En 2002, cuando el euro entró en vigor, los chicles pasaron de costar cinco pesetas a cinco céntimos, el equivalente a ocho pesetas. En ese momento no estuvieron solos en el macrofestival del redondeo, pero casi veinte años después, sí son únicos en una anomalía del mercado: han mantenido su precio.
Desde 2002 hasta hoy, la inflación acumulada en España es del 60,8% según el INE. Esos cinco céntimos de 2002 equivalen a 8 céntimos de 2023, pero el precio sigue anclado. La lógica dice que es porque en un producto de estas características solo es viable que su precio sea múltiplo de cinco, y pasar a los diez céntimos sería un salto demasiado grande. ¿Sigue siendo rentable la venta por unidades? ¿O se mantiene, pero intentando derivarla a la venta de paquetes, donde hay más margen de maniobra?
Y me das dos de hierbabuena
Laura Jiménez, directora comercial de Fleer, la empresa que fabrica y distribuye chicles bajo las marcas Clix o Dubble Bubble entre otras, cuenta que «el formato monopieza es nuestro core business. La venta de este tipo de productos de impulso es muy elástica al precio y es importante mantenerse en la franja del precio psicológico. Una subida de precios en estos formatos supone subidas redondas de cinco en cinco céntimos, por lo que nos llevaría a posicionar el chicle en 0,10 euros».
Algunas tiendas ya aplican este precio, pero sigue lejos de ser el nuevo estándar… aunque es lógico pensar que acabará estando ahí. «Hay zonas de España en la que el chicle cuesta 10 céntimos y la tendencia natural es que acabe en este precio de forma generalizada», cuenta Laura.
El producto que el distribuidor hace llegar al punto de venta (un bazar, un quiosco, una tienda de conveniencia…) es un estuche de 200 chicles, que vendidos a cinco céntimos dejarán 10 euros en caja. Ese precio ha tenido que bajar en algún momento de los últimos años para poder hacer frente a la competencia.
«Eso nos ha llevado a soportar pérdidas importantes de rentabilidad», explica Laura. Esa situación se ha ido revirtiendo, pero la inflación actual ha obligado a seguir haciendo malabares para mantener los cinco céntimos. «Los fabricantes hemos soportado parte de la subida de precios de materia prima, energía y packaging, y reduciendo márgenes de distribución y de minoristas. Por eso en algunas zonas el precio ya ha subido a 10 céntimos. Hemos tenido que subirlo, pero ofrecemos al mercado promociones y herramientas para que el chicle siga siendo un producto de impulso que el consumidor esté dispuesto a comprar», añade.
0,10 euros = enemigo
Otros formatos que no sean monopieza dejan más capacidad de maniobra, ya que el precio psicológico no es tan relevante y es más fácil repercutir subidas de costes. «Pasar de 1,14 a 1,19 euros no altera demasiado la decisión de compra del consumidor, aunque hay que seguir teniendo en cuenta las barreras de precio como 0,99 o 1,99 euros e intentar mantenerlas para evitar caída en la demanda», explica Laura. «La confitería no es un producto de primera necesidad y necesitamos que el consumidor siga manteniendo esta compra generalmente provocada por impulso».
Entre un fabricante como el de los chicles Clix y los puntos de venta están los distribuidores, como La Casa de las Golosinas, que distribuye tanto por España como en Europa. José Manuel Fernández, su CEO, nos explica que «el chicle de cinco céntimos es un formato que empieza a estar en desuso, se vende más la barra con varios chicles. Cuando su precio pasa de los cinco céntimos pierde un poco el sentido».
No obstante, para muchos puntos de venta sigue siendo un producto que se quiere mantener, aunque sea con márgenes bajos, para poder dar el servicio y no perder ventas cruzadas. «Los distribuidores eligen si quieren vender este producto o no, solo les sale rentable a quienes tienen mucho volumen. Y luego los puntos de venta, claro, también eligen si lo quieren». Algunos ya les han puesto la cruz, pero se siguen encontrando con facilidad.
Los chicles monopieza llegan al punto de venta en estuches de 200 unidades. El fabricante se lo vende al distribuidor por unos 4 euros, el distribuidor se lo traspasa al kiosco por 6,5 euros y este consigue 10 euros si los vende a cinco céntimos cada uno. Cantidades brutas.
Así se reparte el precio del chicle
El 40% del precio de un chicle suelto son 2 céntimos brutos que quedan para el fabricantes, dato que nos recuerda que este es un negocio, sobre todo, de volumen. Duplicar el precio significaría duplicar el margen, pero a costa de ahuyentar no solo ventas impulsivas, sino derivarlas a formatos de estuche o barra: con lo que cuestan unos pocos chicles sueltos, estos formatos dan el doble.
«El enemigo es saltar a los diez céntimos», dice José Manuel. «Aquí se trabaja con moneda completa, nadie va con siete céntimos a comprar un chicle. Llegar a los diez céntimos sería perder este formato para siempre». En contraposición a Laura, él cree que este salto no sería viable a gran escala. Lo cierto es que algunas tiendas han dejado de comercializar este formato para enfocarse únicamente en barras y estuches.
Pese a que la inflación ha llegado a todo lo demás, y más en el último año, el salto del precio del chicle suelto es una cuestión psicológica. Hemos normalizado que con lo que antes pagábamos un Skoda Octavia ahora solo nos dé para un Fabia, incluso contando con la inflación, pero este precio tiene un lugar reservado en nuestro cerebro. La llegada de los supermercados y sus marcas blancas ofreciéndolos a pie de caja tampoco ha ayudado a su estabilidad.
Y de la misma forma que los supermercados recurren a la cola en caja para posicionar los chicles, como otros productos de compra impulsiva, algunos kioscos y tiendas de conveniencia siguen vendiendo chicles sueltos… pero escondidos. Como una forma de desincentivar su venta, de hacernos olvidar su existencia sin llegar a quitárselos de encima, como un matrimonio fallido que aguanta toda una vida con tal de no afrontar la ruptura.
El gerente de una de estas tiendas de barrio de Valencia, que prefiere no salir mencionado en el artículo, nos explica que en la caja hay chicles en todos los formatos, salvo los monopieza, que los deja unos metros más atrás, al precio de cinco céntimos. «Me sale más rentable vender los estuches. Tengo los monopieza, pero solo para quien viene a por él y pregunta, porque ahí [un rincón poco acogedor] poca gente los ve. Para los que compran porque lo ven en caja, prefiero que se lleven estuches. Los monopieza dejan muy poco margen y tienes que vender muchísimos, o se los llevan niños que no hacen más gasto que ese. Cada vez se venden menos».
Y así pasa el tiempo y seguimos deshojando la margarita, preguntándonos si un producto tan clásico morirá por nuestra propia incapacidad para asumir subidas, por la evolución natural del mercado y la apuesta por formatos de mayor volumen; o si podrá sobrevivir aunque a costa de duplicar su precio y perder ventas por el camino.