Las voces se corrían entre poblados y tribus de África. Formas de vida por entonces desconocidas en gran medida para el mundo occidental. Hablaban de una mujer blanca que viajaba sola por aquellos peligrosos territorios. El revuelo lo encabezaban los niños con un griterío que rodeaba a aquella señora a su llegada al poblado. Sin más recursos que su experiencia recorriendo el continente, ni más pretexto que su amor por la aventura y la naturaleza, Delia Akeley fue la primera mujer en cruzar África y será recordada como una de las figuras más destacadas en la historia de la exploración.
Inquieta de nacimiento
La fecha de nacimiento de Delia Julia Dening baila un poco según a quien leas, pero lo que está claro es que no estaba hecha para los convencionalismos sociales de su época. Delia nació en la granja que sus padres tenían en Wisconsin en 1875 (año arriba, año abajo). Fue la menor de nueve hermanos y parece que desde muy pronto tuvo claro que prefería la auténtica selva a la réplica campestre que sería su hogar. Con solo 13 años se escapó de su casa y Delia pasó a responder por sí misma el resto de su vida.
Todavía estaría dándole uso a las últimas prendas heredadas de sus hermanas mayores cuando conoció a Arthur Reiss, barbero de oficio y la caza por afición. Fue su primer marido y el eslabón que la conectó con África. Al menos de manera indirecta, pues en una cacería junto a su esposo, Delia conoció a Carl Akeley y los ojos le brillaron más con cada nuevo encuentro. Carl era todo cuanto fantaseaba Delia. Sus buenos modales estaban bien, pero lo que realmente la cautivó fue el modo de vida de Carl Akeley: un explorador, biólogo, fotógrafo y taxidermista que demostraba una puntería con el rifle digna de western. Trabajaba para los museos de ciencias naturales más destacados de Estados Unidos, él mismo se encargaba de cazar animales para luego disecarlos y exponerlos al público. Delia escuchó con entusiasmo las anécdotas de Carl y aprendió técnicas relacionadas con su oficio, mucho más exótico que los recortes de barba de su marido. A sus 27 años, Delia se divorció de Arthur Reiss y se casó con Carl, del que tomó el apellido Akeley y con quien inició su aventura africana.
De exploradora a heroína
El matrimonio formó parte de varias misiones de caza organizadas por instituciones como el Museo de Arte Natural o el de Ciencias Naturales de Nueva York. Delia aprendió a disecar y a disparar, tal y como demostró en el altercado que la elevó a la categoría de heroína. Un elefante con colmillos como columnas arremetió una mañana contra el puesto de observación de Carl. Delia empuñó el rifle y le incrustó una bala certera al animal en medio del cráneo. La embestida fue neutralizada de inmediato y Carl pudo volver a Estados Unidos para contar cómo su mujer le había salvado la vida.
Sin embargo, Delia Akeley no dejó de aspirar siempre a retos y aventuras más difíciles. Desde luego, la rutina no era lo suyo y el matrimonio empezó a flaquear. En 1918 se marchó como voluntaria a las Fuerzas Expedicionarias Americanas destinadas a Francia durante la Primera Guerra Mundial. La distancia terminó por enfriar el compromiso y en 1923 se culminó la ruptura con el divorcio. Al año siguiente, Delia Akeley regresó a África para iniciar su gran aventura en solitario.
Cruzando África
Para quien lee desde la comodidad y seguridad de un sillón en casa, el propósito de Delia Akeley se entiende con el mismo grado de locura atribuido a cuantos exploradores se han adentrado en el peligroso terreno de lo desconocido, véase los soldados de Alejandro Magno, los primeros navegantes a América, los primeros en completar la vuelta al mundo o los que caminaron por los polos de nuestro planeta. Delia Akeley, a sus 50 años, se decidió a cruzar África desde la costa oriental hasta el Atlántico a pie y en solitario. Estarán de acuerdo conmigo: menuda locura.
Pues no solo lo consiguió, sino que recibió el apoyo del Museo de Historia Natural de Brooklyn, para el que recolectó especímenes de animales que acabaron exhibidos en sus salas. Más de un año estuvo viajando por el continente africano, en el que convivió con una tribu de pigmeos durante unos meses en el Congo Belga. Según escribió la propia Delia:
“Desde mi primera experiencia con las tribus primitivas del África central, hace ya 22 años, he tenido la firme convicción de que si una mujer se aventura sola, sin escolta armada y vive en los poblados, podría hacer amistad con las mujeres y conseguir información más valiosa y auténtica sobre sus costumbres tribales”.
Pasó al papel su gran aventura en el libro “Jungle Portraits” tras sobrevivir a peligrosas fieras como los cocodrilos del río Zambeze, el acoso de los nativos, peligrosas enfermedades y el hambre. Una voluntad entrenada desde su más tierna infancia, un carácter aventurero sin remedio y el empeño por comprender la vida en África se impusieron a las adversidades e hicieron de Delia Akeley todo un mito de la exploración.