Sobre fronteras no hay nada escrito. Las hay sinuosas y otras que parecen trazadas con regla, las hay escuadra y cartabón, acogedoras y otras absolutamente impermeables, con siglos de historia o recientes. Entre esa amplia gama pocas pueden encontrarse sin embargo tan fascinantes como la del Peñón Vélez de la Gomera, un fracción divisoria entre España y Marruecos de la que, pese a su antigüedad, probablemente haya gente que jamás ha oído hablar. Motivos hay para admirarla.
Primero, porque con sus 85 metros escasos de longitud, suele presentarse como la frontera más corta del mundo. Segundo, porque aunque España la considera parte de su territorio desde el siglo XVI, la frontera que hoy podemos ver en los mapas o in situ tiene menos de un siglo.
Vélez de la Gomera es un peñón situado al norte de África, a medio camino entre las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla y bañado por las aguas del Mar de Alborán. Si trazásemos una línea recta que atravesara el Mediterráneo encontraríamos, justo enfrente, a unos 330 kilómetros, la costa malagueña. No es muy grande. Ni alto. El terreno rocoso y escarpado que lo conforma tiene cerca de 260 metros de largo y entre 15 y 100 metros de ancho. Su altitud no pasa tampoco de 89 m.
Sus recintos defensivos tampoco bullen de vida precisamente. Entre sus callejuelas, sinuosas y flanqueadas por paredes encaladas, solo se encuentran ahora militares del Ejército de Tierra que dependen de la Comandancia General Militar de Melilla. Nada que ver con el millar de personas que llegaron a estar censadas en el peñón, entre militares y civiles, y formaron una pequeña comunidad con su propio camposanto. Las condiciones con las que allí se encuentran ahora los soldados están lejos también de ser las mejores. O al menos así lo era a finales del año pasado, cuando un informe del Ejército divulgado por Vozpópuli mostró importantes desperfectos en las instalaciones.
La historia de España y el peñón están ligadas desde comienzos del siglo XVI. En 1508 una flota dirigida por Pedro Navarro, Conde de Olivito, desembarcó en sus costas mientras perseguía piratas berberiscos. Su posición privilegiada para defender las costas andaluzas y del Levante convenció y el montículo pasó a formar parte de la Corona de Castilla. Su historia se complicaría algo a lo largo de las décadas siguientes —tras varias escaramuzas, el reino acabó perdiendo el peñón en 1522—, pero desde 1564 España mantiene su dominio sobre el territorio. Y así sigue a día de hoy.
La cuestión es que entre aquel montículo rocoso que conocieron los súbditos de Felipe II y el que podemos ver nosotros a las puertas de 2023 hay una diferencia importante: cuando ellos visitaban Vélez de la Gomera se movían en una isla a la que tenían que acceder en barcas. Nosotros podemos llegar caminando a través de una lengua de arena que la conecta con Marruecos, una franja de alrededor de 85 metros que suele considerarse la frontera entre países más corta del mundo.
¿Cuándo brotó ese “cordón umbilical” con el continente?
Para entender sus orígenes no hay que remontarse demasiado en el tiempo, al menos si lo comparamos con la historia secular de Vélez de la Gomera. La franja de arena se formó durante el primer tercio del siglo XX, hacia 1930, cuando un terremoto con epicentro en Fez, sacudió la región norte de Marruecos y propició que se depositara arena y formara el tómbolo que hoy conecta ambos territorios y destaca como un caso extraordinario en la lista de fronteras. Por su tamaño. E historia. Para marcar la separación del suelo español y la costa marroquí se emplea una cuerda azul.
A pesar de su pequeño tamaño Vélez de la Gomera ha tenido su hueco en los medios a lo largo de los últimos años. Uno de los motivos es el incidente que vivió en 2012, cuando un grupo de activistas del Comité para la Liberación de Ceuta y Melilla atravesaron la frontera con banderas marroquíes. El principal es sin embargo su tamaño, lo que lleva a que a menudo se señale como la menor sección fronteriza del globo, título que le reconoce incluso la agenda cultural de la Junta de Andalucía.
Su angosto tamaño supera desde luego la frontera que luce ese título en la web del Guinness World Records, la división de la Ciudad del Vaticano en Roma, de apenas 3,2 kilómetros. Incluso aventaja los 150 metros de límite fluvial que marcan la división entre Botsuana y Zambia y desde luego los cerca de cinco kilómetros que distan entre el sur de Francia y el Principado de Mónaco.
Todo por obra y gracia de un terremoto y la acción del mar.