Comprar en el supermercado se ha convertido en un drama. La inflación ha provocado una subida excepcional en el coste del carro de la compra, pero el problema se ha trasladado a otros muchos ámbitos. Comer un perrito caliente —o un taco, según la Regla del Cubo—, por ejemplo, ya no es lo que era.
El hot dog convertido en delicatessen. Como explican en Axios, un nuevo restaurante de Manhattan (Nueva York) llamado Mischa tiene en su menú platos con precios poco populares. El ejemplo más evidente es el del perrito caliente, que cuesta 29 dólares, y que incluye la salchicha, el «panecillo de patata, chili y condimentos». Y ya. 29 dólares, insistimos. Casi 27 euros al cambio.
Sabe genial (y más le vale). Uno esperaría que por ese precio este hot dog fuera quizás alguna variación especial del perrito caliente tradicional, pero no lo es. Es un perrito caliente de los de toda la vida. Un editor de New York Post quiso ir a probarlo y reconoció que el perrito es grande (unos 22 cm de largo) y «sabe genial».
Cenar fuera es más que nunca un lujo. La inflación ha provocado que los restaurantes acudan a tres opciones (no necesariamente excluyentes). La primera, reducir cantidades. La segunda, incorporar ingredientes más baratos. Y la tercera, subir precios. El ejemplo de Mischa se contagia de esos problemas, pero también es cierto que su carta es propia de un restaurante con precios elevados. Un plato de almendras saladas cuesta 12 dólares. Unas aceitunas, 11. Una botella de Verdejo 404 Pet Nat, 64 dólares. Si quieres comer fuera, igual no es mala idea ir a un restaurante de comida rápida: no solo es más barato, también engorda menos.
Todos suben precios. El caso de Mischa se une al de muchos otros restaurantes, sean modestos o tengan estrellas Michelín. Comerse un «arroz con cosas» se ha convertido en un privilegio, y de hecho comas fuera o no, los alimentos han subido (mucho) de precio. Que se lo digan a los amantes de un buen chuletón.
Los restaurantes van (parece) bien. Mientras, eso sí, la inflación ha disparado la facturación en bares y restaurantes, que ingresan un 30% más —a pesar de que los consumidores cambian de hábitos. Uno de los grandes afectados ha sido el tradicional menú del día, que ya no es tan asequible como lo era hace apenas un par de años, y el principal problema para este segmento no es tanto la subida de precios —que repercuten en el cliente, al que además le controlan el tiempo que pasa sentado— sino el hecho de que cada vez hay más falta de camareros.