El 30 de noviembre de 1974, los paleoantropólogos Donald Johanson y Tom Gray encontraron los restos de un homínido que era diferente a todo cuanto se conocía hasta la fecha. Pertenecían a la especie Australophithecus afarensis, pero aquél individuo – individua- pasaría a la posteridad como Lucy.
Se encontraban en el desierto de Afar (de ahí «afarensis»), en Etiopía, en una zona que había sido, miles de años atrás, un lago del que ya no quedaba nada. Aquél día, Gray tenía previsto explorar un área denominada localidad 162 y Johanson, siguiendo un impulso repentino, decidió acompañarle.
Después de rastrear varias horas bajo el sol abrasador del desierto, la búsqueda dio sus frutos, y los investigadores dieron con un montón de restos óseos que claramente pertenecían a un homínido: un fragmento de pelvis, restos de mandíbula, un par de vértebras, un fragmento de fémur… Johanson y Gray habían encontrado, sin duda, algo que merecía la pena.
Tras tres semanas de duro trabajo de todo el equipo al completo, se lograron recuperar cientos de piezas, un total de cerca del 40% del esqueleto del individuo en cuestión. En aquella época se hablaba mucho del ‘eslabón perdido’, ese supuesto ancestro común a partir del cual nuestro linaje se habría separado del de los chimpancés, y el homínido descubierto bien podría serlo, de ahí la euforia de los investigadores.
Lucy era especial porque, en aquel momento, era el esqueleto más antiguo que se había logrado excavar: aunque se habían encontrado fragmentos de mayor antigüedad, en este caso hablamos de un porcentaje de huesos muy elevado perteneciente al mismo individuo.
Hoy sabemos que el primer homínido fue mucho anterior a Lucy, ya que nuestro linaje se habría separado hace entre 5 y 7 millones de años, mientras que el esqueleto de Lucy se ha datado en unos 3,2 millones de años. Lucy pertenece a la especie Australopithecus afarensis, cuyo nombre se debe precisamente a la zona en la que se halló, el desierto de Afar. Se trataba de individuos pequeños, que medían entre 1,10 y 1,30 metros, de brazos largos, cerebro pequeño, y una morfología de la cadera que indica que ya eran bípedos pero también tenían la capacidad de trepar, algo que hacían habitualmente.
¿Por qué se llama Lucy?
Su denominación científica es AL-288-1, pero el mundo la recuerda como Lucy y es, seguramente, uno de los restos fósiles más famosos del planeta. Cuentan que, la noche de su hallazgo, el equipo de Johanson y Gray organizó una fiesta para celebrarlo, y que en el magnetófono no cesaba de sonar la canción Lucy in the Sky with Diamonds de los Beatles.
Hoy Lucy está presente en los museos de evolución humana de todo el mundo, y el estudio de sus huesos sigue aportando nuevas informaciones sobre las características y el modo de vida de los A. afarensis. Los restos de Lucy están guardados en una caja fuerte en Addis Abeba, capital de Etiopía. Se han descubierto otros fósiles de Australophithecus afarensis en diferentes ubicaciones de África Oriental, principalmente en Etiopía y Tanzania. Es posible que el futuro nos depare más sorpresas.