Mientras en España hablamos de elecciones, bodas y olas de calor, en Alemania la obsesión es otra. Basta con ir a algún tabloide teutón y buscar ‘Mallorca’ para enterarse de que muchos medios están hablando de ‘ses isles’.
Y no precisamente para bien. Hablemos de la playa.
Playa cerrada. Eso es lo que se encontraron el pasado 7 de julio todos los bañistas que se acercaban a la playa de Albercuix — un tramo costero situado cerca del puerto de Polleça. El motivo tenía nombres y apellidos: Escheríchia coli. Después de varios días de quejas continuadas por malos olores, los análisis dijeron lo evidente: que los niveles de la bacteria fecal eran muy altos.
El Ayuntamiento cerró la playa e inició una investigación para localizar la posible fuga en la red municipal que estaría ocasionando el vertido y, un día después, la reabrió cuando los nuevos análisis confirmaron que el problema había pasado. Sin embargo, el problema del archipiélago está muy lejos de haber pasado.
Un problema que viene de largo. Todos los años, el Govern balear vigila la calidad del agua de baño en el archipiélago. El año pasado, los técnicos de Salut Ambiental realizaron 1.719 muestreos en 191 puntos diferentes a lo largo de toda la temporada de baño. Es lo normal.
Lo que no es normal es que, si en 2013 el 93 % de las analíticas eran excelentes, estas se hayan reducido al 71 %. Es cierto que parte del problema viene derivado de la sobremasificación de la isla de Ibiza, pero las bahías de Palma y Pollença también vienen mostrando síntomas graves de contaminación fecal derivados de vertidos de aguas residuales.
Sobre todo, porque esos dos últimos son los puntos donde es más fácil de medir este tipo de vertidos. Si el sistema se está rompiendo por allí es posible que también esté roto en muchas otras zonas del litoral.
Un sistema insuficiente. Parte del problema era, como reconocían las mismas autoridades, la falta de capacidad ante la torrencialidad. Es decir, ante «riadas o crecidas de cauces de arroyos, ramblas o ríos son capaces de verter al mar grandes cantidades de agua en pocas horas».
Estas situaciones obligaban a las depuradoras que no cuentan con tanques de tormentas a «abrir» las compuertas y verter todo directamente al mar. En 2016, un vídeo viral mostró cómo había «toneladas de heces» a escasos 700 metros de la costa de Palma.
En los últimos tiempos, Palma se ha gastado 27 millones en un ‘tanques de tormentas’ para paliar la situación. Pero, a la vista del último incidente en Pollença, el problema continúa en otras zonas del archipiélago. Más cuando sabemos que el problema no es episódico.
Una bomba de relojería. Más allá de los problemas de olores y de calidad del agua, la presencia de grandes cantidades de bacterias fecales en el agua (sobre todo, si como parece, son resistentes a los antibióticos) es un gran problema para bebés y mayores de 65 años.
Hay que recordar que la E.coli «es la causa más frecuente de infección urinaria y, en menor medida, de otras infecciones como meningitis en el neonato o infecciones respiratorias», explicaba José María Miró, experto en enfermedades infecciosas de la SEIMC, en Efe.
Eso sin reparar en el problema económico que supone, en una zona fuertemente turística, tener noticias recurrentes poniendo en cuestión servicios tan básicos como el alcantarillado y el procesamiento de las aguas residuales.
Un panorama positivo lleno de puntos negros. El informe del Ministerio de Sanidad sobre la calidad de las aguas a nivel nacional se dice que el 92,2% de las playas tienen una nota de ‘excelente’. Y es por ello que, aunque la Agencia Europea de Medio Ambiente haya declarado nueve playas españolas peligrosas para la salud, no hay un clamor popular contra este problema.
Sin embargo, si la tendencia que muestran los análisis baleares se mantiene, ese clamor va a surgir y con mucha fuerza. Nos va el mar en ello.