Lo cierto es que la ciencia ha avanzado en los últimos años en cuanto a la comprensión de los mosquitos, pero no es menos cierto que la “amenaza” sobre los humanos es más o menos la misma desde hace demasiado tiempo. Lo último: construir un espacio gigante con olor humano para aprender cómo demonios nos encuentran.
Ya se intuía, e incluso con base científica, que nuestro olor corporal es un claro protagonista en la caza de los mosquitos, pero el nuevo estudio también encontró que para los insectos nuestro olor es incluso más atractivo que la mera presencia de dióxido de carbono, una sustancia química que exhalamos.
El nuevo trabajo, que tiene a Conor McMeniman como autor principal, junto a investigadores de Macha Research Trust en Zambia, África, se centró en un nuevo punto de vista: la creación de un entorno más natural, una jaula, para sus experimentos. Según le contó a Gizmodo el mismo McMeniman:
En el laboratorio, la mayoría de los estudios utilizados para probar las preferencias de olor de los mosquitos se realizan en escalas muy pequeñas, en cajas pequeñas con volúmenes de alrededor de 0,5 metros cúbicos o menos. Para el estudio en Zambia, utilizamos una estructura llamada jaula de vuelo de semicampo, una estructura protegida con un volumen de alrededor de 1000 metros cúbicos, unas 2000 veces el volumen utilizado para los ensayos de laboratorio habituales.
Por supuesto, no hablamos de una jaula al uso. Tal y como explican, se trataba de una equipada con almohadillas térmicas espaciadas uniformemente y que podían alcanzar la temperatura típica de la piel humana. Con dichas almohadillas podían atraer a los mosquitos liberando cantidades variables de dióxido de carbono y olor humano, aunque con las debidas precauciones para los voluntarios humanos, cuyos olores provenían del aire canalizado de las tiendas de campaña para una sola persona en las que se alojaban.
Lo más interesante de este innovador punto de partida era el tamaño de la “arena”, ya que así permitía a los investigadores comparar los olores de hasta seis humanos a la vez, “muy por encima de los dos olores típicos utilizados en estudios de comparación similares”, cuenta McMeniman. No solo eso. También fueron capaces de observar cómo cazan en la noche a través de cámaras infrarrojas (sí, la hora preferida de estos “vampiros”, como la mayoría intuimos).
¿Los resultados? Al parecer, el calor corporal por sí solo no atrajo a los mosquitos para una degustación potencial. Los insectos se sintieron atraídos por las almohadillas una vez que se agregó dióxido de carbono a la mezcla, aunque eso sí, de los tres factores, fue el olor corporal el más atractivo por sí solo.
Cuenta McMeniman que con este trabajo se confirma que el olor corporal es clave para que mosquitos como el Anopheles gambiae (el tipo usado en el estudio) “se acerque a un huésped potencial, por lo que luego pueden detectar el calor de la piel humana”, dice el autor.
Además, el equipo identificó componentes químicos que parecían ser increíblemente atractivos o repulsivos. Como explica McMeniman:
El individuo más atractivo tenía una firma de olor con una mayor abundancia de una cantidad de ácidos carboxílicos livianos en el aire, así como otra sustancia química llamada acetoína que probablemente es producida por el microbioma de la piel. Curiosamente, el individuo que era menos atractivo en nuestra pantalla tenía una firma de olor que era radicalmente diferente a la de los otros voluntarios: estaba enriquecido con un químico llamado eucaliptol y sin muchos otros químicos en el aire que se encuentran en otros voluntarios que eran más atractivos para mosquitos, incluidos los ácidos carboxílicos que encontramos.
Por tanto, el trabajo sugiere que los altos niveles de eucaliptol en el cuerpo podrían ser un gran impedimento para las picaduras de mosquitos. De ser así, investigaciones futuras podrían indicarnos que, por ejemplo, la pasta de dientes podría actuar como repelente de los mosquitos.