Las costas de Río de Janeiro se han convertido en un escenario privilegiado para observar a las ballenas jorobadas, que en estas semanas han llegado en gran número, ofreciendo un espectáculo natural que deslumbra tanto a visitantes como a investigadores. Esta presencia masiva es celebrada como un logro de los esfuerzos de conservación que, durante décadas, han buscado recuperar su población en el hemisferio sur.
Cada año, estos enormes cetáceos emprenden un largo viaje desde las gélidas aguas de la Antártida hacia zonas más cálidas de Brasil para reproducirse. Río es una parada clave en esta travesía, que tiene como destino final las costas de Bahia y Espírito Santo. En el Día Mundial de las Ballenas y los Delfines, celebrado el 23 de julio, los avistamientos cobraron un significado especial, con ejemplares que deleitaron con sus saltos y cantos característicos.
El biólogo marino Guilherme Maricato, del Proyecto Ballena Jorobada —una iniciativa impulsada por el Instituto Baleia Jubarte desde 1988—, explicó que este periodo es crucial para recolectar datos científicos. El equipo realiza análisis que van desde la identificación de rutas migratorias hasta estudios acústicos y de biología reproductiva, ya que en esta etapa los machos emiten complejas vocalizaciones para atraer a las hembras.
Liliane Lodi, bióloga con décadas de experiencia en el estudio de cetáceos, calificó la presencia de estos animales como “un regalo extraordinario”. Asegura que la recuperación de las jorobadas no solo es motivo de celebración para la ciencia, sino también una oportunidad para que el público aprenda a valorar y proteger la vida marina.
Sin embargo, no todo es positivo. En los últimos días, una ballena fue hallada muerta en la playa de São Conrado, y otras dos tuvieron que ser rescatadas tras quedar atrapadas en redes de pesca en el estado de São Paulo. Estos incidentes recuerdan que, pese a su recuperación, las amenazas para la especie persisten.
Según el último censo del Instituto Baleia Jubarte, la población de ballenas jorobadas que recorre el litoral brasileño pasó de 1.400 ejemplares en 2001 a más de 25.000 en 2022. Un crecimiento notable, posible gracias a la moratoria internacional que prohibió la caza comercial de ballenas en 1986.