A pesar de la captura del capo siciliano Matteo Messina Denaro tras tres décadas de búsqueda, no podemos ignorar un suceso en la misma región donde se escondió: Trapani. En este lugar, una calle lleva el nombre de Samuel Butler (1835-1902), quien llegó allí siguiendo la pista de una figura misteriosa y sugerente que data de más de dos mil años.
No obstante, no es del todo exacto decir que «La autora de la Odisea» es la obra más polémica de Butler, a pesar de que es la primera vez que se traduce al español. Esta obra no se encuentra sola entre las obras del autor que causaron controversia en una época llena de grandes descubrimientos y debates acalorados.
Fanny, la madre de Samuel Butler, dio a luz en el mismo año en que Charles Darwin visitó las Galápagos. En ese momento, el Beagle había dejado atrás el famoso archipiélago y se dirigía a Nueva Zelanda, un lugar que sería decisivo en la vida de Butler veinticinco años después. Al viajar allí, se alejó de un padre estricto y de un destino predeterminado como pastor de la Iglesia. En Nueva Zelanda, Butler ahorró lo suficiente para vivir una vida modesta pero cómoda como viajero, pintor y músico aficionado, y encontró inspiración para escribir Erewhon, una de las grandes distopías del fin de siglo.
Cómo acabar con la cuestión homérica
La llamada “cuestión homérica” es sólo el último berenjenal en el que se introdujo. La revelación de su tesis parece perfectamente orquestada: el 30 de enero de 1892 publica un breve artículo en la revista Athenaeum y ese mismo día por la tarde pronuncia la conferencia “The Humour of Homer” (”El humor de Homero”), en el Working Men’s College de Londres, institución filantrópica en la que se apiñan para escucharle trabajadores junto a intelectuales como Jane Ellen Harrison, una de las primeras profesoras de Cambridge, que le tendrá desde aquel día una marcada antipatía.
Lo que plantea ante tan variopinto auditorio es a grandes rasgos lo siguiente: que el episodio de la isla los feacios, tierra en la que Odiseo naufraga y donde es acogido por la princesa Nausícaa, parece tan «rebosante de vida» que es posible que remita a la patria verdadera de quien escribió el poema. Para más señas, ésta se situaría en la ciudad siciliana de Trapani, que Butler encontró, antes de viajar hasta allí, entre los mapas del British Museum.
¿Y por qué precisamente Trapani? Por una miríada de pequeños detalles geográficos, culturales y antropológicos que Butler descubre en sus recurrentes viajes por la amada Italia y que va desgranando en La autora de la Odisea.
El ensayo, más allá de rigores filológicos y arqueológicos, se convierte por ello en una pieza amenísima donde el carismático Butler recoge hallazgos como éstos: «nunca fui capaz de entender el sistema de cierre de las puertas de los dormitorios de La Odisea hasta que descubrí que la puerta de mi habitación del Hotel Centrale de Trapani estaba cerrada a la manera odiseica». O el del día que conoce a un lugareño llamado Peppino, descendiente de los cíclopes: «resulta que el rostro de Peppino es llamativamente redondo y la palabra cíclope significa ‘de cara redonda’, y no ‘de un solo ojo’».
Por último, no contento con haber desplazado geográficamente las aventuras de Odiseo y su patria desde el mar Jónico hasta Sicilia, añade, para más sofoco de los eruditos, el argumento decisivo: que no debemos hablar de Homero al referirnos a La Odisea, sino a la Autora. A ella Butler la retrata con sorprendente precisión como una muchacha joven y soltera, probablemente una princesa de Trapani cuyos rasgos coincidirían con los de la propia Nausícaa.
De nuevo, decidido a confirmar su intuición, Butler busca pistas hasta debajo de las piedras, es decir, tras cada verso de La Odisea. Y encuentra tantas pruebas que es imposible resumirlas aquí en pocas líneas: el predominio de lo doméstico, el desconocimiento de ámbitos por entonces frecuentados por hombres (como la navegación) y sobre todo el poderío y atractivo de las figuras femeninas, mucho más interesantes que las masculinas (Circe, Calipso, la Helena que recibe a Telémaco en el palacio, la reina de los feacios o Atenea, diosa protectora de Odiseo).
Las hijas de Homero
El influjo de La autora de la Odisea llega hasta hoy, gracias sobre todo a la espléndida recreación de Robert Graves: La hija de Homero (1955), novela que da voz a la autora imaginada por Butler.
La tesis de Butler, sobre todo a través de Robert Graves, sigue hoy alentando a escritoras (porque son en su mayoría mujeres) que en los últimos años reescriben la poesía épica griega y latina: desde Penélope y las doce criadas de Margaret Atwood a Las mil naves de Natalie Haynes, de Norma Jeane Baker de Troya de Anne Carson a El silbido del arquero de Irene Vallejo, por no hablar de las nuevas traducciones de La Ilíada por Caroline Alexander y de La Odisea por Emily Wilson, primera traducción al inglés a cargo de una mujer.
Tampoco hay que olvidar las recientes traducciones al español de Miguel Temprano García de las versiones de Butler de La Odisea y La Ilíada.
Butler y la traducción
La idea de que La Odisea la había escrito una mujer surgió cuando Butler acometió la traducción de la epopeya. Había decidido ponerse manos a la obra al no haber encontrado “ninguna traducción en prosa que fuera legible” y se propuso entonces trabajar en ello “con la esperanza de llegar a entender mejor el poema”. No puede entenderse la ocurrencia butleriana sin reparar en la lectura atenta e íntima que supone ese esfuerzo.
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En su ensayo abundan las reflexiones traductológicas. “Si deseas conservar el espíritu de un autor muerto”, afirma, “no has de desollarlo, disecarlo y guardarlo en una caja. Debes comértelo, digerirlo y dejarlo vivir dentro de ti, con la vida que lleves, para bien o para mal”.
Sin embargo, para Butler, su traducción tampoco es perfecta, porque “soy hombre, practicante y anciano, y el rastro del sexo, la edad y la experiencia seguramente pesará sobre mi traducción”. Según él, la persona más capacitada para traducir La Odisea de Nausícaa sería “una chica inglesa rebosante de vida que se haya criado en Atenas”, un argumento en torno a las traducciones que sigue de actualidad.
Por último, aunque la versión odiseica de Butler sea una “irónica novela burguesa”, en palabras de Borges, y su teoría de la autoría femenina se base en argumentos difícilmente demostrables de manera científica, lo importante es lo que permite más allá de esencialismos: ampliar las lecturas posibles y resignificar lo que parecía inapelable o momificado.
The Conversation
Butler demuestra en vivo y en directo aquello que decía Italo Calvino que consigue ser un clásico: un “libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”.