Marte es un planeta similar pero diferente a la Tierra. Ambos son rocosos, tienen atmósfera y han albergado agua líquida en algún punto de su historia, pero Marte es mucho más pequeño que la Tierra y está situado bastante más lejos del Sol, lo cual ha marcado su evolución. Marte tiene aproximadamente la mitad de diámetro que nuestro planeta, lo cual hace que su superficie tenga un área total que es menor a la superficie continental en la Tierra (que es alrededor del 30 % de la superficie total). Además, al haberse formado más lejos del Sol, su composición tiene más presencia de elementos ligeros y menos de metales pesados. Tiene una menor proporción de hierro y níquel y mayor presencia de hielos, lo que le da una densidad más comparable a la de las grandes lunas de Júpiter que a la de la Tierra. Esta menor gravedad hace que a pesar de ser considerablemente mayor que Mercurio, ambos planetas tengan una gravedad superficial muy similar.
Como ocurre con nuestro planeta, Marte tiene un interior diferenciado. La capa más profunda consiste en un núcleo metálico más denso, rodeado de materiales más ligeros. El núcleo marciano contendría principalmente hierro y níquel, como el terrestre, pero con mayor proporción de azufre y de otros elementos ligeros, hasta el doble que en la Tierra. Este núcleo está rodeado del manto, compuesto de silicatos y que sería responsable de haber creado los volcanes y demás estructuras geológicas a gran escala que podemos ver a día de hoy sobre la superficie del planeta rojo. En la actualidad su actividad se ha reducido hasta ser prácticamente inexistente. Por encima del manto se encuentra la corteza, la última capa sólida del planeta. Esta capa contiene principalmente silicio y oxígeno, pero también cantidades importantes de hierro, magnesio, aluminio y calcio.
Esta corteza ha sido estudiada en detalle por varios estudios que utilizaron medidas tomadas por la sonda InSight de la NASA. Esta sonda estuvo recabando datos sobre la sismología marciana desde que aterrizó, a finales de 2018, hasta que la acumulación excesiva de polvo sobre sus paneles solares nos obligó a finalizar la misión, en diciembre de 2022. Durante este tiempo InSight registró cerca de 1 500 temblores. La grandísima mayoría de ellos habían sido producidos por maremotos, pero también llegó a registrar las vibraciones generadas por el impacto de meteoritos.
En la Tierra las vibraciones creadas por los miles de terremoto que tienen lugar cada año, registradas por los miles de sismómetros repartidos por todo el planeta, han permitido conocer su interior con todo lujo de detalle. Hace casi 90 años, la geofísica danesa Inge Lehmann descubrió la diferenciación entre el núcleo interno y el externo aquí en la Tierra. El interno estaría en estado sólido, mientras que el externo sería líquido. Esto lo descubrió estudiando precisamente cómo las ondas sísmicas se transmiten y reflejan al atravesar las diferentes capas y, más importante, la interfaz que separa cada capa. Aún a día de hoy seguimos descubriendo nuevos matices del interior de nuestro planeta.
Utilizando todo lo aprendido de la sismología terrestre hemos intentado replicar estos experimentos en otros cuerpos. Las misiones Apollo de la NASA instalaron sismómetros en la Luna, que estuvieron operativos hasta 1977 y nos permitieron detectar lunamotos de hasta un 5’5 en la escala de magnitud de Richter (que a día de hoy está en desuso).
Con todo, la sonda InSight sigue produciendo resultados científicos, más de medio año después de que dejara de mandar datos desde Marte. El terremoto más grande registrado por la sonda ocurrió en mayo de 2022 y liberó una cantidad de energía tal que podríamos clasificarlo con un 5 en la escala de Richter. Las ondas sísmicas producidas por este maremoto se adentraron en el interior del planeta y también se dispersaron por su superficie. Algunas de ellas llegaron a rodear el planeta hasta 3 veces antes de disiparse lo suficiente para no ser detectadas por InSight. Analizando cómo depende la velocidad de las ondas sísmicas con su frecuencia, se ha podido delimitar el grosor medio de la corteza marciana y conocer mejor algunas estructuras de la parte superior del manto del planeta.
Estas mediciones se han combinado con los mapas de gravedad superficial de Marte, que determinan cómo varía la fuerza de la gravedad en cada punto de su superficie, en función de la estructura que se esconde bajo dicha superficie. Con este estudio se ha podido también confirmar el hecho de que la densidad de la corteza de los hemisferios norte y sur de Marte es muy similar. Esto es importante porque el planeta presenta una clara diferenciación entre estos dos hemisferios, estando el hemisferio norte entre 1 y 3 kilómetros más bajo que el sur y de hecho pensamos que el agua liquida de Marte debió acumularse en el hemisferio norte, formando un gran océano. Este estudio ha obtenido un grosor medio para la corteza marciana de entre 42 y 56 kilómetros, considerablemente mayor que el valor terrestre que está entre los 30 y 40 kilómetros para la corteza continental. La corteza oceánico es incluso más fina, teniendo cerca de 10 kilómetros de grosor de media.