¿Te has fijado alguna vez cómo de diferentes son las razas de perros entre sí? ¿Por qué no sucede lo mismo con los gatos? Vale, igual estás pensando que un gato esfinge no se parece en nada a un gato persa, y tienes un poco de razón.
Pero fíjate en los perros: los hay gordos y con las patas cortas, como los corgis o los perros salchicha; que no tienen nada que ver con los galgos, altos, esbeltos y sin una gota de grasa. ¿Y qué hay del mastín inglés? Casi no parece compartir especie con el bichón maltés.
En comparación, la mayoría de las razas de gatos tienen aproximadamente la misma forma y tamaño. El gato singapur, para muchos la raza más pequeña del mundo solo pesa 2 kilos, mientras que el maine coon, el gato doméstico más grande, pesa alrededor de 8 kilos.
De hecho existen 192 razas de perro reconocidas por el prestigioso American Kennel Club, frente a las 43 razas de gatos que reconoce la Federación Internacional Felina.
Los culpables somos los humanos
Así que vayamos a la explicación de por qué ocurre esto. La principal razón es que los perros siempre han sido de mucha más utilidad que los gatos. Se han usado para proteger las casas y los rebaños, cazar e incluso para cargar objetos durante cientos de años. Hasta existen pruebas de que la domesticación de los perros empezó hace más de 10.000 años.
Para mejorar sus características, los criadores los han sometido a una evolución artificial a base de cruces. Así hemos llegado al pastor alemán, surgido en Europa para manejar con habilidad rebaños de ganado. O al teckel, cuyo cuerpo paticorto y alargado lo hacía ideal para cazar tejones.
Los gatos en cambio, han tenido dos funciones principales: Como animal de compañía y para controlar ciertas plagas. Y para eso su cuerpo estaba ya más que preparado. Por ello hemos visto que históricamente no ha habido tanto interés en modificar su morfología.
Así que parece que harán falta unos cuántos años de cruzamientos más para que las dos especies estén a la par.