Becaria reflexiona sobre lo que supone cumplir 40 años y las cosas que se vuelven complicadas a esa edad.
Los cuarenta son la decadencia vital. Muchas personas se empeñan en venderte que viven esta avanzada edad como si tuvieran veinte años menos, pero la realidad es que el paso del tiempo no perdona, y el cuerpo escombro menos aún. «Yo estoy mejor que nunca», dicen algunos, pero la realidad es que han tenido una experiencia vital anodina y ahora te quieren vender películas. El deseo no determina la juventud, ser un viejo decrépito no es algo subjetivo.
La realidad es que los 40, siendo optimistas, son el ecuador de la vida, casi la mitad de un siglo. Creerse joven por llevar ropa e infiltrarse en fiestas y conciertos de adolescentes, no es más que eso, una fantasía, una nube de color pastel mental.
Los cuarentones huelen a viejo
Según ciertos estudios, el olor a vejestorio empieza a gestarse a partir de los 30 años. Muchos se ofenden cuando se lo dices, pero tiene una explicación: la muerte de las neuronas encargadas de procesar las fragancias impide detectar el olor. A tu sistema hormonal le da igual la ropa que te pongas y cómo te sientas, el hedor físico sigue su curso biológico natural.
Achaques por todo el cuerpo
A esa edad te duelen cosas que no sabías que existían. El teléfono de la clínica de fisioterapia termina siendo uno de los números más frecuentes en tu agenda porque tienes más dolores que un cementerio. En palabras de Antonio de Teruel (41): «Hay muchas cosas que te limitan, el cansancio generalizado hace que tengas menos ganas de salir, y en cuanto te levantas del sofá ya corres el riesgo de lesionarte», comenta afligido.
Bares y hoteles para viejos
Un gran indicador de que los 40 no son los nuevos 20 por mucho que algunos se empeñen, son los bares. Alguien con cuarenta años en un bar de copas de la generación Z es un apestado; piensas que le falta un hervor o que es un pedófilo en busca de presas. Cada edad tiene sus antros. «A los cuarenta ya no encajas en bares que no vendan cafés y manzanillas», afirma Francisco de Almería (40). Las cosas como son.
Antonio, damnificado por la senectud de los cuarenta, comenta que «salir pasó de ser una actividad nocturna a quedar a la hora del vermú, y no puedes ir a hoteles de esos sin niños si eres padre como yo» y que «antes tomabas drogas cuando salías y ahora las tomas antes de salir para poder hacerlo». Apunta también otro indicador importante de la vejez: los gintonics bonitos para la foto: «De joven podías beber aguarrás en un garito con la música a todo trapo y ahora buscas terracitas sin música y pides gintonics que parecen ensaladas».
Deporte: actividad de riesgo a los 40
A esta edad ya todo va cuesta abajo y andar en bici por la ciudad debería ser catalogado como deporte olímpico. Añade Antonio: «Antes podías hacer deporte y ahora es una actividad de riesgo, te tienes que comprar un reloj que te avise si te va a dar un infarto».
Sexo a los 40: mejor en la pantalla
Al igual que el deporte, el sexo no está exento de los mismos riesgos. Chus de Lugo (40) reconoce que seguir jugando a los mismos videojuegos no te evita envejecer: «Antes no se me subía el gemelo o me daba un tirón follando, ahora hay que andar parando cada poco», cuenta con resignación, pero sin perder la sonrisa bobalicona del inexorable paso del tiempo.
Los 40 es una edad clave para empezar a estar más pendiente de posibles desequilibrios, bultos o signos sospechosos más importantes que el sexo: «De joven te afeitabas las pelotas por si triunfabas, y ahora lo haces para ver bien si te salen manchas», concluye Antonio con cierta hipocondría.