En su lista de subastas estrella para despedirse del año, Christie´s incluía una pieza única y, como suele ser habitual en las pujas cuando eso ocurre, millonaria. Su nombre: Shen. Su valor estimado, si los tasadores daban en el clavo: entre 15 y 25 millones de dólares, más de lo que pagaron hace un año en Miami por un cuadro de Picasso o de lo que alcanzó un extraño McLaren F1 de 1994.
La cita para que los interesados en Shen pudiesen pujar llegó a estar agendada y se publicitó a bombo y platillo. La idea era que se celebrase el 30 de noviembre en Hong Kong durante una sesión que despertó el interés de medios de todo el planeta. Lógico. En 2020 un ejemplar similar a Shen —este bautizado Stan— alcanzó la friolera de 31,8 millones durante otra subasta de Christie´s.
A pesar de toda esa expectación y el interés que despertó la cita dentro y fuera del sector del lujo, hace unos días la subasta de Shen se canceló. La razón: dudas sobre la naturaleza de algunas de sus partes y hasta qué punto estas se describieron de forma precisa a la hora de publicitarlo.
Lo más curioso es que Shen —o Stan, claro— no es un cuadro, ni una escultura, ni un coche deportivo, ni una sofisticada y elegante pieza de cerámica de la dinastía Ming. Shen es un amasijo de huesos, los restos de un Tiranosaurios rex. Y la polémica que ha surgido es algo distinta a la que suele rodear a las subastas de arte. Lo que estaba en cuestión aquí es algo más complejo.
Los esqueletos de dinosaurio que vemos expuestos suelen estar incompletos, por lo que no es extraño que los expertos añaden moldes de huesos y piezas reconstruidas para completarlos. Una de las dudas que ha rodeado a Shen es el origen de las réplicas que completan los restos auténticos, desenterrados en Montana en 2020, y hay quien apunta también a su peso en el conjunto.
En su dossier publicitario —precisa el diario The New York Times— Christie´s aseguraba que los huesos de Shen representan el 54% de la densidad ósea, pero el catálogo precisa que el espécimen suma 79 huesos originales. ¿Es eso mucho? ¿Poco? No conocemos el recuento óseo de los T-rex con precisión, pero el Field Museum de Chicago calcula que lo compondrían unos 380.
En el caso de Shen el foco se puso en los huesos después de que el Instituto de Investigación Geológica de Black Hills señalase las similitudes que había entre Shen y el esqueleto de Stan, otro T-rex vendido en 2020 por 31,8 millones de dólares y de cuyos restos el instituto mantiene los derechos de propiedad intelectual, lo que le permite vender moldes de poliuretano por 120.000 dólares.
Al margen del interés del caso, Shen y Stan sirven para mostrar hasta qué punto el mercado de los fósiles se ha convertido en un negocio pujante, una actividad millonaria que genera preocupación entre los paleontólogos. Así lo refleja The New York Times, que recuerda que a diferencia de lo que ocurre en otros países ricos en fósiles, como Mongolia o Canadá, con legislaciones que permiten que los restos sean propiedad estatal, en EEUU los terratenientes son generalmente los dueños de los fósiles que se localicen en sus tierras. Eso, con el hueso de T-rex y otros dinosaurios cotizando al alza y pujas que alcanzan las ocho cifras, acaba convirtiéndose en todo un problema.
“Los ganaderos que solían dejarte ir y recolectar especímenes ahora se preguntan por qué deberían permitirte tenerlos gratis cuando un coleccionista comercial desenterraría los huesos y dividiría las ganancias”, explica al diario neoyorquino Jinhmai O´Connor, paleontólogo del Field Museum.
Los cazadores de fósiles defienden que su trabajo favorece la recuperación de vestigios e incluso aplauden que los fósiles “se aprecien como obras de arte”, con valoraciones millonarias que atraen el interés de entidades privadas y grandes fortunas; pero, claro está, no todos lo ven con ese enfoque. Los académicos temen que especímenes con valor científico acaben vendidos al mejor postor.
Interés hay. Y de diferente origen, si bien con un denominador en común: una buena cuenta corriente. Los fósiles han captado la atención de empresarios de la industria tecnológica, nuevos museos de Asia u Oriente Medio empeñados en ganar prestigio o incluso estrellas de Hollywood. En 2007 Leonardo DiCaprio y Nicolas Cage llegaron a protagonizar una puja reñida por un cráneo de Tiranosaurio de alrededor de 67 millones de año que acabó ganando el actor de ‘Leaving Las Vegas’. Para conseguirlo, eso sí, tuvo que poner sobre la mesa una oferta de 276.000 dólares.
“Tener un dinosaurio se ha convertido en una tendencia. Sus esqueletos se consideran, efectivamente, objeto de diseño. Pocas personas saben que un dinosaurio es una obra de arte, el trabajo de paleontólogos, artesanos, diseñadores y académicos necesarios para reconstruirlo y restaurarlo”, explicaba en 2019 a Artnet Luca Cabler, de la galería Theatrum Mundi.
Otro ejemplo del interés que suscitan lo dinosaurios lo deja Stan, el famoso Tiranosaurios rex. A principios de octubre de 2020 un misterioso pujante anónimo desembolsó 31,8 millones de dólares para hacerse con él, una cifra de récord para un fósil. Pese a su interés científico —tiene 190 huesos originales— su futuro fue una incógnita durante un tiempo, hasta el pasado marzo, cuando al fin se desveló el misterioso: su destino, explica National Geograpghic, es convertirse en la atracción principal de un nuevo museo de historia natural de Abu Dabi, en Emiratos Árabes Unidos.
Son solo un puñado de ejemplos, pero hay muchos más. Desde que en 1997 Sue, otro fósil de Tiranosaurio rex, se subastó por 8,4 millones de dólares y mostró lo rentables que podían ser unos viejos huesos, el mercado al auge de los fósiles ha ido escribiendo capítulos sorprendentes. En mayo Christie´s vendía el esqueleto de un Deinonychus antirrhopus, la especie en la que se inspiraron los velociraptores de ‘Jurassic Park’, por 12,4 millones de dólares; y Sotheby´s llegó a vender un solo diente de T-rex de poco más de 20,3 centímetros de largo, por más de 100.000 dólares.
La lista sigue: un Gorgosaurus por 6,1 millones o un cráneo de T-rex todavía pendiente de salir a subasta que, si aciertan los expertos, podría alcanzar los 20 millones de dólares.
Su interés económico, alimentado por el hecho de que en EEUU los fósiles localizados en terreno privados pueden venderse con fines de lucro, está muy claro. Lo que ya no lo está tanto es hasta qué punto esa práctica puede perjudicar a los investigadores. “Esto es un desastre. Estoy disgustado, angustiado y decepcionado por el daño de gran alcance que la pérdida de estos especímenes tendrá para la ciencia”, reconocía a TNYT el paleontólogo Thomas Carr hace varios meses, después de que se hubiese vendido un Gorgosaurus en una subasta de Sotheby´s por 6,1 millones de dólares.
Los paleontólogos ya han llegado a levantar la voz para censurar la comercialiación de fósiles de mamut, osos de las cavernas o rinocerontes lanudos, como ocurrió hace años antes de una subasta en París. «Es triste que los dinosaurios se estén convirtiendo en juguetes coleccionables para la clase oligárquica», censura Steve Brusatte, de la Universidad de Edimburgo. Otros, como Carr, van incluso más allá y concluye que las ventas son, «indiscutiblemente, perjudiciales para la ciencia».
“El valor de los dinosaurios no es el precio que alguien paga. Es la información que contienen”.