López Obrador y feminicidios | Opinión

La violencia de género en México es un problema de tal magnitud que necesita una estrategia integral con carácter de urgencia. Un promedio de diez mujeres asesinadas por día y el 90% de los casos impunes son cifras tan espeluznantes que el Gobierno debe reaccionar de inmediato con medidas efectivas para detener este sangrado. Pero el presidente del Gobierno se limita a expresar "con toda su alma" su "deseo de reducir la violencia y no agregar a las mujeres". El clamor de los ciudadanos que le piden al Gobierno que actúe es abrumador. Frente a esto, todo lo que el presidente Andrés Manuel López Obrador ha ofrecido en las últimas conferencias de la mañana ha sido un catálogo de ignorancia sobre la violencia de género, un tema que ha sido estudiado y donde es fácil ver la experiencia de otros más avanzados. países en este asunto

El presidente insiste en imponer su teoría política abstracta sobre una cuestión de perfiles muy específicos. La condescendencia con la que ha respondido a las serias preguntas sobre feminicidios formuladas por periodistas revela a un presidente que no comprende muy bien el espinoso tema en cuestión. Se molesta cuando se le recuerda que en México no hay un fiscal especializado en machismo criminal, que la investigación de casos no se aborda con una perspectiva de género, que la protección de las víctimas es insuficiente cuando no es nula y que el trabajo constante de su gobierno, ese problema que dice asistir "todos los días", no ha logrado la menor reducción en esta estadística sangrienta.

Las palabras de López Obrador suenan especialmente frívolas cuando se mete en el fango partidista para argumentar que los feminicidios tienen que ver con el clima de violencia general y esto, con el pasado gobernado por sus adversarios políticos. O con corrupción. O con los valores. O con la pobreza. Y luego, afirma sin complejos que México, uno de los países que cuenta con más cuerpos, "está en un momento estelar en su vida pública". No dejan de sorprender, además, las repetidas menciones al vandalismo y las pintadas a algunas estatuas que un puñado de mujeres ejercen en las manifestaciones, algo que ocurre incluso en países que no desayunan con un rosario de crímenes. Insistir en ello en cada conferencia es desdibujar el problema. Olvida López Obrador, quien en su pasado de lucha en la calle, del que a menudo se enorgullece, recurrió a cierta rudeza para que ahora se sienta ansioso por los aerosoles de colores.

Pocas veces se le ha pedido que concentre su respuesta en la violencia contra las mujeres, pero el presidente prefiere, un día con otro, enmarcar este tema junto con otros problemas de su Administración. Parece no ser consciente de que la violencia de género debe tener una estrategia inequívoca, como recomiendan los expertos, y que debe abordarse de manera integral y transversal, aunque con sus propias políticas. Ante la insistencia de las feministas de enviar un mensaje especial contra los crímenes sexistas, el presidente recitó un decálogo sonrojado e improvisado en una de sus mañanas, a veces bordeando lo patético.

Las feministas que lo rodean saben que hay mucho por lo que trabajar en este Gobierno, en las formas y en el fondo. Mientras tanto, ¿quién confiaría en un líder para mostrar tal ignorancia en otros asuntos como el que se manifiesta en el feminismo y la violencia de género? Pero eso se soluciona con una semana de entrenamiento intensivo. "No tengo problemas de conciencia", repite López Obrador. De hecho, no es un problema de conciencia, sino de formación y conocimiento.

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