Más lío hubo en la previa, en discurso, que sobre la cancha. Como debía ser. Al final, solo nos quedó el fútbol, y es un alivio. Un partido enrarecido desde hace más de 40 años. Un rosario de infortunios que van desde la CIA, Reza Pehlavi, la Savak, hasta los tuits de US Soccer. El mantra de Billy Joel, “We didn’t start the fire”, bien habría servido como excusa para la federación estadounidense. Bajo el dictado de Weston McKennie, un futbolista superlativo, Estados Unidos venció su particular ‘Guerra Fría’ futbolística en Al Thumama, gracias al sacrificio de Christian Pulisic, quien se marchó aturdido del campo. Qatar 2022 sigue vivo para el USMNT. Para la valerosa Irán de Queiroz, puro orgullo y algo de fútbol, quizá no haya oportunidades más claras para revertir el mal fario. La venganza de Lyon se completó.
Esto es Doha o Teherán. Claramente parecía la segunda. Un enjambre ensordecedor se instaló en las gradas del Al Thumama y no se fue nunca. Todas las vuvuzelas de Irán estaban en Al Thumama. Las voces de 86 millones de personas, era imposible escuchar los pensamientos propios. Los decibelios alcanzaron el umbral del dolor cuando Tarami y Hajisafi lograban combinar en dos toques por detrás de Adams. Cuando Beiranvand manoteó el envío malintencionado de Dest, el bullicio casi pone el estadio al punto de ignición. Pasó que, mientras Azmoun, pícaro, siempre buscó cómo comerse las espaldas de Ream y Carter-Vickers, el ‘Team USA’ fluyó más o menos prolijo con McKennie como ancla y Adams como mariscal. El fútil cabezazo de Weah y su subsiguiente cañonazo hacia los asientos verdes sentaron el color del partido: era azul, pero el resultado, blanco y nada más.
Y nada más. Pero azul era. Y azul fue. McKennie divisó a Dest en la lejanía de la llanura; el lateral tuvo a bien el don de la mesura y optó por servir con la cabeza el gol a Pulisic, quien sacrificó la integridad de su cuerpo (y algunas neuronas) por un boleto a octavos de final . El “fútbol moderno” que mentaba Queiroz en la víspera. La nación estadounidense congregada en Al Thumama festejó comedida: Pulisic apenas daba signos de bienestar. Cuando volvió en sí, Berhalter alzó el índice aliviado para abortar sus planes de sustitución. Fue cuando Weah y Sargent, en un intercambio de favores, casi se cuelan insidiosos hasta la morada de Beiranvand. McKennie de mariscal, decíamos. Y sí, un Brady en potencia que leyó la trayectoria de Weah a espaldas de Majid; Tim, cuyo apellido comienza a hablar por sí mismo y no por su herencia, imitó a su padre con un sutil puterazo a la carrera. El VAR, con minuciosa (y casi neurótica) precisión científica, suprimió el gol por medio de la realidad virtual. El hombro de Weah había cruzado el plano ilegal. “El fútbol moderno”, decía Queiroz.
No sonaban más las trompetas cuando Ramin incursionó por el costado de Robinson y Ghoddos elevó su remate hacia la pequeña Teherán que se había edificado detrás de Turner. Poco después, el mismo ariete, que revolucionó el ataque de Queiroz desde el banquillo, apuntó a la horquilla y erró por un par de céntimos de rial. Irán no iba a claudicar. Con la misma receta intentó embocar Ezatolahi, pero con la misma suerte. Después, Sargent hizo de Pulisic y entregó su cuerpo a la causa: maltrecho, logró que Irán bajara las revoluciones. Berhalter puso el partido (y a Pulisic) en paños de pasiflorina. Y funcionó. Zimermann entró para rellenar el dique y Acosta, un poco más de lo mismo. Y aunque el frentazo en plancha de Pouraliganji causó pánico, el destino final ya se palpaba. El penalti que pidió Queiroz y toda Irán y el imperio Persa sobre Taremi no tenía demasiados elementos. Todo ya había acabado.