Cuando vives solo en una isla desierta y la única compañía que tienes son cocodrilos, dingos y la visita ocasional de algún ciclón, la existencia se vuelve algo diferente: «No hay problemas o responsabilidades, solo oportunidades para desarrollar el carácter». Como una especie de Robinson Crusoe chapado al siglo XXI, David Glasheen, de 78 años, habita en Restoration Island, frente a la costa de Queensland, desde 1997. Después de perder toda su fortuna y su casa en el crash del 87, abandonó la buena vida en Sídney, Australia, y se mudó a este remoto paraje.
El que fue en su día un aclamado hombre de negocios pasó de una vida de lujo a vivir en plena naturaleza alejado de la vida material por voluntad propia. Y lleva así 25 años.
Antes de que Glasheen se mudara a esta isla, estaba en la cima de una carrera exitosa en el mundo de los negocios. Tenía dos yates, poseía múltiples propiedades y vivía una vida de excentricidades junto a otros millonarios del comercio australiano. Ahora, sin embargo, luce una barba blanca y busca ostras descalzo y semidesnudo por la orilla del mar. Y sus mejores amigos son dos maniquíes llamados Miranda y Phyllis.
Hijo de abogado y dietista, creció en el puerto de Sídney y disfrutó de una infancia privilegiada. Después de graduarse, empezó a trabajar en la industria tabacalera y luego lanzó una marca de helados. Pero un buen día un compañero suyo le enseñó un mapa donde supuestamente estaba la localización de una mina de oro en Papúa Nueva Guinea. Y más tarde recaudaría 2 millones de dólares para lanzar una exploración minera que se hizo pública en la Bolsa de Valores de Australia.
Las acciones de su empresa se dispararon durante el auge especulativo de la década de 1980. Pero todo eso se desintegró el 19 de octubre de 1987, cuando Wall Street se derrumbó, borrando más de 500.000 millones en capital en 24 horas. Al día siguiente, el mercado australiano hizo lo mismo y sus acciones cayeron un 40%. El problema de Glasheen fue que tenía casi todo su patrimonio neto inmovilizado en acciones. Como presidente, no pudo retirarse por temor a avivar aún más el pánico entre los inversores y finalmente vio como se hundían sus activos, de 1,40 dólares a 0,02.
Pero las cosas se pusieron aún peor. Glasheen tuvo que pedir grandes préstamos. Y un día los bancos llamaron a su puerta. Para 1991 ya había sido desahuciado de su casa y no tenía nada de dinero en el banco. La ruina económica también acabó con su matrimonio y su familia. Empezó a beber y entró en una depresión. Fue entonces cuando alguien le habló sobre una isla en alquiler y algo se encendió de nuevo en su corazón.
Se trataba de un pedazo de tierra, el Parque Nacional de la Isla Maʼalpiku, o Restoration Island, que se alzaba cerca del extremo norte de Queensland, a 3.200 kilómetros de Sídney. Solo se podía acceder a través de varios vuelos, un viaje de 50 km por sinuosos caminos de tierra y un viaje en bote de 15 minutos desde tierra firme. Merecía la pena: era como un paraíso de arenas blancas, palmeras, aguas turquesas.
En 1997, Glasheen hizo las maletas con algo de ropa, una linterna y varios medicamentos y se mudó a la isla. Nunca volvió. Con la ayuda de amigos y visitantes, ha construido una serie de estructuras, incluida una residencia principal con cimientos de troncos varados, un techo de láminas de metal, cajones como asientos y un dormitorio con vista al mar. Rellena su almohada con pelusa parecida al algodón de los árboles de ceiba locales. «En la isla, hasta la cosa más pequeña tiene un propósito. Nada se desperdicia», cuenta en este reportaje sobre su vida de The Hustle.
Cuenta con un ducha improvisada que utiliza agua procedente de cuatro tanques de almacenamiento que se calientan con astillas de bambú; un congelador a gas, una antena que proporciona servicio telefónico y un bote pequeño, que usa para regresar a la civilización en busca de suministros varias veces al año. También elabora su propia cerveza, que a veces intercambia con los pescadores por cangrejos de río y gambas.
Los obstáculos de una vida en soledad
En tierra, tiene que lidiar con mosquitos, serpientes y arañas mortales. Ha tenido varios perros en la isla, dos de los cuales han muerto por mordeduras venenosas. El agua está infestada de tiburones y cocodrilos. Pero el mayor peligro son las temporada de lluvias, frecuentes aguaceros torrenciales que amenazan su vida. Ha sobrevivido al menos a tres ciclones, el más reciente de los cuales (Trevor, en 2019) dejó la isla en ruinas.
En 2012, el arrendatario mayoritario de la isla llevó a Glasheen a los tribunales y ganó el derecho a desalojarlo. Pero Glasheen, que desde entonces se ha ganado el apoyo de la policía local y la confianza del pueblo nativo Kuuku Ya’u, ha logrado evitar la expulsión. Durante años, ha tratado de comprar la parte del arrendatario para que pueda construir un retiro de curación, pero se necesita un capital que él ya no tiene. Uno de los requisitos para permanecer en la isla es ayudar al turismo. Así que acoge a visitantes para enseñarles la forma de vida local.
Pero a medida que se acerca a los 80, admite que es más difícil llevar una existencia sin compañía. Su hijo, ahora un DJ de 22 años, rara vez lo visita. Hace una década, una de sus hijas se quitó la vida. «Estar solo no es fácil, pero tener un dingo cerca, al menos puedes hablar con él. No responde mucho, pero es bueno, es muy divertido». Y, a pesar de sus esfuerzos por permanecer en la isla, admite ahora que necesita «ayuda».
Hace poco se desmayó y se rompió la cadera. También tuvo una operación con un coágulo de sangre. Explica que si hubiera esperado un día más, estaría muerto. Su cuerpo está empezando a cambiar y, con el paso del tiempo, su vida en soledad podría ser un peligro, sobre todo cuando los teléfonos a veces no funcionan. Sin embargo, tiene claro que no quiere irse: «No quiero ir a ningún lado. La única forma en que puedo quedarme aquí hasta que me muera es tener un equipo de respaldo de personas».
Desde 2018, ha escrito un libro, El millonario náufrago, en el que cuenta cómo esa isla le dio a su vida mucho más significado que el dinero: «Uno más allá del círculo vicioso de la presión de ganar suficiente dinero para llevar un estilo de vida donde otras personas miden tu valor y tu éxito».