Acción y efecto de deprimir o deprimirse. Síndrome caracterizado por una tristeza profunda y por la inhibición de las funciones psíquicas, a veces con trastornos neurovegetativos. Tal es la definición de la Real Academia Española (RAE) del término depresión. La Organización Mundial de la Salud (OMS), en tanto, define a la depresión como “una enfermedad que se caracteriza por una tristeza persistente y por la pérdida de interés en las actividades con las que normalmente se disfruta, así como por la incapacidad para llevar a cabo las actividades cotidianas”.
En el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, utilizado en EEUU, la depresión aparece como “un sentimiento de tristeza y/o una disminución del interés o del placer en las actividades que se convierte en un trastorno cuando es lo suficientemente intensa como para interferir con el funcionamiento normal de la persona”.
En general, lo cierto es que las definiciones se ajustan bastante a lo que el imaginario social entiende por depresión: una persona hundida en la tristeza, sin motivación ni deseo para hacer las actividades que habitualmente realiza.
Sin embargo, esas descripciones están más relacionadas con la manera en que el trastorno de salud mental se manifiesta en las personas adultas, y -pese a lo que muchos creen- la depresión también puede presentarse en niños y adolescentes.
En el Día Mundial de Lucha Contra la Depresión, Infobae quiso conocer más acerca de cómo este trastorno afecta a la población infanto juvenil. Para comenzar, indagó a especialistas sobre si es fácil darse cuenta que un niño o adolescente está deprimido.
“Aproximadamente dos de cada 100 niños menores de 12 años sufren depresión y esta cifra aumenta a cinco de cada 100 en la población adolescente”, comenzó a explicar a este medio la médica pediatra Anahí Timo (MN 88.956). Y amplió: “Todos los niños pueden sentir tristeza y abatimiento por momentos, pero en general se considera que un niño está deprimido si el sentimiento de tristeza persiste y empieza a afectar su calidad de vida y hábitos”.
En opinión del doctor en Psicología Francisco Musich (MN 46.637), “en la mayoría de las ocasiones es difícil para los padres o docentes poder pesquisar si un niño, niña o adolescente se encuentra deprimido. Ello se debe a que la depresión se manifiesta de forma diferente, en la mayoría de los casos, en población infantil y adolescente”. Para el jefe de Psicología del Departamento Infanto Juvenil de Ineco, “en ciertas ocasiones, los adolescentes pueden presentar síntomas que se asemejen más a cómo se manifiesta la depresión en adultos, facilitando su identificación”.
“De hecho, usualmente los niños, niñas o adolescentes que arriban a las consultas suelen ser referidos por otras presunciones diagnósticas y síntomas que se pueden solapar y confundir con otros cuadros”, precisó.
Consultado sobre cómo se manifiesta este trastorno de salud mental a esas edades, el pediatra y psiquiatra infanto juvenil Juan Pablo Mouesca (MN 88.694) reconoció que “si bien la depresión es más frecuente en adolescentes, en niños también sucede y es más difícil de diagnosticar”.
Para el especialista de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP), “una de las trabas más comunes que se dan para el diagnóstico es que en general no se piensa en depresión en esta población, pero existe”.
“Otra dificultad es que a veces se manifiesta con irritabilidad o enojo con lo cual es difícil pensar en depresión -explicó acerca de cómo se presenta en niños-. En los adolescentes, en cambio, es más frecuente que aparezcan síntomas más parecidos a los de los adultos, como tristeza, humor deprimido, no sentir placer por hacer cosas, aislamiento, pesimismo, que pueden ir o no acompañados de síntomas físicos como trastornos del sueño (ya sea dormir mucho o no dormir), trastornos de la alimentación, cansancio, astenia, y en general problemas de aprendizaje”.
“En los niños la depresión aparece enmascarada y es más difícil de detectar”, insistió.
A su turno, Musich señaló que “a diferencia del adulto, donde, en promedio, la depresión se manifiesta con tristeza, desgano, falta de motivación y reducción de la actividad, en la población infanto juvenil la depresión suele presentar síntomas diferentes”. Y amplió: “A distinción del caso de los adultos, esta población suele cursarla con irritabilidad en vez de tristeza franca, o ambas en simultáneo: tristeza e irritabilidad. La presencia de esta última es la que genera gran confusión diagnóstica, enmascarándose así como un problema de conducta o actitudinal”.
Y tras destacar que “a su vez, los pacientes infanto juveniles con depresión presentan una disminución en la capacidad de disfrutar actividades previamente percibidas como placenteras, lo que se traduce en que dejen dichas actividades, las realicen con menor frecuencia o aquejen aburrimiento durante las mismas”, el especialista de Ineco agregó: “Otras características que aparecen son las dificultades del sueño, cambios en los patrones de alimentación (provocando un aumento o disminución del apetito), un funcionamiento general más lento, apesadumbrado, un aumento de pensamientos negativos hacia la persona, su entorno o su futuro, y un aumento del aislamiento social. Asimismo, es frecuente que aparezcan mayores dificultades para concentrarse y prestar atención, lo que suele impactar en el rendimiento escolar. Este es usualmente el motivo de consulta de muchos padres”.
En este punto, Timo sumó: “Al igual que en los adultos, en los niños y adolescentes, la depresión puede tener muchas manifestaciones atípicas. Los síntomas característicos son llanto, tristeza, aislamiento social, sentimientos de pesimismo, desesperanza y altibajos emocionales, bajo rendimiento escolar y alteración en la manera de vincularse con su familia y amigos en diversos ámbitos”.
Según la pediatra, “también puede presentarse con sentimientos de baja autoestima, pérdida de confianza, irritabilidad, nerviosismo, baja tolerancia a la frustración, hostilidad extrema, insomnio, aburrimiento y apatía, problemas de concentración, cansancio o falta de energía”. En tanto algunos síntomas físicos asociados que -dijo- pueden aparecer son “cefaleas o dolor abdominal recurrente, mareos y náuseas y es casi constante encontrar cambios en la rutina y hábitos como la alimentación, sueño, actividades e intereses”.