Cada vez son más los científicos que piden que se establezcan tratados internacionales legalmente vinculantes que aseguren el desarrollo responsable de la órbita terrestre y que la protejan del rápido crecimiento que está sufriendo la industria espacial mundial.
Durante la misma semana en que casi 200 países firmaron un tratado para proteger la alta mar (las aguas internacionales), tras un proceso que ha durado 20 años, un grupo de científicos ha publicado un artículo en la prestigiosa revista Science pidiendo no desaprovechar las lecciones aprendidas para garantizar la protección de la órbita terrestre. Actualmente se estima que hay unos 9 000 satélites en órbita alrededor de la Tierra, de los cuales unos 5 000 están activos. Estos satélites ocupan órbitas muy diferentes, desde aquellas que apenas se alzan 300 ó 400 kilómetros, como la de la Estación Espacial Internacional y que completan una órbita cada 90 minutos, hasta otras que se sitúan a decenas de miles de kilómetros.
Esta cantidad se estima que podría aumentar hasta aproximadamente 60 000 satélites a finales de esta misma década como resultado del acelerado crecimiento que está viviendo la industria espacial en los últimos años. Además, se calcula que podría haber unos 100 trillones (un 1 seguido de 20 ceros) de trocitos de satélites sin identificar. Esta tecnología sin duda ha servido para construir la sociedad en la que vivimos a día de hoy e incluso ha traído beneficios medioambientales consigo, al facilitar el estudio del clima y la ecología terrestres, pero este exagerado crecimiento de la industria de los satélites podría hacer que algunas partes de la órbita terrestre pasasen a ser inutilizables, por la gran cantidad de basura espacial en ellas.
Este grupo de expertos insiste en la necesidad de encontrar un consenso sobre cómo gestionar esta región del planeta. Señalan que ya existen algunas iniciativas de diferentes industrias y países que ponen el foco en la sostenibilidad de la manufactura de satélites, pero que estos esfuerzos deberían incluir y exigirse a cualquier nación y empresa que participe en esta actividad, pues lo que ocurre en la órbita nos afecta a todos. Este acuerdo deberá incluir por supuesto formas de involucrar tanto a quien lo fabrica como a quien le da uso a la hora de hacerlo sostenible desde que llega al espacio a bordo de un cohete. Estas propuestas son de hecho similares a las que se han aprobado recientemente en el Tratado Internacional del Plástico, aprobado el pasado marzo.
En el caso de este tratado, el proceso que ha desencadenado en su firma ha llevado más de 20 años, desde que pequeños grupos de activistas medioambientales y científicos empezaran a denunciar malas prácticas y las nefastas consecuencias que la acumulación de plásticos en los océanos trae y traerá para la salud de nuestro planeta, de los seres vivos que la habitan y de los humanos. Sin embargo, como en muchas facetas de la vida, es mejor prevenir que curar y, especialmente, más barato. En el caso de los océanos, ignorar los problemas relacionados con el descontrol de las aguas internacionales durante décadas ha llevado a la sobreexplotación pesquera, a la destrucción de hábitats insustituibles, a la explotación minera de regiones profundas del océano y al problema de la contaminación por plásticos. A menos que se tomen medidas cuanto antes para solucionar los problemas del espacio, dentro de 20 años nos encontraremos en una situación igual de alarmante, pero en un ambiente mucho más difícil de gestionar.
Este artículo lo firman grandes autoridades de muchas ramas diferentes de la ciencia y la industria aeroespacial, como Richard C. Thompson cuyo equipo identificó la presencia de microplásticos en nuestros mares hace casi 20 años, autoridades de la NASA o la Dra. Imogen Napper, una investigadora en conservación marina y una de las caras más conocidas del activismo medioambiental marino, entre otros.
La Dra. Napper se queja de que a pesar de que el tema de la contaminación por plásticos en nuestros océanos sea un tema que está ganando cierta popularidad en los últimos años, ha habido poco esfuerzo en ponerle remedio y las iniciativas han sido mucho más lentas de lo necesario. Lamenta que en la actualidad nos encontremos en la misma situación con respecto a la basura espacial y considera que utilizando todo lo que hemos aprendido sobre la protección ambiental del alta mar, podemos evitar cometer los mismos errores al intentar prevenir una tragedia similar sobre nuestras cabezas.
El profesor Thompson asegura que hace más de una década ya se conocía lo suficiente como para tomar medidas estrictas en la regulación del plástico que llega a los océanos y en su gestión y que si en aquel momento se hubieran tomado medidas en la actualidad podríamos tener la mitad de plástico flotando en nuestras aguas de la que tenemos. Por eso insta a tomar una estrategia más proactiva, que busque evitar y prevenir más que reparar y subsanar. Esto no solo aplica a la contaminación de los océanos, a la sobrepoblación de la órbita terrestre o al clima de nuestro planeta, sino a prácticamente cada faceta de nuestras vidas y de nuestra existencia sobre el planeta Tierra.