Infobae – La orden salió hace dos semanas desde el comando de inteligencia de los talibanes en Kabul. Fue enviada a todos los jefes de unidades del país. Era una alerta roja. Tenían que realizar una nueva y exhaustiva investigación sobre todos sus milicianos. Se habían detectado combatientes del ISIS-K, la filial afgana del Estado Islámico, infiltrados entre los milicianos leales a los extremistas islámicos que se hicieron con el poder de Afganistán a mediados de agosto. El objetivo del ISIS-K es desestabilizar al gobierno de los hombres de turbante negro, crear campos de entrenamiento para sus milicianos y tomar el territorio afgano como cabecera de playa para actuar en Asia Central. Una amenaza para el mundo aún más grande que la que pueden representar los talibanes.
Ex funcionarios de inteligencia del derrocado gobierno afgano prooccidental y un alto funcionario talibán que desempeña funciones de seguridad afirmaron a la cadena de televisión CBS que se cree que el líder de ISIS-Khorasan (ISIS-K o IK), un notorio comando terrorista cuya identidad permaneció envuelta en el misterio durante años, se encuentra entre los infiltrados. También detectaron que milicianos que lucharon en las filas de los talibanes hasta hace apenas unas semanas, se unieron al IK a pesar de que siguen conservando sus puestos dentro de las antiguas unidades. Probablemente se cambiaron de bando por dinero, pero también porque el IK les ofrece una visión aún más rigorista de la Sharía, la ley coránica. Se calcula que el IK tiene entre 2.000 y 3.000 milicianos muy bien entrenados y equipados.
Desde que se formó en 2015, el ISIS-K llevó a cabo algunos de los ataques más graves en Afganistán contra las tropas internacionales, así como los talibanes y las fuerzas del ex gobierno. El último devastador atentado ocurrió el viernes con un ataque a una mezquita de la ciudad de Kunduz que dejó decenas de muertos. El grupo se declaró enemigo de los shiítas (una de las dos grandes corrientes del islamismo) y regularmente ataca centros religiosos de ese signo. Pero desde que tomaron el poder los talibanes, el IK realizó 22 atentados en los primeros 11 días. El peor fue el atentado en el aeropuerto de Kabul, en el que murieron 170 afganos –la gran mayoría civiles- y 13 soldados estadounidenses.
En junio de 2020, después de que las fuerzas estadounidenses mataran a cuatro comandantes en ataques con drones, el liderazgo del grupo recayó en un militante conocido como Shahab al-Muhajir. En ese momento, se supuso que por su nombre, se trataba de un extranjero de ascendencia árabe, no afgana. Pero los funcionarios de seguridad que hablaron con CBS dijeron que se trata de un veterano mujahaidin (combatiente) de la insurgencia interna afgana y que su verdadero nombre es Sanaullah. Recibió entrenamiento en Pakistán de dos grupos extremistas diferentes, uno de ellos la red Haqqani, afiliada a los talibanes.
También se sabe que es un graduado del Instituto Politécnico de Kabul que, según una tarjeta de registro de votantes encontrada por las fuerzas de seguridad afganas, tiene 31 años. “Sea cual sea su origen étnico, terminó mucho mejor posicionado que sus predecesores para revivir el IK”, escribió Ex-Trac, una organización que analiza las amenazas que plantean los grupos extremistas. “Su toma del poder a mediados de 2020 culminó con un cambio radical para la organización, pasó de ser una red fragmentada y degradada a la falange asesina que es hoy”.
Mientras que otros comandantes del ISIS-K se centraron en la toma de territorio, los agentes de inteligencia afirman que al-Muhajir es un cuadro más estratégico que tiene como objetivo socavar el liderazgo de Afganistán para obtener libertad para operar. Con esa estrategia en mente, al-Muhajir y otros comandos se infiltraron entre las filas talibanas. Incluso mantuvo una reunión con el jefe adjunto de inteligencia talibán, el mulá Tajmir Jawad, sin que el funcionario se diera cuenta de que estaba hablando con el líder del ISIS-K.