Desde hace semanas, desayunamos con noticias que muestran, persistentemente, que el mundo se está calentando: cuando no es un máximo histórico de la superficie del Atlántico norte o una temperatura media inédita en tiempos modernos, es que las últimas mediciones del balance de energía del planeta (es decir, la diferencia entre la energía que recibimos y la que dejamos escapar al espacio) muestran que almacenamos cada vez más energía.
Y, sin embargo, hay una porción del Atlántico que se está enfriando. La pregunta es por qué.
¿Y si es por lo de la AMOC? Durante meses hemos sospechado que lo que estaba detrás de ese fenómeno eran los cambios en la circulación oceánica; es decir, la AMOC. La circulación de retorno meridional del Atlántico (lo que se conoce como ‘AMOC’, por sus siglas en inglés) es la rama atlántica de esa circulación termohalina global.
Esta circulación es «parte de la circulación oceánica a escala global impulsada por gradientes de densidad creados por el calor de la superficie y los flujos de agua dulce (temperatura y salinidad)». Se trata de una enorme «cinta transportadora» que conecta todos los subsistemas marinos del planeta y que, en la parte que nos toca, juega un papel muy importante en el clima de Europa.
La idea que manejaban los investigadores es que había habido cambios en esa circulación atlántica (cambios que, según algunos, han sido muy significativos) y eso había potenciado la aparición de una zona fría donde antes no estaba.
Pero. Una nueva investigación internacional dirigida por la Penn State, ha encontrado que, más allá de todo eso, «los cambios en los patrones atmosféricos a gran escala pueden desempeñar un papel igualmente importante».
«La gente a menudo piensa que la atmósfera tiene una memoria muy corta, pero aquí proporcionamos evidencia de que el cambio en la circulación atmosférica es lo suficientemente significativo como para inducir un impacto a largo plazo en el sistema climático», explicaba Laifang Li, uno de los meteorólogos detrás del estudio.
¿Qué significa esto? Lo más evidente es que es posible que la gran mancha fría del Atlántico no sea cosa del mar, como se estaba barajando, sino también del aire. Sobre todo del aire, de hecho (si estos investigadores tienen razón).
El atlántico es una taza de café caliente. Esta es la mejor manera de visualizarlo. Hay ciertas oscilaciones climáticas (como la del Atlántico Norte o la de El Niño) que, en fases determinadas, tienen como consecuencia la intensificación del viento superficial en regiones muy concretas. Eso es lo que hace que La Niña refrigere el Pacífico ecuatorial, por ejemplo.
«Cuando queremos enfriar una taza de café caliente, soplamos sobre la superficie y eso promueve la pérdida de calor. Esto es exactamente lo que la intensificación del viento le hace a la superficie del océano: proporciona un efecto de enfriamiento directo», explicaba Li.
El lío se complica. Lo que sugiere el estudio de la Penn State es que, teniendo en cuenta que «una tendencia hacia una fase positiva más frecuente de la Oscilación del Atlántico Norte (NAO)», la explicación de la mancha fría podría estar ahí.
Esa intensificación de la fase positiva de la NOA podría «deberse al calentamiento del Indo-Pacífico tropical y la pérdida de hielo marino en el Mar de Labrador», pero el resultado es el mismo: el lío se complica. Vivimos un año rarísimo a nivel climático y los cambios están actuando en multitudes de niveles. Este trabajo muestra que debemos estar pendientes de muchas cosas más de las que creíamos.