Durante más de 40 años investigadores y eruditos de la historia del arte han contemplado el de Brécy Tondo, una pintura circular de 95 cm de diámetro que pertenece al Brécy Trust, con algo más que admiración, emoción o puro deleite pictórico. Lo han observado con curiosidad. Una curiosidad acuciante y concreta que se sustancia en una pregunta relativamente sencilla: ¿Quién es su autor? ¿Lo pintó Rafael, como creía de forma empecinada el coleccionista George Lester Winward cuando compró la pieza, a principios de la década de 1980?
Pregunta fácil de formular, claro. Contestarla ya es otro cantar. La cuestión lleva décadas botando sin que nadie haya podido dar una respuesta convincente. Hasta ahora. Gracias al apoyo de la inteligencia artificial un grupo de investigadores afirman haber dado de una vez por todas con una respuesta rotunda.
Para entender el resultado hace falta conocer antes la pintura. Y el porqué de la teoría de Rafael. En diciembre de 1981 George Lester Winward, un empresario del condado británico de Cheshire, decidió comprar la pieza y sumarla a su ambiciosa colección de arte. No lo hizo por un flechazo con la pintura y su representación de la virgen María con el niño Jesús en brazos. O no solo por eso, al menos.
Ver más allá de lo que alcanza el ojo
Durante más de 40 años investigadores y eruditos de la historia del arte han contemplado el de Brécy Tondo, una pintura circular de 95 cm de diámetro que pertenece al Brécy Trust, con algo más que admiración, emoción o puro deleite pictórico. Lo han observado con curiosidad. Una curiosidad acuciante y concreta que se sustancia en una pregunta relativamente sencilla: ¿Quién es su autor? ¿Lo pintó Rafael, como creía de forma empecinada el coleccionista George Lester Winward cuando compró la pieza, a principios de la década de 1980?
Pregunta fácil de formular, claro. Contestarla ya es otro cantar. La cuestión lleva décadas botando sin que nadie haya podido dar una respuesta convincente. Hasta ahora. Gracias al apoyo de la inteligencia artificial un grupo de investigadores afirman haber dado de una vez por todas con una respuesta rotunda.
Para entender el resultado hace falta conocer antes la pintura. Y el porqué de la teoría de Rafael. En diciembre de 1981 George Lester Winward, un empresario del condado británico de Cheshire, decidió comprar la pieza y sumarla a su ambiciosa colección de arte. No lo hizo por un flechazo con la pintura y su representación de la virgen María con el niño Jesús en brazos. O no solo por eso, al menos.
Ver más allá de lo que alcanza el ojo
Aquel hallazgo —reconoce Edwards— contribuyó a “disipar la idea de que se trataba de una copia victoriana”, pero quedaba pendiente la prueba definitiva que asociara el tondo con Rafael. Si es que lo había pintado él, por supuesto.
A lo largo de los años diferentes especialistas en la obra de Rafael han llegado a conclusiones tras examinar el Tondo que refuerzan la teoría inglesa. Por ejemplo, se ha apuntado que se pintó en Roma. Uno de ellos, Murdoch Lotian, incluso fue más allá y planteó que podría ser previo a La Madonna Sixtina, a la que tal vez sirvió de modelo. El dictamen definitivo para muchos ha llegado ahora, sin embargo. Y no de la mano de eruditos, sino de una inteligencia artificial.
Expertos de las universidades de Bradford y Nottingham han comparado el enigmático tondo con la pintura de La Madonna Sixtina mediante una herramienta de reconocimiento facial que emplea IA. El objetivo era encontrar similitudes entre los rostros de María y Jesús en ambas pinturas y su conclusión ha sido rotunda: en el caso de las madonnas el parecido detectado por la IA alcanzaba el 97% y en el del niño el 86%. Ambos porcentajes superan con creces el 75% que los expertos toman como referencia para hablar de un nivel de similitud idéntica.
“El estudio forense de comparación facial que hemos llevado a cabo ha confirmado que los rostros de la Madonna y el Niño de Brécy y los de la Madonna Sixtina son idénticos. Mirar las caras con el ojo humano muestra una similitud ovia, pero el ordenador puede ver mucho más profundamente que nosotros, a nivel de pixel”, explica el profesor Hassan Ugail, de la Universidad de Bradford.
Con ese dato y los estudios previos, Ugail y sus colegas son tajantes: “Se usaron modelos idénticos para ambas pinturas y, sin duda, son del mismo artista”.
Para pulir la herramienta, Ugail recurrió a millones de rostros que le permitieron entrenar un algoritmo que se encarga de reconocer y comparar rasgos faciales en miles de dimensiones. El sistema utiliza una red neuronal profunda (DNN) para pasar datos a través de múltiples filtros, lo que le permite identificar patrones con una precisión que supera con creces a la que alcanzamos los humanos.
“La tecnología se puede aplicar en una variedad de propósitos, incluido el análisis de arte e incluso la atención médica”, destaca el experto de Bradford.
Por lo pronto la herramienta ya ha logrado cerrar —al menos para los autores del estudio— un debate artístico que llevaba décadas enfrentando a los eruditos.