BARCELONA. – Al Barcelona, Europa, la Champions League, le viene grande. Le sigue viniendo grande como demuestra un dato tan frío como revelador: de los últimos 13 partidos disputados en la máxima competición continental solamente ha sido capaz de ganar tres.
Lo hizo contra equipos de segunda fila (dos al Dynamo Kiev y otro al Viktoria Plzen) y se ha estrellado no solo ante rivales de primer orden como Bayern Munich o Paris Saint-Germain, sino que contrincantes a los que debería enfrentar con toda solvencia (Inter de Milán, Juventus o Benfica) le han demostrado que a pesar de ser un club grande no deja de ser un equipo del montón.
Del Barça que asustaba por el continente no queda ni rastro pero, peor aún, del equipo que superaba funcionarialmente las liguillas para acabar derrumbado con noches de pesadilla en Turín, Roma, Liverpool o Lisboa se ha pasado a otro que ni es capaz de imponer su supuesto status en una fase de grupos. Puede aceptarse que el Bayern está uno o dos peldaños por encima, pero lo es menos que Juventus, Benfica o Inter sean capaces de arrodillarlo, someterlo y hasta eliminarlo a las primeras de cambio.
Despertado en LaLiga, que lidera por primera vez después de dos años y medio, habiendo enlazado una fenomenal racha de siete victorias consecutivas, marcando 20 goles y concediendo solamente uno, a la que acude a Europa se minimiza sin razón aparente y en duelos de mayor exigencia, enfrentado a rivales de entidad, veteranía y conocimiento se desvanece su ánimo, se resquebraja su confianza y se minimizan tanto sus virtudes como crecen los defectos.
No tiene el Barça la fuerza moral suficiente para imponer su presunta calidad técnica y mucho menos una esperada pero no aparecida brillantez futbolística.
Es una realidad reconocer que Marc-André ter Stegen, recibiendo tres goles, fue de largo el mejor futbolista del Barça frente al Inter, evitando que el equipo italiano, travesaño incluido, pudiera marcar hasta el doble.
Lo es también observar cómo Robert Lewandowski, ya con 14 goles en el bolsillo, se desespera ante la falta de balones en condiciones desde unas bandas donde Raphinha promete más de lo que ofrece y Ousmane Dembélé sigue siendo un futbolista tan anárquico como imprevisible. Puede ser un fuera de serie… Pero demasiado a menudo queda en nada.
Y entre unos y otros, con un proyecto en pañales, una plantilla de la que se suponía más mejoría de la que a la hora de la verdad ha ofrecido, en el vestuario sigue una vieja guardia que habiendo perdido los galones mantiene parte de su status. Xavi sigue creyendo ciegamente en un Sergio Busquets al que los partidos se le hacen demasiado largos y después de defenestrarle acabó acudiendo a Gerard Piqué cuando se quedó sin centrales, obviando la posibilidad de apostar por cualquier otra solución. Y Piqué demostró, fielmente, que no alcanza para estos menesteres.
El Barça se rompe en Europa y amenaza con arrastrar el derrumbe a la Liga y volver a los tiempos de depresión. No se sabe si jugar ahora mismo un Clásico ante Real Madrid (que para nada será definitivo en la suerte del campeonato) es el mejor escenario para este equipo que vive tan pendiente y colgado del marcador como lo está el propio club, que de entrada verá cómo se dejan de ganar no menos de 20 millones de euros por esta eliminación que se entiende un hecho de la Champions.