Arabia Saudita necesita agua. El país árabe es uno de los mayores exportadores de petróleo del mundo, pero en lo que se refiere a lluvias y recursos hídricos naturales no anda precisamente sobrado. De hecho, según los datos de Indexmundi, es uno de los estados del globo que recoge menos milímetros de precipitaciones. Para atajar ese hándicap, sus gobernantes han decidido elaborar un ambicioso plan que quiere aumentar las lluvias del reino entre un 10 y 20%.
El cloud seeding (la siembra de nubes) consiste en liberar partículas de yoduro de plata u otros aerosoles en cierto tipo de nubes para potenciar las precipitaciones o nevadas. En el caso de Arabia Saudita, se ha diseñado una operación en dos fases que se centrará en algunos de los puntos más poblados del reino. La primera, en las regiones de Riad, Qassim y Hail, se lanzó ya esta semana. La segunda se extenderá a las áreas de Asir, Al-Baha y Taif, puntos próximos al Mar Rojo.
La labor de siembra se enmarca en un plan más amplio con el que las autoridades del reino pretenden aumentar las precipitaciones al menos un 10% y combatir la desertización, uno de los objetivos fijados en el programa Green Saudi Arabia. La meta: expandir la vegetación del reino y fortalecer la posición del territorio para adaptarse a los retos del cambio climático.
Aunque no han trascendido demasiados detalles sobre cómo plantea realizar la siembra las autoridades saudíes, el Centro Nacional de Meteorología (CNM) del país explicaba esta misma semana a Arab News que los técnicos utilizarán sustancias “respetuosas con el medio ambiente”. Para conocer el alcance exacto de la campaña, sus responsables monitorizarán los resultados.
Arabia Saudí no es el primer país que ha optado por la modificación del clima en un intento por lograr más lluvia y nieve o incluso con el objetivo de controlar las granizadas, Emiratos Árabes ha recurrido a flotas de drones para sembrar nubes y generar precipitaciones de forma artificial; en China plantean expandir la medida a alrededor del 60% de todo su territorio y a lo largo y ancho de Estados Unidos se reparten varias regiones, como Idah, Utah, Colorado o California, que han apostado por estrategias similares.
Es más, según la Organización Meteorológica Mundial (OMM) al menos en 2017 había más de medio centenar de países con programas de modificación del clima en marcha con diferentes enfoques. A lo largo de los últimos años solo por las oficinas de la NOAA (National Oceanic and Atmospheric Administration) ha pasado decenas de propuestas con unos 800 informes.
Algunos investigadores defienden que el sistema funciona, sus resultados están respaldados por experimentos en laboratorio y evidencias sobre el terreno. En Australia una prueba llegó a apreciar incluso un aumento de las nevadas del 14%. Otros sin embargo son más cautos y advierten de que el impacto real del cloud seeding puede no ser “tan prometedor” como se creía hace años.
“Los experimentos requieren el tipo correcto de nubes con suficiente humedad y condiciones adecuadas de temperatura y viento. Los aumentos porcentuales son pequeños y es difícil saber cuándo la nieve o la lluvia cayeron de forma natural y cuándo se desencadenó por la siembra”, advertía hace poco William R. Cotton, de la Universidad Estatal de Colorado.
En lo que coinciden unos y otros, defensores entusiastas y escépticos, es que las pruebas arrojan resultados. La clave, insiste Cotton, residiría en cómo de efectivos son y hasta qué punto responden a las expectativas que nos hemos marcado. A su favor el sistema tiene ciertas ventajas, como su coste, no excesivamente elevado; o el apoyo de instituciones como las autoridades sauditas.