La crisis de natalidad en Japón lleva años agravándose. Hace unos meses el país asiático registraba su tasa mínima histórica, que sigue descendiendo imparable durante el último lustro sin vistas a revertirse. Un fenómeno que tiene preocupado al gobierno nipón, que ha lanzado decenas de medidas para frenar esa caída, a medida que la población se reduce rápidamente y envejece. Este brusco descenso de la natalidad está remodelando la sociedad y el día a día japonés por completo.
Y también ensombreciendo el sector educativo por la incertidumbre sobre el futuro de muchas instituciones. Un ejemplo son las escuelas, que se están quedando sin alumnos. Abandonadas a su suerte, ahora las ciudades les están dando nuevos usos: desde convertirlas en piscinas a fábricas de sake.
Una natalidad por los suelos. Las últimas cifras publicadas por el Ministerio de Salud muestran que la tasa de natalidad ha caído por debajo del mínimo de 2005. La tasa de fertilidad (la media de hijos nacidos por mujer a lo largo de su vida) fue de 1,25, muy por debajo de la tasa de 2,07 que se considera necesaria para mantener una población estable. Y la cantidad de recién nacidos cayó un 5% solo el año pasado a menos de 800.000, cuando el Gobierno había previsto esas cifras para 2030.
Esta tendencia viene exacerbada por muchos desafíos demográficos, con menos matrimonios contribuyendo a menos nacimientos. Primero fue la pandemia y las muertes por Covid. Ahora las generaciones más jóvenes se niegan a casarse o tener una familia, desalentados por las pocas perspectivas laborales, una flexibilización del trabajo corporativa incompatible con una familia y el aumento del coste de vida en las grandes ciudades mientras los salarios están estancados.
Escuelas abandonadas. Con menos nacimientos y, por ende, menos niños, Japón está viendo como sus aulas se vacían. En medio siglo, el número de estudiantes matriculados en las escuelas primarias se ha reducido a la mitad. Eso ha propiciado, según estadísticas del Ministerio de Educación, que una media de 450 escuelas cierran cada año. Entre 2002 y 2020, cerca de 9.000 escuelas cerraron y ya solo hay alrededor de 34.000 en el país.
De las que quedan, el 74% mantienen sus instalaciones escolares, pero a alrededor de 5.500 les están buscando otros usos más allá de la docencia y convirtiéndolas en centros comunitarios, piscinas municipales, albergues, museos, acuarios e incluso fábricas de sake.
Reutilizar las aulas. Mediante el proyecto «Escuelas cerradas para todos», implementado en 2010, el gobierno quiere aprovechar la infraestructura existente en lugar de tener que construir nuevas instalaciones. Es lógico: aunque la mitad de las escuelas públicas en Japón tienen más de 30 años, construir un edificio similar desde cero llevaría más tiempo y costaría mucho más dinero. Por eso, a través de su sitio web, el Ministerio ya proporciona información sobre las instalaciones escolares cerradas (servicios de electricidad, gas, alcantarillado, etc) para que ayuntamientos y empresas estudien la viabilidad de posibles usos alternativos.
Convertirlas en acuarios o museos. En los últimos años estamos viendo cómo se están remodelando esos espacios en instalaciones muy diferentes. En la ciudad de Kikuchi en la prefectura de Kumamoto se ha erigido una fábrica de sake Bishones donde antes operó la escuela primaria Suigen durante 137 años. Aunque a simple vista el exterior sigue pareciendo un colegio, en el interior se han instalado vaporizadores y enfriadores, donde el arroz se cuece al vapor en tanques. Según explica la compañía en este artículo de BBC, la estructura propia de una escuela, con filas de aulas, incluso ayudó a mejorar la elaboración de sake.
Mientras, la aldea de Nippaku en la provincia de Hokkaido, perdió una escuela centenaria pero ganó el Museo Taiyo no Mori a cambio, donde se exponen 200 obras de arte. Otra remodelación tuvo lugar en el pueblo pesquero de Muroto, en la prefectura de Kochi, donde la mitad de los habitantes son ancianos. Allí, una escuela primaria se ha convertido en un acuario. Y en Nishiizu, prefectura de Shizuoka, un colegio se ha convertido en un parque de vivienda para jóvenes.
Una sociedad cada vez más envejecida. Tal y como hemos comentado a lo largo de varios artículos en Magnet, esta tendencia a la baja de la natalidad está generando mucha preocupación ante el envejecimiento del país y la sostenibilidad del sistema de pensiones. «La población joven comenzará a disminuir drásticamente en la década de 2030. El período de tiempo hasta entonces es nuestra última oportunidad de revertir la tendencia”, alertaba el primer ministro Fumio Kishida, quien acaba de destinar 25.000 millones de euros al año para incentivar la crianza.
No es para menos. Los japoneses ya viven de media 87.6 años (las mujeres) y 81.5 años (los hombres). Y una población que se reduce y envejece tiene enormes implicaciones para la economía, el empleo y la seguridad.