Es un hecho que el responsable y causante del cambio climático es el ser humano. Cada año, la humanidad emite más y más gases de efecto invernadero a la atmósfera, y de momento, esa tendencia se ha mantenido. En el año 2000, emitimos a la atmósfera en torno a 35 800 millones de toneladas de CO₂ equivalente —CO₂eq; una medida que agrupa diversos gases de efecto invernadero, ponderados en función de su impacto sobre el clima, y la forma principal de evaluar la huella de carbono—. En 2010, ese valor subió a 44 900; en 2015 fue de 46 900; y en 2019, último año con datos disponibles hasta el momento, fue de 49 800. Aunque es previsible que en 2020, año de la pandemia, las emisiones bajaran ligeramente, todo parece indicar que actualmente están subiendo de nuevo.
Este reparto es extraordinariamente desigual. Desde el punto de vista geográfico, más de la mitad de las emisiones de todo el mundo son causadas por solo tres países: China, Estados Unidos e India. En claro contraste, algunos países, como España, han reducido sus emisiones (en parte, a costa de un aumento en otros países): En los últimos 20 años, España ha reducido sus emisiones en más de 100 millones de toneladas anuales.
Incluso dentro de un país, las emisiones varían significativamente por regiones. La media de emisiones per cápita en España está en 7,45 toneladas de CO₂eq al año, pero, mientras que un habitante de Vitoria o de San Sebastián emite más de 11; un madrileño emite 9, y el sevillano promedio no llega a 6 toneladas.
De forma similar, hay una gran desigualdad en las emisiones de los superricos. Elon Musk emite, él solo, en un día, lo mismo que un español promedio en nueve meses, mientras que el magnate del acero, Roman Abramovich, emite en un solo día lo que un español en once años. Y más de dos tercios de las emisiones de todo el planeta proceden exclusivamente de un centenar de grandes corporaciones.
Teniendo estos datos en cuenta, es evidente que las acciones individuales del ciudadano promedio tienen poco peso en el resultado global; pero aun así, siempre se puede aportar el granito de arena en favor de un menor impacto medioambiental que ayude a mitigar esas emisiones. Al fin y al cabo, el objetivo propuesto por el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) es alcanzar las emisiones cero en 2050, y eso nos afecta a todos, ineludiblemente.
Ciertas medidas permiten una mayor o menor reducción de esa huella de carbono. Suele medirse como la potencial mitigación de emisiones de CO₂eq per cápita. Para cuantificar ese potencial de mitigación, en el año 2020, un grupo de investigación liderado por Diana Ivanova, de la Universidad de Leeds, Reino Unido, llevó a cabo una revisión sistemática de las publicaciones científicas disponibles hasta entonces, evaluando sus aportes. Las conclusiones se publicaron en la prestigiosa revista Environmental Research.
Cambios que reducen el impacto
Entre las cinco acciones con mayor potencial de cambio, cuatro están relacionadas con el transporte. Según los cálculos del equipo de Ivanova, optar por una vida sin coche o cambiar el vehículo de combustión por uno 100 % eléctrico implica, como valor mediano, una reducción de hasta 2 toneladas de CO₂eq —en estos casos, puesto que pocas personas emiten mucho, el valor de la mediana es más fiable que la media—. Algo por debajo, con una mediana en torno a 1,8 toneladas, está la eliminación de un viaje a larga distancia en avión al año. Además, cambiar el vehículo privado por transporte público conlleva una reducción de cerca de una tonelada de emisiones.
En cuarto lugar, y ya en el ámbito doméstico, optar por fuentes renovables de energía implica una reducción de 1,5 toneladas. Otras medidas que se perciben como útiles son las reformas y renovaciones de estructuras que aíslen mejor el edificio, calefacción por aerotermia —bomba de calor— en lugar del gas, o producir energías renovables en la propia vivienda, mediante la instalación de placas solares, por ejemplo.
En el campo de la alimentación también hay formas de mitigar los impactos. Dado que la producción ganaderaarroja mayores niveles de emisiones que la agrícola, optar por dietas veganas o vegetarianas se asocia con menores niveles de emisiones (0,75 y 0,5 toneladas de CO₂eq respectivamente). Curiosamente, no existen diferencias significativas entre la dieta vegetariana y una dieta con carnes de bajas emisiones —es decir, que evite el consumo de vacuno y otros rumiantes—. Mejorar el equipamiento de la cocina, sustituyendo gas por un sistema eléctrico de alta eficiencia, como la inducción, también se asocia con menos emisiones. Además, hallaron que la dieta mediterráneaimplica menos emisiones que otros tipos de dieta —en torno a 0,3 toneladas—.
La acción más importante está en las urnas
Tal y como se ha expuesto, las acciones individuales tienen poco impacto en el panorama global, solo si los países con niveles de emisión más altos entran también en acción para combatir la crisis climática, los resultados serán verdaderamente visibles.
La mejor forma de presionar a esos grandes países es desde las instituciones internacionales e intergubernamentales, de ahí la necesidad de que los representantes del resto de países estén concienciados y promuevan acciones eficaces. Por eso probablemente la acción más importante no se encuentre en nuestro día a día, sino en las urnas, una vez cada cuatro años, emitiendo nuestro voto bien informado y con responsabilidad.
A través del voto y otras formas de participación política, ya sea a través de la militancia o, aún más relevante, desde el activismo, los ciudadanos pueden mostrar a sus dirigentes la voluntad y predisposición en la lucha contra la crisis climática. En última instancia, los representantes de los poderes públicos pueden implicarse, e implicar a otros, en esa lucha necesaria. Quizá, de este modo, se logre el cambio radical necesario para alcanzar un punto en que las emisiones se reduzcan a cero de forma efectiva, y se puedan cumplir los ambiciosos objetivos marcados por el IPCC.