesca profesional y recreativa están prohibidas en el interior de la playa. Solo se permite en la cara exterior de los espigones, ya hacia aguas abiertas. «Esta protección puede ser el motivo de la alta densidad de juveniles y adultos de especies de interés pesquero en su interior», reflexionan. Gracias a esa ventaja las crías de angelotes disponen de un generoso suministro de presas como los gueldes, sargos o chocos.
Una especie en peligro. Que podamos verlos con relativa frecuencia en las Las Teresitas —siempre y cuando tengamos bien entrenado el ojo para identificarlos en los fondos, claro— no significa que los angelotes campen a sus anchas. Al contrario. Si bien su área de distribución histórica abarca una franja que va de Noruega y Suecia a las costas de Marruecos, el Sahara y las Canarias, incluyendo el Mediterráneo o Mar Negro, durante el último medio siglo se ha visto perjudicado por la pesca de arrastre. En el archipiélago español se beneficia de la ausencia de este tipo de pesca por la profundidad y topografía de su lecho marino.
En aguas irlandesas se considera al borde de la extinción y se cree que a lo largo de los últimos años su población a nivel global ha sufrido «un declive drástico», como lo describía en octubre David Jiménez, doctor en Ciencias del Mar de la ULPGC. En 2019 incluso la población canaria de angelotes se incluyó en el Catálogo Español de Especies Amenazadas, una decisión en sintonía con la Unión Internacional de la Naturaleza (UICN), que considera a estos escualos en peligro.
Los «roces» de la convivencia. Compaginar facetas no siempre es sencillo. Y Las Teresillas no es una excepción. Su doble condición de polo turístico y «santuario» de angelotes deriva en ocasiones en ciertos roces, sobre todo cuando los bañistas pisan a las crías enterradas en la arena durante el día. El resultado: algunos mordiscos ocasionales, que no suelen ser graves, y ejemplares con malformaciones precisamente por los golpes que reciben.
Y si bien ese tipo de encontronazos suelen ser los más mediáticos, hay otros problemas más graves y fáciles de solucionar. Uno es la acumulación de basura en el fondo de la playa. Otro la pesca deportiva que, saltándose la normativa que los protege a desde 2010, sigue cebándose con este tipo de criaturas, como denunciaba al menos la Alianza por los Tiburones de Canarias en 2014.