El término “pariguayo” es usado en República Dominicana para describir despectivamente a alguien fuera de moda, poco listo, que no está en la onda, que deja pasar oportunidades, o es simplemente común. Es una versión local de “pendejo” universal y algo menos ofensivo que el “ueón” chileno y el “boludo” argentino. Dado su uso extenso y común, pariguayo no es considerada una palabra soez y puede usarse sin temor en conversaciones coloquiales sin ofender a nadie más que a la persona a la cual se aplica dicho término.
Según lo que he leído en más de una ocasión, narrado por sociólogos e historiadores, pero sin que me conste que sea cierta la historia (que al final todo lo que sabemos es porque lo leímos o nos lo cuentan, no porque nos conste), el término “pariguayo” viene de la época de la primera invasión de los Estados Unidos a República Dominicana en 1916. Dicha invasión, justificada por USA bajo la excusa de que el país les debía unos dineros y que eso les daba derecho a ocuparnos para intervenir nuestras aduanas y cobrarse directamente de ellas la suma adeudada. Es así como la invasión se convirtió en una ocupación de 8 años (1916 a 1924) y los militares y funcionarios norteamericanos se convirtieron en una nueva élite social en el país, realizando vistosas y exclusivas fiestas en la embajada, a la cual sólo estaban invitados los miembros de las clases pudientes y su propia gente.
Estas fiestas contrastaban con la bucólica vida sin muchas novedades de nuestra pequeña isla y atraían la atención de los muchachos de la ciudad, quienes, a falta de cine, televisión por cable e Internet, pues no iban a dejar pasar la oportunidad de ver a lindas chicas ataviadas para la fiesta y a los miembros de la alcurnia local rendir ridícula pleitesía a las fuerzas invasoras vistiendo sus mejores galas.
Inocentes adolescentes, ignorando el peligro de ser confundidos con ladrones por un militar de guardia o considerados peligrosos por un oficial intolerante, subían a los muros que rodeaban la embajada para ver el desfile de invitados y el desenvolvimiento de la fiestas, adelantándose por décadas a la revista “Hola!” y al canal “E-entertainment televisión” de hoy en día.
Indignados, los miembros del exclusivo círculo social que asistía a las fiestas, se referían a estos chicos como los “party watchers” o “mirones de fiesta”. Y las alienadas altas esferas sociales criollas, en su afán por insertarse en el mundo de lo ajeno, repetían el término para referirse a todos los que no tienen lugar, no son como ellos o simplemente no están invitados a la fiesta de la vida y son simplemente “party watchers”.
Claro está que nadie ve su propia ridiculez en el espejo y cuando el criollo intentaba decir “party watcher”, el pesado acento heredado de la potencia invasora anterior y curado por siglos bajo el sol del trópico y la sal del Caribe, el resultado era un forzado graznido que para todos los demás decía “pariguayo”.
FUENTE:reddominicana