Tras la muerte de la Reina Isabel II de Inglaterra han comenzado a salir a la luz gran parte del protocolo que seguirá a los próximos 10 días hasta su funeral. Tradiciones reales que, como en el caso de su marido Felipe hace apenas un año tras su fallecimiento, nos recuerdan ciertos detalles ciertamente fascinantes. Por ejemplo, el ataúd de plomo.
La monarca de 96 años falleció la semana pasada en el castillo de Balmoral en Aberdeenshire, Escocia. Desde ese instante, las autoridades británicas activaron el largo protocolo a seguir hasta su entierro. Una procesión que se desarrollará durante los próximos 10 días, con saludos de armas y toques de campanas desde el Big Ben antes del entierro real.
Pero como decíamos al inicio, una de las peculiaridades tendrá que ver con su ataúd. Y es que, al igual que el príncipe Felipe, la reina descansará en un ataúd de roble diseñado para ella hace más de 30 años, uno que muy seguramente pesará una tonelada, porque está revestido de plomo.
¿La razón? Al parecer, los miembros de la familia real inglesa suelen estar enterrados en ataúdes revestidos de plomo con fines de conservación. Esto se debe a que el plomo sella el ataúd de la humedad, lo que ralentiza la descomposición hasta alrededor de un año. De hecho, cuando la princesa Diana murió en 1997, su ataúd también contenía este revestimiento especial.
En realidad, la tradición se extiende mucho más atrás en el tiempo. La nobleza inglesa ha seguido la misma durante al menos cuatro siglos. Los registros de la Abadía de Westminster indican que Isabel I y Carlos II fueron enterrados en ataúdes revestidos de plomo, así como nobles como Sir Francis Drake y artistas como George Frederic Handel.
Como curiosidad, no todos los miembros de la familia real fueron enterrados en este tipo de ataúd. La princesa Margarita insistió en ser incinerada para que sus cenizas pudieran colocarse junto al ataúd de su padre.