El fallecido diseñador dio durante toda su vida profesional una lección sobre cómo no todas las mujeres querían ser delicadas y refinadas: sus obras eran para las que encontraban en la exuberancia su razón de ser.
El diseñador de moda italiano Roberto Cavalli ha muerto este viernes en Florencia a los 83 años tras una larga enfermedad, según han confirmado medios italianos. En el momento del fallecimiento se encontraba junto a su pareja desde hace 15 años, la modelo sueca Sandra Nilsson, madre de su sexo hijo. El pequeño acaba de cumplir un año de edad.
No le gustaba que le definiesen como diseñador, sino como un artista de las telas. Roberto Cavalli (Florencia, 1940) lo era, sobre todo en lo que a estampación se refiere: pensar en su historia y en su firma es exponerse a una vorágine de colores y ‘prints’ en los que destaca, con permiso de la amalgama de flores y dibujos abstractos, los de inspiración animal. Esa es una de las palabras que define el legado del italiano: animal. Visceral. Fuerte. Exuberante. Porque no todas las mujeres han querido ser siempre delicadas y románticas: las hay quienes tienen el exceso y el maximalismo como su estilo de cabecera. Y para ellas, Cavalli fue una respuesta salvaje y rotunda para sus deseos.
Nació dentro de una familia aristocrática, con un abuelo pintor muy reputado y adscrito al movimiento artístico de los Macchiaioli (tenía como objetivo renovar la cultura pictórica nacional, a pesar de surgir en Florencia) y un padre sastre del que, por desgracia, no pudo disfrutar mucho, ya que fue ejecutado a manos de soldados alemanes cuando Roberto Cavalli solo tenía tres años. Una tragedia que marcó su vida de manera irremediable, como él mismo contó cuando se publicó su biografía: «A menudo me encuentro pensando en mi padre y en cómo mi vida podría haber sido diferente si no lo hubiesen matado cuando yo era un niño… Si hubiese estado a mi lado… Quién sabe». Quizás por eso, tanto el recuerdo de su padre como la impronta de su abuelo, el florentino terminó apuntándose a la Academia de Bellas Artes de su ciudad natal para explorar las posibilidades de la pintura… sobre la tela. La fusión de dos universos.
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Dice el mito que sus primeros experimentos con las estampaciones en piel comenzaron en una mesa de pimpón de la escuela en la que se matriculó en 1957; particular laboratorio que le hicieron despertar su pasión por los tejidos y su tratamiento pictórico. La creatividad de su familia encontraba en ese ambiente el catalizador perfecto. Por eso solo tuvieron que pasar tres años para que fundase su propia firma, aunque hubo que esperar una década para que sus colecciones se presentasen de manera consistente. Valió la pena, dado que hizo de los patchworks de piel una norma revitalizante sobre la pasarela.
Los años 80 supusieron un curioso paréntesis en el trabajo de Cavalli. Si bien su estética podría haber encajado a la perfección dentro del maximalismo de la época, estuvo alejado de las pasarelas durante esa etapa, en la que se casó con su segunda esposa, Eva Düringer, con quien tuvo tres hijos. Dicen que ella fue una ayuda fundamental para que Cavalli pudiese reinventarse durante esos años y hacer que su regreso en 1994 fuese celebrado por todo lo alto: el hueco para las creaciones que explotaban de una manera tan visual y colorida el sexy había estado vacío. Con el regreso del florentino, se llenaba de un modo que, a veces, rozaba esa excentricidad hipnótica que tan bien encaja con la industria de la moda.
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Esa singularidad lo ha acompañado a lo largo de toda su vida, también de la personal, donde llegó a tener incluso alguna salida de tono a nivel público. Era parte de lo que lo hacía ser, precisamente, Roberto Cavalli: nada de medias tintas, nada de ser comedido. O todo, o nada.
Ese magnetismo fue el que atrajo a muchas divas de la música, como Beyoncé, las Spice Girls (Victoria Beckham participó en un desfile en 2006), Christina Aguilera, Jennifer Lopez… Todas querían vestir de Cavalli, porque todas querían sentirse mujeres Cavalli: fuertes, empoderadas, sexys.
En los 2000, como muchas de las marcas de lujo internacionales, la firma se embarcó en una globalización que implicaba líneas secundarias y licencias. Sin embargo, los problemas financieros terminaron llegando a casa y en 2015, Roberto Cavalli dejó el 90% de la compañía en manos de un fondo y se retiró de la primera línea, para dar paso a otros nombres y directores creativos, hasta llegar a Fausto Puglisi.
Aunque cada vez publicaba con menor asiduidad, Roberto Cavalli se ha mantenido activo en las redes sociales de manera personal compartiendo parte de todo su universo, incluidos algunos recuerdos de moda que ponen de relieve cuál era su estética: vestidos epatantes con estampados sorprendentes. Piezas para ser miradas y disfrutadas, haciendo honor al hedonismo galopante que ha acompañado al diseñador hasta sus últimos días.fuente El Mundo. es